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CV Opinión cintillo

Joan Fuster, federalista y europeísta

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En un libro poco conocido de Joan Fuster –Dos Quaderns inèdits- editado por Bromera, y con una erudita introducción y notas de Francesc Pérez Moragon, nuestro escritor reivindicaba la pertinencia del federalismo en dos reflexiones del 10 y el 11 de julio de 1954 correspondientes al Quadern VIII. Por entonces, en pleno franquismo, Joan Fuster tenía 32 años y ya había reflexionado sobre los nacionalismos, de manera bien diferente a todos los intelectuales españoles en aquella España nacionalcatólica. De hecho, él siempre dijo que era antinacionalista; o que era nacionalista lingüístico-cultural porque el hiper-nacionalismo español le forzaba a serlo. A qué punto era antinacionalista que uno de sus aforismos durante la dictadura era así de contundente: “Sense banderes, sense himnes, sense viscas”. En el susodicho Quadern VIII Joan Fuster precisaba su concepción del federalismo. Cuestión hoy de plena vigencia.

Dejando a un lado las consideraciones políticas coyunturales que trae a su reflexión, el ensayista valenciano resalta que “el nacionalismo francés no entiende su existencia con los otros, sino contra los otros. Para mí, el federalismo –si es que hace falta optar por un nombre- supone una manera de entender las relaciones sociales, y no solamente las interestatales, basada en la colaboración y en el respeto mutuo: en la convivencia”. Es decir, para Fuster el federalismo no es simplemente una forma de organización política, sino un presupuesto lógico y ético de consideración y aceptación del “otro” tal como es, con sus cualidades y circunstancias, sin desprecios ni prepotencias. El pecado original del nacionalismo habían sido las ambiciones hegemónicas estatales que tantas guerras habían producido en el continente europeo durante tantos siglos. Ante ello y ante la pretensión de una Europa unida, Fuster, adelantándose a su tiempo, sentencia: “Los federalistas han de comenzar a serlo dentro de su casa”.

Este último punto es esencial en la obra política de Joan Fuster. Solo constituyéndose cada Estado en sus respectivas federaciones podrá concebir y comprender una Europa federada. Si así no fuese Europa solo sería un conjunto pactado de diversos intereses. Los politólogos españoles de entonces solo concebían el federalismo europeo como una forma de organización política, de federación voluntaria, donde varios estados se sometían a una autoridad común centralizada en la que delegan atribuciones sin perder su autonomía. Pero cada estado permanece en su interior intocable y centralizado: irrespetuoso con las lenguas y tradiciones de sus diferentes territorios y lenguas. Solo por “una dimisión de cara al interior” de cada estado puede tener éxito una federación europea. El ciudadano europeo aceptará dicha federación exterior cuando vea que la mayoría de las funciones políticoadministrativas pueden realizarse con más eficacia y eficiencia desde su ‘pequeño país’ o desde su comarca. Esta es la inflexión radical que hace Fuster para concluir que, en el fondo, los actuales estados y la propia federación europea podría subsistir óptimamente reconvirtiendo sus actuales estados en entidades ‘regionales’ y dando carta de naturaleza a sus maltratadas minorías nacionales.

Intuitivamente, Fuster estaba aplicando a lo políticosocial la teoría general de sistemas. Dicha teoría se ocupa de la organización, estructura y jerarquías, así como de isomorfismos en los seres vivientes y en las organizaciones. Un sistema se define como una entidad con límites y con partes interrelacionadas e interdependientes cuya suma es mayor que la suma de las partes. Su propósito es estudiar los principios aplicables a los sistemas en cualquier campo de investigación. Una de las formas más usuales de organización estructuradora es la jerarquía. Jerarquía es un conjunto ordenado por una relación asimétrica de dominación. Nivel es una parte de la jerarquía que se distingue por la aparición o emergencia de novedad cualitativa en el proceso. Al cambiar de nivel cambian las leyes. Los principios o leyes usados para caracterizar el comportamiento de un nivel no pueden derivarse de los principios aplicados en otros niveles. Pero, para que un sistema funcione bien en un cierto nivel es necesario que los niveles por debajo funcionen en toda su potencia ordenada y correctamente.

Cada nivel tiene sus propios elementos y leyes, los cuales pueden ser distintos. Las organizaciones humanas suelen ser sistemas jerárquicos con múltiples niveles y objetivos. La jerarquía completa, comenzando por el individuo, es: familia, municipio, comarca, región, nación, estado nacional, estado plurinacional, continente y mundo. Al cambiar el nivel cambian las leyes. Si Europa es un nivel, sus competencias y leyes de comportamiento no serán del mismo tipo que las razones que ordenan cada uno de sus estados. El Estado español es otro nivel y sus principios no pueden ser los mismos que los de su nivel anterior que la componen: el País Valenciano, Cataluña, Euskadi, Galicia, Andalucía… Es por tanto irracional y acientífico pensar que un nivel superior o uno inferior ha de copiar a cualquiera de los demás niveles pues sus necesidades, funciones y metas son diferentes. De lo que se trata es de coordinar la acción conjunta de todas las unidades… Así ocurre también en biología o en el comportamiento neuronal. La centralización estatal que pretende Vox es un disparate y es anticientífico. Es una organización amorfa, irregular, descontrolada. Y, a tenor de ello, es económicamente un sistema muy caro pues cada territorio diferencial no rinde todas sus posibilidades de creación de riqueza. No puede haber una clase política deslocalizada que imponga una meta desde y para el nivel Estado español obviando los niveles inferiores. Para ordenar racionalmente la organización política, y más ante la creciente complejidad del mundo, es necesario aplicar el método científico, en este caso la teoría general de sistemas. Y, por ello mismo, aquí un federalismo coherente debe ser asimétrico.

Dos años más tarde, en un espléndido ensayo de su Diari 1952-1960 titulado Una farsa, Joan Fuster se explaya desmontando una por una las razones de las diversas tipologías de antinacionalismos. Quizás hoy más que nunca tendrían que leerlo los “figurines cosmopolitas, animales de encantadoras displicencias, sibaritas del desdén” en justa definición de Fuster. En este pequeño ensayo concluye escribiendo: “Mal puede confiar el cosmopolita que los pueblos postergados se pongan a la altura de su exigencia, si él mismo se dedica a fomentar resentimientos, o a agraviarnos con complejos de inferioridad. En realidad, un nacionalismo solo se crispa y enardece frente a otro nacionalismo que le amenaza. O mejor: una nación solo tiene necesidad –a veces necesidad biológica, de instinto de conservación- de exaltarse en nacionalismo cuando se ve en peligro ante las ambiciones de otra nación. Son muchos los hombres del mundo que nos sentimos nacionalistas porque los otros no nos permiten dejar de serlo…”

No voy a elucubrar si tras el decepcionante Estatuto de Autonomía que se le otorgó al País Valenciano en 1982, Fuster siguió creyendo en la posibilidad del federalismo. Tampoco es momento de elucubrar sobre los límites y delegación de competencias a un Estado federal central de dicha doctrina política, pues hay muchos matices según países. Como realidad, el federalismo es el sistema por el cual se rigen algunos estados que descentralizan unidades de gobierno inferiores al central, a las cuales se les garantiza la conservación de sus peculiaridades, particularidades, idioma, costumbres, derecho, y pueden administrarse por un gobierno y parlamento propios, pero subordinados en ciertos aspectos de la vida pública al Estado central, cuya mayor o menor fuerza tipifica el grado de federalismo del país en cuestión. Si analizamos todas estas propiedades que dan carácter al territorio federado y sustancia respetuosa a su historia, y lo comparamos con muchos de los países más avanzados del mundo, todavía estamos lejos los valencianos de participar de un auténtico Estado federal. No obstante, aunque tenemos un Estatuto de 2ª división, sin los libros de Joan Fuster ni siquiera lo habríamos tenido.

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