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Todavía el racismo en España

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El 21 de marzo se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial proclamado por la ONU en 1966, pues ese día en 1960 la policía abrió fuego en Sharpeville (Sudáfrica) en una manifestación pacífica contra las leyes del apartheid, asesinando a 69 personas. Este día nos espolea a seguir luchando contra la segregación y marginación racial y xenófoba. El racismo, la intolerancia y la xenofobia siguen siendo comunes en todas las sociedades, por lo que la ONU pide a los países que redoblen sus esfuerzos para eliminar todas estas formas de agresión. Los recientes y constantes abusos de los policías de EEUU contra los afroestadounidenses (los asesinatos de Rayshard Brooks o de George Floyd) han causado la indignación mundial por su alevosía, y han actualizado todavía más el problema irresuelto durante siglos del racismo. El Ku-Klux-Klan, que se dirigía primero a los antiguos esclavos negros o sus descendientes, hoy ha extendido sus acciones hacia los trabajadores latinos de cultura, hábitos, y aspecto exterior distintos de la sociedad estadounidense de raíz sajona. Podríamos pensar que en España no hay racismo. Pero no es así.

El racismo es un hecho firmemente arraigado en España, tanto que no lo percibimos. Sin embargo, en las últimas dos décadas –curiosamente con el afianzamiento del partido Vox- en las redes sociales se han multiplicado mensajes y vídeos anónimos llenos de prejuicios y falacias como que “reciben más ayudas que nosotros”; “nos quitan el trabajo”; “si tanto te gustan, mételos en tu casa”; “son unos vagos y vienen por las subvenciones del Estado que son mayores que las de los españoles”; o el sempiterno “no soy racista, pero…”. Todo fruto de la manipulación, la ignorancia, el olvido y la hipocresía de que durante décadas los españoles fuimos emigrantes. El racismo y la xenofobia se ha ampliado año tras año, con amenazas y violencia, y así lo demuestran los informes sobre la evolución de delitos de odio en España, mostrando también que el 81% de personas que habían sufrido racismo no lo habían denunciado por miedo. El Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia incide también que en el ámbito normativo los avances son pobres. Todos tenemos en nuestra memoria los incidentes de El Ejido o el incendio de los almacenes chinos de Elx. O la concentración en Lavapiés contra la muerte del mantero senegalés Mmame Mbage en 2018 bajo el lema “contra el racismo institucional asesino”, las pertinaces agresiones en los metros de las ciudades o las burlas y pitidos a deportistas negros. Muchas conductas demuestran la incoherencia y doble moral de los españoles ante los negros: trabajan en tareas despreciadas por los españoles, y, aunque las pagas son de miseria, no verás a un negro pidiendo a las puertas de una parroquia o de supermercados, manteniendo su dignidad (maltratados y super-explotados, seguimos, curiosamente, con la frase peyorativa “trabaja como un negro”). Mantener el constructo “raza” culpabilizando de otros problemas a los inmigrantes es un chivo expiatorio.

Por ello es necesario trasladar todavía desde la educación unas cuantas ‘ideas fuerza’ para prevenir el racismo y la xenofobia que la internacional del odio intenta imponer, y que inconscientemente perduran en la inmensa mayoría de la población. El concepto raza, tal como era entendido en el siglo XIX, hacía referencia solo al color de la piel, pero a partir del siglo XX expresaría un rechazo cultural basado en la apariencia biológica. La xenofobia, que se había sustentado en las diferencias nacionales o religiosas, cristalizó a partir de entonces en torno al vago concepto de raza dentro de los países de inmigración en los que se habían ido agrupando distintos conjuntos nacionales y religiosos. Ambos conceptos, a efectos prácticos, hoy se entrecruzan. Tres ideas que desarman el racismo:

  • Las razas científicamente no existen: desde el punto de vista genético solo se han podido identificar dos genes diferentes que sumen sus efectos para determinar la pigmentación del cuerpo (tengamos en cuenta que cada cromosoma contiene cientos de miles de genes, los cuales tienen las instrucciones para hacer las proteínas; cada uno de los genes estimados en el genoma humano produce un promedio de tres proteínas). Por otro lado, existe un continuum en el color de la piel según países y personas que impide hablar de una dicotomía excluyente blancos/negros. De hecho, una de las pruebas de terapia psicológica antirracista es colocar cien fotos consecutivas desde un hombre muy blanco y, poco a poco, cada foto muestra un hombre de pigmentación más oscura hasta llegar a la última foto con el hombre más negro. Si se le pide a la persona racista que marque la foto en que un hombre ya no es blanco, o ya es negro, el racista no sabe dónde poner el límite separador. Al mismo tiempo, un negro puede compartir con un blanco un porcentaje de ADN mayor que con otros negros, lo que afianza la conclusión de que la división en cuatro razas es una construcción mental simplificadora. Según los expertos si solo quedaran en la Tierra un pequeño número de individuos aislados en un rincón de Guinea, por ejemplo, “el 99% de las variaciones genéticas de la humanidad continuarían representadas a través de su ADN”. Ni a nivel de especie humana, ni de grupos o poblaciones que reconocemos no se ha descubierto un determinismo en ninguna traza del código genético, propio de los individuos de la especie humana, donde exista ninguna programación o factor que predisponga, por ejemplo, a hablar una lengua concreta, o a emparejarnos, o a comer unos alimentos concretos. Asimismo manteniendo esta similar química genética, el ADN de un individuo posee singularidades identificables –como las huellas dactilares o el grupo sanguíneo, o un cáncer- que pueden ser más parecidos entre un blanco y un negro que entre dos blancos. Cuando en 2003 se finalizó el Proyecto Genoma Humano se pudo examinar al completo el linaje humano a través de la genética: quedó demostrado que la raza no es un concepto biológico sino social. El doctor Harold P. Freeman, encargado de estos estudios, afirma: “si preguntas qué porcentaje de tus genes se refleja en tu apariencia externa, la base sobre la cual hablamos de raza, la respuesta está en el rango del ‘.01’ por ciento. Este es un reflejo más que ínfimo de tu apariencia externa”.

Aunque el peso total de lo genético del homo-sapiens –herencia- es personalmente mayor de lo que se presuponía con respecto al del medio ambiente (lo cual, no obstante, sigue reforzando la importancia de la educación), la biología no nos puede decir todavía mucho sobre la capacidad de aprendizaje, la producción de lenguaje, el pensamiento… Estas son cuestiones que pertenecen al ámbito de la cultura y adaptación en cada momento de su historia de los grupos humanos.

  • España tiene una historia racista: además de una vergonzante trata de personas negras durante tres siglos, España acogió las Primeras Jornadas Eugenésicas en 1928. Así, la creencia en que la herencia influía en las características físicas, psíquicas y morales de los individuos, y que los negros eran inferiores, se impuso en algunos sectores políticos y sociales. El racismo ‘científico’, basado en el racialismo caló hondo en los fascistas españoles, como el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, el escritor José María Pemán, o en el político José Antonio Primo de Rivera y su Falange Española.
  • La cultura no justifica diferencias jerárquicas entre grupos: cada cultura es, de hecho, y observada en un momento en el tiempo, una propuesta global de subsistencia y organización, de orden sobre el caos de la indeterminación genética de la especie. Las culturas son respuestas organizadas de los grupos humanos a sus entornos, entendiendo que los propios grupos humanos son partes integrantes de estos entornos. Si la diversidad es aquello que vemos, la variabilidad es, en cambio, lo que constituye la expresión de aquella capacidad adaptativa, desde la perspectiva de la cultura. Por ello es absurdo que un pueblo se considere superior a otro. En nuestra sociedad globalizada, además, dos personas de color diferente pueden tener una cultura (unos roles, estatus y creencias) más similar, por los avances tecnológicos, que otras de su mismo color. Hoy más que nunca hay una unidad dentro de una variabilidad. Considerar la cultura como una respuesta humana universal dinámica y cambiante, nos permite descartar argumentos que fundamentan la discriminación en definiciones estáticas y simplificadoras de las relaciones de los humanos con otros humanos y con sus entornos. No podemos cejar en dotar a los niños de una educación antirracista y antixenòfoba, pues el corpus de las investigaciones sobre la infancia y la raza demuestra que los niños blancos –a pesar de su inocencia- desarrollan un sentido de superioridad blanca desde las escuelas infantiles. Este temprano inicio no debería sorprendernos, puesto que la sociedad nos envía mensajes de que ser blanco es mejor que ser negro.

Los objetivos actuales de la internacional del odio son dividir, segregar y confrontar grupos sociales. Por ello, todo el futuro del desarrollo humano está en riesgo y es urgente entender las relaciones entre los grupos para contribuir a mejorarlas y, en definitiva, estar dispuestos a crear espacios de negociación sociocultural. Sé que en principio hablar de raza es incómodo, porque a algunas personas blancas les molesta y niegan la mayor. Incluso cuando una persona blanca conoce lo que ocurre, es todavía peor para esa persona, porque cae en la cuenta de repente que el color de su piel la ha estado ayudando desde siempre. Toda una historia aprendiendo a empatizar con las historias de los blancos hace que sea capaz de comprenderlo. Pero pienso que hoy y aquí no se trata de culpabilizarnos los blancos, y andar pidiendo disculpas. Los movimientos útiles por el cambio no han nacido de un ferviente sentimiento de culpa. Tampoco la mera solidaridad, si solo se practica de cara a la galería sirve: es pura autoindulgencia En lugar de sentirnos culpables, enfadémonos y denunciemos los abusos contra los negros, sea porque les peguen, por explotación laboral o porque no tengan más remedio que alquilar una habitación para seis. La indignación, para hacer el bien, es detersiva. Lo más perverso de nuestra actual estructura racial es que la responsabilidad de cambiarla acaba subconscientemente recayendo sobre los que están abajo del todo. Cuando el racismo es un problema nuestro, de los blancos. Pone de manifiesto las ansiedades, hipocresías y dobles varas de medir de los blancos. Es un problema psíquico nuestro, y somos nosotros los responsables de resolverlo y con urgencia.

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