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Ecología, solidaridad y oportunidades: los productos que caben en los huertos sociales

Huertos en Villacañas

Francisca Bravo Miranda

Los huertos ecológicos son un fenómeno cada vez más visible y extendido, cuyos apoyos crecen tanto en la sociedad civil como desde las administraciones. Las razones para optar a producir sus propias frutas y verduras en un pequeño terreno y bajo condiciones ecológicas son muy variadas y van desde aprovechar terreno público en desuso hasta poder alimentar a una o más familias en épocas de dificultad económica. 

En Mota del Cuervo se estrenaron en las últimas semanas cerca de una veintena de parcelas impulsadas por el Ayuntamiento de la localidad a conquense a través de un Taller de Empleo. El proyecto ha tardado meses en avanzar hasta llegar a su punto final con el objetivo de cumplir una labor “social y comunitaria”. “La idea era aprovechar terreno público que no se estaba utilizando, siempre con objetivos concretos como colaborar con las personas en peor situación económica, a los centros escolares o a asociaciones”, explica el teniente de alcalde, Jacobo Medianero.

La iniciativa, resalta el edil, era ayudar a la mejora de la vida de todos los ciudadanos del municipio, siempre siguiendo los matrices que establece la agricultura ecológica y sostenible. “No se permiten pesticida ni una serie de elementos que puedan ser dañinos para la naturaleza”, afirma. Además, el ayuntamiento se ha encargado de crear un “espacio” con una serie de adornos para que el entorno fuese “agradable” y ayudase a mejorar el entorno ambiente del casco urbano.

Un huerto alimenta a dos familias

Javier Gallego es vecino de Villacañas, ayuntamiento que comenzó a promocionar los huertos sociales hace unos cuatro años. Había quedado en el paro y su familia pasaba por una difícil situación económica y la oportunidad llegó justo en ese momento. “Me estaba comiendo mucho la cabeza y cuando me comentaron los huertos ecológicos y resulta que para mi iban a ser gratuitos”, confirma el vecino, que espera a una próxima renovación de la adjudicación del huerto.

Fue el Gobierno local el encargado de facilitar las gomas de riego y labrar la tierra, además de una técnica municipal que impartió ante los adjudicatarios de las parcelas los conocimientos para aprender a cultivar y saber cuáles eran los productos que debían labrar. Gallego recuerda que fue tanta la gente que se apuntó que se debió ofrecer el doble de parcelas hasta llegar a las 65. Ahora mismo, el vecino de la localidad toledana acaba de sembrar para el verano: tomates, pepino, combro (un producto típico de los pueblos de la Mancha), cebollas, lechugas, pimiento italiano y 'gordo'.

Javier lleva el huerto con su primo y comenta que es una “barbaridad” lo que se puede producir en tan sólo cuatro por doce metros. “Tenemos para toda la familia”, afirma contento. Los sabores también son mejores, “se nota a la legua cuando lo comparas con algo que has comprado en el supermercado”, y el producto dura “mucho menos” de los comprados. “Es increíble para comer y lo aprovechamos para todo. Hacemos también conservas para todo el invierno, berenjenas y pepinillos”. 

El huerto también fue una ayuda “importantísima” para la situación familiar, así como para el ánimo y la calidad de vida de Javier. “Notamos una diferencia bastante grande, un ahorro muy considerable y además tienes comida para todo el año, con mucha calidad”. Por eso, no duda a recomendar la experiencia y señala que muchos alcaldes de alrededor se han acercado al pueblo manchego para “copiar la idea”. “Ha ayudado a muchas familias, la gente está muy contenta y nos ha permitido ayudarnos mutuamente. Los mayores vienen y nos dan consejos y eso ha sido extraordinario”, concluye.

Prohibida la comercialización de productos

Las asociaciones del tercer sector también han acudido a los huertos sociales para explotar sus múltiples beneficios. Es lo que ha hecho la Fundación Cepaim en Molina de Aragón en Guadalajara, en conjunto con el ayuntamiento y la asociación Micorriza. El primer paso fue recuperar un espacio que fueron huertos en su momento, pero que luego pasó a ser una “escombrera”. Para ello, se necesitó una serie de labores de recuperación como quitar piedras, llevar a cabo una limpieza para tener un terreno adecuado y así poder empezar con cinco parcelas, explica Ángela Martínez, técnica de la Fundación.

Lo que se ha logrado es crear un espacio comunitario en la localidad, en el que ya se han logrado recolectar hortalizas y contar con un técnico específico para poder adecuar el huerto con una mayor infraestructura y abrirse a un mayor número de personas. Actualmente, son 15 parcelas, individuales o familiares, que trabajan los vecinos de la localidad. La Fundación llevó a cabo una promoción del proyecto que llenó la oferta nada más en la preinscripciones.

Trabajan con riego por goteo y bancales y se centran en un funcionamiento “puramente social”. “Nuestros objetivos son la conservación de la biodiversidad, impulso de la interculturalidad y convertirlo en un espacio intergeneracional”, afirma Martínez. Por eso, participan en ellos familias de distintos países y de distintas edades, con diferentes perfiles, como personas jubiladas, y también con discapacidad o personas en situación de vulnerabilidad con “alta motivación”. Eso sí, está prohibida la comercialización de los productos.

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