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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

CV Opinión cintillo

Como una ola

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Dos padres intelectuales de la ola conservadora que vivimos en España[1] han muerto recientemente antes de que esta ola la vieran hacerse realidad electoralmente. Antonio Escohotado y Fernando Sánchez Dragó eran muy amigos. Estamos en 2009; en una de sus muchas conversaciones televisadas, Escohotado, lucía el primer tomo de ‘Los enemigos del comercio’, quizá su obra más importante, incluso más que su ‘Historia general de las drogas’. Resumiendo sus miles de páginas en las que repasa la historia política de la humanidad, siguiendo a su admirado Hegel, escribió: “Lo que he aprendido es que la libertad y la seguridad se replican como las espirales del ADN. Lo que sugiero es que la reclamación de seguridad siempre viene en la humanidad después de un progreso de la libertad”.[2]

Libertad viene de “leudh”[3], que significa crecer. Sería algo así como “la condición para el crecimiento”. En 1944, Schrödinger publicó ‘¿Qué es la vida?’ y habló del “orden del orden”, la lucha contra el caos, de que, básicamente, la vida es crecer contra el caos. Por tanto, parece que nos sale una bonita ecuación: libertad = vida. Si fuera esto así de sencillo, sin barreras, solo habría una consigna posible, una técnica de la libertad que la perfeccionara. Un partido único en todo el mundo que garantizara la libertad, un totalitarismo espontáneo de la libertad, no impuesto por nadie, sino producido a raíz de la misma obviedad por la que no se debate que los bomberos apagan fuego y que los médicos quieren curar. Los políticos serían fábricas de libertad. Pero no es así porque tenemos más cosas instaladas en nuestro cerebro. No es tan fácil.

Tenemos un botón rojo, una amígdala que nos genera miedo. Todo aquello que asociemos con el peligro, no nos dejará pensar, ni mucho menos ser libres. Un fósil para algunos, una propiedad salvadora para otros. Volvamos a Escohotado, el lider póstumo de este giro conservador: “Históricamente hay un rebote muy fuerte al decir que la renta per cápita sube, el poder adquisitivo sube, pero… ¿a dónde vamos? Es la sensación de horror, no tanto al vacío, sino horror a la incertidumbre”.

Ante ello se requieren calmantes: Azúcar, tabaco, simplicidad, “modelos ideales”, de los que Escohotado alertó siempre. Retropía, idealismos e hidratos de carbono. Todo aquello que nos quita del miedo inmediato, nos da seguridad y confianza.

En resumen y por ello, parecería que solo hay dos direcciones políticas tanto para la izquierda como para la derecha: idealizar la seguridad o la libertad. Elegir entre pausa o movimiento.

Si se idealiza la libertad, como valor supremo que siempre vale, nos vemos “Libres y decisivos”, tanto que no nos sentimos atrapados por el miedo, que somos energía infinita para el movimiento, pase lo que pase. Al final, pasa lo que pasa. Que no siempre tenemos ganas de ir a la “Ribolució”, de pensar en el “Futuro”, de tener “Valor para votar lo que piensas” o de tener “Valentía para transformar”. Parece ser que después de una pandemia, un acelerón climático, una nueva cultura feminista, urbana, digital… Hay épocas que después de todo, mejor en casa con un caldito.

Parecía claro: Idealicemos entonces la seguridad. “Voto seguro”. Pero alguien de izquierdas piensa “si ahora lo que toca es seguridad, vayamos a ello… la seguridad pueden ser… ¡los derechos públicos básicos!. Al ser tan básicos, todo el mundo estará pensando en lo básico y será obvio que Seguridad = Básico (sanidad pública, educación, bomberos…) eso nos da seguridad. Y casi, pero tampoco. A nuestra amígdala lo que le da miedo no suele ser no tener beca-comedor, ni la falta de camas en un hospital. Eso puede ser un dolor de cabeza, pero no una pesadilla de sueño irracional. Una cosa es un problema y otra un miedo. Susto dan las cucarachas, los insectos raros, las noticias improbables, y generalmente no son un problema. La seguridad política no la transmite acabar con los barracones, sino que la transmite una cara amable, un tono moderado, firme y tranquilo.

Imaginemos que lo hemos logrado, que llegamos al ideal de esto. Que nos basamos en transmitir amabilidad, calma y ser la imagen de confianza. Que con “el president” (y punto), lo tenemos hecho, de sobra, la gente lo ha percibido. Hay una mezcla de gran experiencia, gestión emprendedora, reflexión e ideas que fluyen rápidas en el día a día. Admirado justamente por los grandes, nadie niega que es un maestro. Sin querer, empezamos a dejarnos llevar por la inercia: Poco a poco descolguemos las trabas de complejidad, dentro y fuera y pasemos de ser un barullo, un lío, una tensión, a ser algo aplaudible y sereno. Se arrastra cansancio pero la realidad se ablanda poco a poco: se acaba lo de pactar en largas horas de la madrugada, los enfados públicos, las críticas cercanas, se acabaron las filtraciones desde dentro y fuera, las telenovelas turcas por un puesto de dirección… Casi, casi, fin del lío. Era todo más fácil, se trata de preguntar “¿qué quiere la gente?” Responderlo y darlo todo. A tope y sin descanso. ¿Millones? Millones. ¿Canciones? Canciones. ¿Agua? Agua. Todo con el miedo a que vuelvan. Vamos, mar en calma, que ya llegamos a la orilla. De repente, la realidad vuela, “perdidos a tu tormenta, perdí el timón sin darme apenas cuenta”... todo creció “como una ola”. Tenían “ganas”.

[1] Visita guiada a la fatxosfera - El Temps

[2] Los enemigos del comercio (Parte I) | Las noches blancas

[3] Raíces Proto-IndoEuropeas (PIE) - leudh

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