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Objetivo: Desigualdad para todo el 99%

Miguel Ángel Martín

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A veces creo que somos muy ingenuos. Hablamos de los crecientes índices de desigualdad, que se han disparado en el último lustro en nuestro país, como si fuesen un accidente, un fenómeno meteorológico impredecible, algo inevitable. Nada más alejado de la realidad: las políticas neoliberales provocan o mejor generan sociedades tremendamente desiguales. En el magnífico ensayo de Richard Wilkinson y Kate Pickett “Desigualdad: un análisis de la infelicidad colectiva”, los autores dan clara muestra de cómo la desigualdad genera sociedades enfermas. De cómo las sociedades mas desiguales son aquellas en las que los problemas de salud o de violencia están mas extendidos; y por el contrario en las sociedades mas igualitarias los problemas sociales y de salud son menos frecuentes.

Otra de las cuestiones básicas de este ensayo, es la constatación de que no es una cuestión de países ricos y pobres, hay países catalogados como ricos que son tremendamente desiguales. Es curioso descubrir que los países más igualitarios son aquellos en los cuales las políticas fiscales son más progresivas, que existe un salario mínimo digno, que hay políticas activas contra el desempleo, que se regulan los impuestos, que existen impuestos sobre a las herencias, que se apoya la natalidad, que las pensiones públicas son adecuadas, que existe una gestión adecuada y justa con impuestos como el IVA. O que limitan las diferencias salariales para mermar las desigualdades, como en el caso de Japón. En definitiva países donde la protección social no está mercantilizada.

Según Eurostat, España, hoy por hoy es el segundo país más desigual de la Unión Europea tras Letonia, aplicando el Coeficiente de Gini (0´357). En nuestro país, según la EPA tenemos 5.622.900 desempleados/as; más de 1.834.000 hogares con todos sus miembros en el paro; una tasa de paro juvenil de 53´1%; 700.000 jóvenes han salido desde el inicio de la crisis según la sociología Amparo Gonzalez para la Fundación Alternativas. Un nuevo sistema laboral escalonado, en el que la mitad de los contratos son temporales, donde se potencia el tiempo parcial, raquítico en derechos y salvaguardas para la parte más débil, unido a un ataque desmedido al mundo sindical, que si bien merece muchas críticas, no deja de ser lo que hemos querido que sea.

Con una protección social ante el desempleo cada vez con menos recursos, algo de lo que el neoliberalismo es consciente y por eso lo ha convertido en una responsabilidad individual. Donde la juventud constituye el núcleo del “precariado”, término acuñado por el sociólogo Guy Standing para referirse a una nueva clase social formada por aquellas personas que carecen de cualquier estabilidad, que sufren exclusión económica y cultural y que malviven combinando varios trabajos para sobrevivir.

Con toda esta gran bola de nieve que ha engullido muchos de los derechos sociales y laborales conseguidos en los últimos cincuenta años, una de las cosas que han quedado claras es que la justificación moral del capitalismo que afirma que “la persecución del beneficio individual, proporciona el mejor mecanismo para la persecución del bien común” es una gran sandez, una gran mentira, casi tan grande como el programa electoral del PP. Por cierto que en 2011 se presento a las elecciones generales bajo el lema “Súmate al cambio”, los que se sumaron no sabían que restaría tanto.

La desigualdad económica es considerada la enfermedad del Siglo XXI. Hoy la mitad de la renta mundial está en manos del 1%. Recientemente el trabajo del economista Thomas Piketty “El Capital en el Siglo XXI” (las más de 700 páginas las acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica - en catalán lo ha hecho RBA), demuestra a través de una investigación empírica que abarca desde el siglo XVIII hasta hoy, que el capitalismo es una maquinaria que intrínsecamente produce desigualdad. Este estudio no ha gustado mucho a las corrientes neoliberales hegemónicas en el mundo de la economía, pues redefine al capitalismo como una especie de estafa de los más poderosos hacia los más desfavorecidos. Como comentaba Joaquin Estefanía en la reseña de este libro en la Revista Alternativas Económicas de Noviembre de 2014 “… más allá de objetivos intermedios, la desigualdad extrema atenta contra la democracia.”

La desigualdad, no es un accidente, ni un error de medida, es una cuestión estructural dentro de un sistema, el capitalista basado en el interese individual y en la inequidad. Roto unilateralmente el consenso posbélico de 1947, roto el “Contrato Social”, a la parte que si habíamos cumplido solo nos queda como salida cambiar el sistema. El aumento desmedido de la desigualdad en nuestro país obedece a la puesta en marcha de una serie de medidas encaminadas a perpetuar este nuevo modelo a costa de las clases medias y trabajadoras. ¡Atención optimistas! no estamos ante una cuestión coyuntural y transitoria, esta nueva vuelta de tuerca se encamina resituar a las fuerzas económicas ante una nueva era en la que ellos ocuparan el poder de manera hegemonías y absolutista.

En lo que respecta a la política, los acontecimientos de los últimos cinco años han demostrado que los dos grandes partidos (con la complicidad del nacionalismo periférico conservador) no están dispuestos a cuestionar los dictados del poder financiero. Prueba de ello es la modificación “exprés” del artículo 135 de la “inamovible Constitución”, donde se prioriza el pago de la deuda pública a cualquier otro (Sanidad, Educación, Dependencia etc…) eso sí, se aseguraron antes de meter como deuda pública el coste del rescate bancario. Mientras, el ciudadano se queda alucinado al ver que ante los casos de corrupción política y bancaria más sonados de los últimos treinta años, los únicos juzgados y condenados han sido los jueces instructores. El “establishment” se extraña que la ciudadanía se sienta identificada con propuestas políticas que hablan de sus problemas, por gente como ellos que tienen sus propios problemas. Gente que habla de desahucios injustos a gente que los sufre. Gente que habla de desigualdad a los más desiguales. Gente que cuando habla de política, habla de mandar obedeciendo. Gente que habla de cambio, de esperanza, a gente que lo ha perdido casi todo.

Y no, lo que estamos sufriendo los últimos años, no es producto de la naturaleza, ni de ninguna conjunción astral o castigo divino. Es el fruto amargo para la mayoría, de un sistema que se sustenta sobre la desigualdad, sobre la pobreza, hablando claro sobre el hambre y la miseria de muchas personas en nuestro primer mundo o en otros. Y si, se puede cambiar. Hay alternativas y deben ser realizables, de lo contrario no se entendería el miedo que por fin se está instalando en el otro lado. Es curioso que con tan solo unas pocas encuestas de intención de votos y un puñado de diputados se consiga entre el pensamiento Neocon ese efecto de moderación en su insaciable voracidad.

Como afirmaba el historiador Josep Fontana “Buena parte de las concesiones sociales se lograron por el miedo de los grupos dominantes a que un descontento popular masivo provocara una amenaza revolucionaria que derribase el sistema”. Ahora sabiendo lo que hace esta plutocracia con los pactos y contratos sociales. La pregunta clave que deberíamos hacernos, es si lo dejamos ahí, o queremos ir más allá.

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