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Así se drogaba España en la farmacia (y sin receta) hasta que cuatro yonquis aristócratas murieron por sobredosis

Comprimidos con cocaína del doctor Torrens de una farmacia de València.

Lucas Marco

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Hasta 1918, un simple dolor de cabeza o un tumor, se combatían con opiáceos servidos cómodamente en las farmacias españolas y sin receta. Sin que existiera otro analgésico, el opio en cualquiera de sus modalidades servía para remediar cualquier dolor... hasta que cuatro aristócratas fallecieron por sobredosis de morfina o cocaína, para escándalo de la prensa de la época. 

“Desde antiguo hay voces en España que se quejan de la importación masiva de opio cuando aquí se podría cultivar adormidera”, explica por teléfono a eldiario.es el escritor Juan Carlos Usó, autor de Drogas, neutralidad y presión mediática (El Desvelo Ediciones, 2019).

Usó (Nules, 1959) es historiador, sociólogo, bibliotecario en el Ayuntamiento de Castelló y uno de los principales investigadores sobre los orígenes de la prohibición de las drogas en España y sus consecuencias en el presente. También es un severo crítico de las políticas prohibicionistas: “Una cosa que en principio estaba controlada por médicos y distribuida por farmacéuticos, ahora está controlada por la policía y distribuida por criminales”. “Que cada uno se pregunte si hemos salido ganando o perdiendo”, apostilla.

El uso terapéutico de estas drogas, que hoy en día son ilegales y se venden exclusivamente en el mercado negro, puede resultar llamativo si se observa la publicidad de la época en los periódicos.

“El jarabe de heroína de Bayer que se recomendaba hasta para los niños era preventivo de la gripe y se usaba para combatir la tos”, afirma Usó. Su uso a principios del siglo XX “no es para colocarse, es para aliviarse”. “Había un montón de jarabes a base de heroína fabricados por farmacéuticos locales, como el doctor Madariaga o el doctor Arnau y algunos se publicitaban en los periódicos libremente”, añade.

En la España de la Restauración, el consumo de drogas era “interclasista”. Mientras que la heroína es una droga cara (el gramo sale a cinco pesetas), la morfina cuesta tres pesetas y otros opiáceos como el láudano —una especie de vino acompañado de canela, clavo y azafrán que podía contener hasta un 30% de opio— se pueden obtener por apenas unos céntimos. (El láudano fue retirado de la circulación en 1978 ya que era el producto más solicitado por los toxicómanos que pegaban palos en las farmacias).   

Hasta 1918, el consumo de opiáceos en la farmacia se hacía sin receta. Paradójicamente, “a partir de la prohibición se dispara el consumo para fines lúdicos”, explica el autor del libro, quien también ha estudiado, entre otros asuntos poco explorados, los orígenes históricos de las unidades antidroga de la Policía en España.

Uno de los capítulos del libro retrata a la “aristocracia toxicómana” española. Entre julio de 1916 y septiembre de 1917, cuatro jóvenes aristócratas aficionados a los paraísos artificiales fallecieron por sobredosis de morfina o cocaína. Mientras Europa vivía la I Guerra Mundial, los marqueses de Casa Montalvo y de Lozoya, el príncipe Pignatelli de Aragón y el conde de Villanueva de Soto sufrieron sobredosis que llegaron a las portadas de los periódicos de la época.

El Conde de Villanueva del Soto murió por sobredosis tras haber protagonizado una bronca nocturna en un cabaret en San Sebastián, cerca de donde veraneaba la familia real. Según la crónica de El Pueblo Vasco, el joven aristócrata “aspiraba, depositándola previamente en el dorso de la mano, cocaína en polvo”. 

“Demasiada sangre azul envenenada en poco tiempo para aquella España reinada por Alfonso XIII”, escribe Usó, quien considera que sus muertes “debieron tener un peso entre las élites gobernantes del país” e influyeron “de manera decisiva” para que el Gobierno se sumara a “la cruzada internacional contra las drogas eufóricas”.

La obra también analiza el contexto internacional de las drogas en el siglo XIX y principios del XX. En el Imperio Austrohúngaro, la emperatriz Elizabeth, su hijo el príncipe Rodolfo y su cuñado el archiduque Maximiliano se entregaron al consumo de la morfina y de la cocaína “de manera incondicional”. Egipto, según cuenta Usó, sufrió la primera epidemia de heroína e innovó la “ruta intravenosa como principal vía de administración”.

En China, las dos Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860) se saldaron con la ocupación del país por parte de potencias extranjeras: “Los comerciantes de opio, las empresas de transporte, los banqueros, las compañías de seguros y los gobiernos occidentales implicados obtuvieron grandes beneficios, pero el coste social y económico de tener un número cada vez mayor de opiómanos en China y en toda Asia oriental y sudoriental resultaba insostenible”, escribe el autor castellonense.

Usó opina que el contexto internacional de las drogas no influyó “ni mucho ni poco” en España. “Lo expongo más que nada para mostrar que en todos los países se asume la prohibición más o menos en la misma época, entre 1914 y 1922”, sostiene. “En todos los países hay campañas mediáticas muy fuertes para que los gobiernos tomen medidas”, explica.

El autor ha analizado las campañas de diarios como Germinal o El Diluvio contra las drogas. El 1 de marzo de 1918 acabó la etapa de “libertad farmacológica” con la primera legislación que exige la receta médica obligatoria. A partir de 1932, el Gobierno republicano prohíbe incondicionalmente la heroína e inicia así la época de la prohibición que dura hasta hoy. “Lo único que se ha conseguido es cronificar aquello que se temía”, lamenta Usó. 

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