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Arroz, horchata y cocaína: los paraísos artificiales de Valencia en la Guerra Civil

Anuncio en el 'Heraldo de Castellón' de pastillas de cocaína.

Lucas Marco

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En Valencia, durante la Guerra Civil, se hablaba en plan cachondeo sobre el “frente de Russafa” en alusión al barrio juerguista que concentraba cabarets, teatros y otros espacios de diversión en la retaguardia. Juan Carlos Usó (Nules, 1959), historiador, sociólogo, bibliotecario en el Ayuntamiento de Castelló y uno de los principales investigadores sobre los orígenes de la prohibición de las drogas en España y sus consecuencias en el presente, acaba de publicar Arroz, horchata & cocaína. La incorporación de las drogas a la cultura popular valenciana, 1914-1939 (Ediciones Matrioska, 2021), una obra en la que profundiza en los paraísos artificiales valencianos más allá de la consabida ruta del bakalao.

“En cualquier periodo histórico lo que acaba prevaleciendo son los estereotipos, te imaginas gente pegando tiros en las trincheras pero también hay otra guerra civil que es la de las retaguardias”, explica Usó por teléfono a elDiario.es. En Valencia, mientras fue capital de la II República, la “vida golfa” se multiplicó con el “aluvión de burócratas, funcionarios y prostitutas” llegado de Madrid y de otros puntos de la geografía española.

“Hay un consumo terapéutico, de morfina y opiáceos, pero también un consumo de cocaína y un trapicheo, no en las trincheras, pero sí en la retaguardia”, agrega el autor, quien insiste en que “con todos los problemas de la guerra, las drogas suben de precio pero sigue habiendo trapicheo en el mundo nocturno”, según las abundantes noticias de la época que ha localizado en las hemerotecas. 

No solo en la retaguardia republicana, apostilla el autor: “En Sevilla hay un golferío brutal, el cabaret por excelencia es el Salón Zapico, que Queipo de Llano utiliza en los primeros meses como prisión provisional pero que en diciembre de 1936 ya funciona con dos orquestas”. “El propio Queipo, a través de un hombre de paja, tenía un cabaret”, añade Usó, quien recuerda que en Salamanca y Burgos también se reproduce ese fenómeno (“mucho disimulo y mucho golfería” en el católico bando sublevado, resume el autor con sorna).

El autor ha planteado la obra como una continuación de su última investigación, reseñada por este diario, como una “aproximación mayor de la lupa a escala regional”. Usó se ha remontado a la Primera Guerra Mundial para rastrear el origen del consumo de drogas recreativas, en un principio en farmacias y sin receta, así como las campañas mediáticas (destaca la que desató el diario Las Provincias) que propiciaron la prohibición del consumo y el paso del mercado de las drogas al subsuelo del crimen organizado. “Viene a ratificar que la intervención de la prensa y que la intervención gubernativa no ha servido de nada, aquello que se ha conseguido con los años es cronificar el problema”, reflexiona.

El gramo de coca a cuatro pesetas

Durante la contienda mundial aparece en Valencia el cabaret, de inspiración francesa, y el music hall, de origen inglés: “dos modas foráneas y exógenas”, según Usó, quien destaca la aparición del jazz y del tango. “Hay un mix entre locales de ocio, nuevas músicas, consumos de drogas no terapéuticas y conductas sexuales que se consideran socialmente indecentes, con artistas ligeras de ropa o parcialmente desnudas”, explica el autor.

En este contexto, la cocaína (a cuatro pesetas el gramo) es la droga más consumida, seguida por la morfina. El consumo de cannabis, más allá del licor Montecristo producido en Albal, se populariza tras la Guerra Civil, con la llegada de las tropas provenientes de Marruecos. “La cocaína es, con diferencia, la droga más consumida y en las décadas de 1920 y 1930 la fuente de suministro sigue siendo la farmacia”, afirma el autor, quien agrega que se producía en Bolivia para luego ser procesada en laboratorios franceses o alemanes. Xè, tens boliviana?, era una expresión habitual entre los farloperos valencianos de la época.

El libro recoge las peculiares andanzas del Xiquet de Simat, un famoso pilotari de la época que también se dedicaba al crimen organizado. “El Xiquet de Simat es un personaje muy curioso, una figura indiscutible de la pilota valenciana que siempre vivió la vida al margen de la ley; en el libro solo me refiero a su faceta de camello, pero tuvo multas por blasfemar, reyertas, llegó a regentar un prostíbulo en la calle de Gracia del barrio chino y se vio implicado en robos. Se ve que se juntaba con malas compañías”, dice Usó en referencia a quien llegaría incluso a regentar el famoso trinquet de Pelayo. “Una vida que mercería una biografía aparte”, agrega el historiador. 

“No solo hay consumo y tráfico, también se produce la incorporación de las drogas en la cultura popular, forman parte de letras de canciones, temáticas de cuadros, aparecen reflejadas en los sainetes típicos valencianos, que aluden al consumo de coca”, resalta Usó. El autor analiza el papel de las farmacias en la cadena de suministros de los usuarios de drogas de la época: “Hay farmacias que compran coca para hacer pomada para las hemorroides y pueden desviar al mercado negro cierta cantidad, la mayoría cumplía con la ley pero otras no”, afirma. 

En 1927, narra el libro, se llegan a cerrar hasta seis farmacias en Valencia. “En un momento en que el gramo de coca vale cuatro pesetas a los farmacéuticos les meten multas de 30.000, eso da una idea de la coca que habrían desviado del mercado legal”, comenta el autor.

“Tenemos la idea idílica de las farmacias como establecimientos que generan mucho dinero pero en esos años estaban en seria competencia con las droguerías”, explica el especialista. La droguería tenía el papel de mayorista mientras que la farmacia se dedicaba a la venta al por menor. Ambos tipos de establecimientos “van de la mano y hacen frente común y contra la invasión de especialidades extranjeras” pero cuando consiguen que el Gobierno establezca un cierto proteccionismo, los farmacéuticos “marcan territorio y los dejan fuera del mercado y del medicamento”, cuenta Usó, quien recuerda que en pleno periodo republicano los drogueros fueron a la huelga general al sentirse “traicionados y perjudicados por los farmacéuticos”.

Franquismo: cánnabis y barbitúricos

El libro acaba en 1939, con la entrada de las tropas franquistas en Valencia. Sin embargo, el autor, uno de los mayores especialistas en la historia de las drogas en España, conoce bien qué ocurrió después. “En la posguerra el caso español presenta una casuística muy particular, con un cannabismo que han traído las tropas vencedoras y con el que hace la vista gorda”, explica Usó, quien destaca que la cocaína se queda para un “consumo residual entre los capitostes del régimen” y los artistas (“por ejemplo, Manolo Caracol y Lola Flores consumían cocaína a espuertas en los años 40, el actor Jorge Mistral murió prácticamente cocainizado”, indica el investigador).

Durante la posguerra, la cocaína se sigue vendiendo en el mercado legal como anestésico local aunque también llegaba polvo blanco de contrabando. “El gran consumo que empezó a aparecer fue el de anfetaminas y barbitúricos, a los que en el mundo se les conoce en aquella época como la droga española”, asegura Usó, quien recuerda que en pleno franquismo “hay gente que viene de Inglaterra o Francia a cargar aquí anfetas, que se vendían con una liberalidad importante”.

Las anfetaminas, publicitadas como adelgazantes, se consumían por parte de “camioneros, taxistas, opositores o amas de casa para estimularse en las tediosas tareas domesticas”, explica el autor de Arroz, horchata & cocaína.

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