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‘Maldita’, el canto de amor entre Sarajevo y Barcelona que conquistó los Goya y que “no debe morir jamás”

Božo Vrećo, en una de las imágenes del documental

Meritxell Rigol

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En una pantalla, el cantante bosnio Božo Vrećo. En la otra, la pianista catalana Clara Peya. Se conocen por videollamada y a más de 1.000 kilómetros de distancia imaginan cómo entrelazar sus músicas. Es la historia de 'Maldita. A love song to Sarajevo', un corto audiovisual que se hizo con un Premio Goya este sábado y que recoge el proceso creativo de este combo artístico y permite acercarse a la figura de Vrećo.

Tradición y transgresión conviven en un film que se presenta como una metáfora de lo que hoy es Sarajevo, más allá de una historia reciente de guerra. “Integradora, valiente, sin miedo a evolucionar, a la vez que mirando a la tradición, como parte fuerte de su personalidad”. Son los rasgos que usa para describir la ciudad bosnia Iván Zahínos, productor del corto, que está dirigido por Amaia Remírez y Raúl de la Fuente (Kanaki Films) y producido por Medicus Mundi. 

Recibida en la gala de Sevilla, Zahínos dejó claro desde el escenario que la estatuilla viajará primero a Barcelona y después a la capital bosnia. “Para seguir honrando una historia de amor entre dos ciudades que no debe morir jamás”, proclamó. 

Zahínos concibió la película como un homenaje a la vida de la capital de Bosnia, ciudad que pisó por primera vez en 1998, aún en incipiente reconstrucción. Hace cinco años que escuchó a Božo Vrećo por primera vez y, al conocerlo, vio en esta figura y en su trayectoria musical una oportunidad para ampliar el relato sobre Sarajevo. 

Su arte y el lugar que se ha hecho en el mundo permiten hacer llegar “una imagen distinta de la ciudad”, generalmente limitada al horror del conflicto armado, afirma el productor. “Božo es una persona que integra diversas sensibilidades, la diversidad de orígenes, la tradición que hay detrás de la religiones como algo interesante y rico, sin enfrentarlas; además de su identidad y expresión de género, que pide una actitud valiente”, cuenta Zahínos.

La cautivadora voz de Vrećo, que canta y habla a partes iguales en la media hora de film, adquiere su máximo esplendor una vez queda cara a cara con Peya al piano. La basílica de Santa María del Mar de Barcelona acoge el sismo que crean con 'Maldita', canción que ha dado nombre al cortometraje. “Nos entendimos perfectamente, tanto en lo que quería decir 'Maldita' como en lo que necesitaba el tema”, afirma la compositora catalana. “Teníamos claro que tenía que tener fuerza y coraje, y también que estaba llena de dolor”, destaca.

'Maldita' está escrita en bosnio y ladino y se inspira en las relaciones que desgarran. Una de esas relaciones es la que tiene el cantante con su ciudad, a la que, cuenta Vrećo, siempre vuelve, pese a los tiempos “duros, tristes, peligrosos”. Porque –dice– se pertenecen el uno al otro. “Somos dos criaturas jugando en un torbellino de arte”, describe sobre su relación con Sarajevo. 

Redescubriendo el sevdah –la música tradicional de Bosnia– y rompiendo esquemas –también en lo musical–, Vrećo encontró un lugar con sentido en el mundo. “Es una persona muy herida que ha conseguido hacer de su dolor algo útil para todas; de una vida con muchas complicaciones, ha creado un espacio de seguridad en el que él es protagonista”, describe Peya, que se refiere a Vrećo como “una diva que se ha hecho un lugar en una sociedad y una cultura en la que no era fácil”.

1992: algo que recordar más allá de las Olimpiadas 

Clara Peya recuerda haber enviado cartas a niños y niñas de Sarajevo desde el colegio, durante la guerra. También las imágenes de Bosnia en la televisión. Era 1992, Božo Vrećo tenía entonces cinco años y Sarajevo empezaba a sufrir un sitio que se convertiría en el más largo a una ciudad en una guerra contemporánea. Casi cuatro años de aislamiento y crímenes de lesa humanidad.

Los gritos y los llantos, en su caso, no llegaban en diferido. Recuerda a su madre saliendo a conseguirles cualquier cosa para comer. Corriendo y sin seguridad alguna de salvarse de bombas y francotiradores. También, las ventanas protegidas por mantas y las cortinas convertidas en vestidos con los que correteaba por casa. “Sigo siendo esa criatura que vive con un pie en el mundo real y con otro en el mundo imaginario”, dice el artista.

“Las primeras conversaciones con Bozo eran mis mil preguntas y sus mil respuestas; para mí un abismo y para él cotidianidad”, cuenta Peya, que reconoce quedar “fascinada” por su “resiliencia”. “Ha decidido vivir su propia vida al máximo, y es muy difícil’”, cuenta la compositora, Premio Nacional de Cultura de la Generalitat y conocida por su compromiso feminista. 

'Maldita. A love song to Sarajevo'' se planta a la vez como homenaje a quienes se solidarizaron con la capital de Bosnia, que fue bautizada como Distrito 11 de Barcelona. Bajo la alcaldía de Pascual Maragall, a través de este programa se contribuyó a paliar los impactos de la guerra. Para Zahínos, director de programas de cooperación de Medicus Mundi, “fue uno de los movimientos ciudadanos y de la administración más exitosos en el ámbito de la cooperación, y el embrión de la cooperación entre ciudades”.

Tres años después de terminar la guerra, Iván Zahínos viajó a Sarajevo con un grupo de estudiantes de óptica y optometría, para ofrecer atención visual a la población. “Había médicos, abogados, gente promoviendo la objeción de conciencia… En todos los ámbitos se veía la movilización ciudadana y esto tuvo un impacto brutal en Sarajevo”, cuenta. 

Posteriormente, el Ayuntamiento de Barcelona se interesó por el proyecto que habían llevado a la ciudad y ofrecieron continuarlo de forma más estructurada, dentro de un hospital. “He pasado la mitad de mi vida en contacto con Sarajevo, que aún está muy asociada a la guerra pese a ser una ciudad muy vital, nada que ver con la de hace treinta años, y que rompe con divisiones y actitudes que afectan más al resto del país”, asegura.

Afirma que, a día de hoy, permanece entre la ciudadanía de Sarajevo el recuerdo de que Barcelona se implicó mucho durante y después de la guerra. “Pero aquí la gente más joven relaciona este vínculo con una generación anterior”, expone Zahínos. 

Por eso, el objetivo ahora es llevar el documental a escuelas y universidades y a través de una historia contemporánea ponerla de nuevo sobre la mesa. “De esta relación, fruto de un estallido espontáneo de solidaridad, tendríamos que estar muy orgullosos”, considera, y observa que 'Maldita' es una muestra de que el arte es una forma de “mantener viva la relación entre ciudades”.

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