El año del 'Aquarius'
En junio fue el Aquarius; ese mismo mes y en agosto, el Open Arms; en diciembre, el Loreto y, de nuevo, el Open Arms. El año 2018 ha registrado cinco episodios clave en el rescate de migrantes abandonados a su suerte en medio del Mediterráneo.
El primero marcó una posición ejemplar de España ante la impotencia de la Unión Europea para aplicar una política eficaz en materia de inmigración frente a la ignominiosa decisión de la extrema derecha italiana de cerrar los puertos a los náufragos procedentes de Àfrica. El 17 de junio, el buque Aquarius, operado por SOS Mediterranée y Médicos Sin Fronteras, llegó al puerto de Valencia, convertida en ciudad de acogida, apoyado por dos naves de la Guardia Costera y la Armada italiana para desembarcar, en medio de una gran expectación, a 629 rescatados. Fue una de las primeras actuaciones del flamante Gobierno del socialista Pedro Sánchez, que concedió un permiso temporal de residencia a los recién llegados.
En términos similares se actuó cuando el 31 de junio, el barco Open Arms, de la ONG del mismo nombre, desembarcó en Barcelona a 60 personas que habían sido rescatadas del mar frente a las costas de Libia. Sin embargo, pocos días después, el 9 de agosto, otros 87 migrantes rescatados por el mismo buque fueron desembarcados en Algeciras, convertido en puerto de referencia para estos trances, sin otorgarles plazo de residencia temporal alguno.
La marcha atrás gubernamental se acentuó hasta extremos inverosímiles y el 2 de diciembre, tras un pulso que duró semanas, el pesquero de Santa Pola Nuestra Madre Loreto trasbordó a la docena de migrantes que había rescatado a un buque de Malta, país que los enviaría posteriormente a España. Esta vez, el Ejecutivo español, en una enmienda a la totalidad de sus actitudes previas, pretendió sin éxito forzar a que los migrantes fuesen desembarcados en Libia, de donde huían. Solo la decidida negativa del patrón y la tripulación del pesquero, que llegó a poner rumbo a Santa Pola con los rescatados a bordo, evitó que se consumara la entrega en un supuesto puerto seguro de un territorio donde los migrantes son maltratados y sufren todo tipo de abusos.
Tras la vergonzosa posición inicial con el Loreto, el Gobierno español ha vuelto a rectificar y el 28 de diciembre, 308 personas han llegado a Algeciras a bordo, otra vez, del Open Arms, para ser tratadas según el “protocolo habitual” en las llegadas de pateras a las costas del Mediterráneo peninsular, de Andalucía al País Valenciano, objetivo de unas rutas que se cobran cientos de vidas.
Todo país tiene la obligación y el derecho de regular la inmigración y de evitar que nadie atraviese ilegalmente sus fronteras, pero podría pensarse que rescatar náufragos en medio del Mediterráneo y traerlos a puerto seguro, en un ejercicio humanitario de aplicación de la leyes del mar, no es lo mismo que pillar a alguien intentado entrar irregularmente por tu frontera. Se alegará, sin duda, en sentido contrario que a escala de la Unión Europea los migrantes rescatados frente a las costas de Libia están en la misma situación que los que puedan ser rescatados frente a la costa española en pateras porque pretenden, en definitiva, entrar ilegalmente en territorio europeo.
Estaría bien, en todo caso, que la balbuceante política española ante el fenómeno apostara más por el del Aquarius que por el modelo intentado con el Loreto. Hay políticas más generosas que otras, pero lo que no se puede perder es la decencia. Y cualquier concesión en ese terreno no deja de ser una derrota.
En la política ante el drama migratorio, como en pocas otras, se juega el futuro el conjunto de Europa, como ha entendido muy bien la canciller alemana Angela Merkel. Porque, más todavía en una coyuntura histórica de crisis y de emergencia de las fuerzas reaccionarias, defender una postura razonable de acogida es defender la democracia. La migración, en sociedades como la europea, puede tener efectos positivos en términos de diversidad y de desarrollo. Y atajar sus causas tiene que ver con políticas de cooperación y de solidaridad, de lucha contra la pobreza, la desigualdad y las violaciones de derechos humanos allí donde se producen.
Eso vale también para nuestro país, donde hay en la actualidad menos extranjeros que hace seis años y todos los datos sobre inmigración desmienten a los alarmistas, como revela la entrega de diciembre de la revista trimestral de eldiario.es, dedicada a “la España de los migrantes”. Y sin embargo, los datos, la realidad, les dan igual a los profetas de un “efecto llamada” que no se produjo tras el Aquarius y que pactan ya con la extrema derecha para gobernar en Andalucía. Esa extrema derecha que considera a los inmigrantes “una invasión”, pone a los musulmanes bajo la sospecha del terrorismo, discrimina entre africanos e “hispanoamericanos” por cuestiones étnicas, los identifica con la delincuencia y propone su expulsión inmediata si no están regularizados.
Una campaña mediática busca equiparar “radicalismos” de derecha e izquierda para dar cobertura a que la extrema derecha pueda ser un actor político como cualquier otro. La diferencia es que ser partidario de la República, de la reforma de la Constitución o de la independencia, abogar por una estructura económica más equitativa o defender una patria determinada, en principio no tiene por qué amenazar los derechos humanos de nadie ni fomentar el miedo a los extranjeros y la xenofobia. Salvo que se disienta radicalmente de H.G.Wells cuando sostenía que “nuestra verdadera nacionalidad es la humanidad”.
En el programa reaccionario, después de los inmigrantes se recortan los derechos de los trabajadores, de las mujeres, de los homosexuales, de los pobres... Cualquier concesión que hagamos con los inmigrantes acabará afectando a nuestros propios derechos. Uno de los antídotos es el espíritu del Aquarius.