Pedagogía y ética ambiental: ¿llegamos a tiempo?
Escepticismo a pesar de la emergencia. Pocos movimientos son tan necesarios como el que inició la adolescente Greta Thunberg para demandar a los políticos mayores acciones ante el cambio climático, y que se ha extendido a nivel internacional en huelgas y movimientos estudiantiles. Sin embargo, los partidos siguen sin dar ni comprometerse a cumplir la batería de medidas urgentes que necesitamos ya. Si la inteligencia es la capacidad de adaptación al medio para sobrevivir y no dañarlo, nuestra especie está demostrando que en necedad ningún animal le supera. Los jóvenes se han dado cuenta que, desde la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, pasando por la de Johanesburg en 2002, hasta llegar al Acuerdo de París dentro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático –y que en 2016 firmaron 96 países más la Unión Europea- se han ido incumpliendo una y otra vez los objetivos para reducir el calentamiento global. Y no solo no se implementan las medidas acordadas sino que el impacto de las emisiones contaminadoras sigue en aumento (con todas las consecuencias que sabemos que conllevarán para nuestros hijos, los ecosistemas, nuestros océanos y geografía, nuestra fauna y flora…)
Actualmente podríamos identificar tres grandes propuestas que atraviesan opciones ideológicas, políticas y morales, no siempre conciliables: 1- la socioecologista (junto a la sustentabilidad biológica se pretende la equidad redistributiva entre países y la limitación del consumo; 2- la ambientalista (se pretende la sostenibilidad a través de propuestas técnicas para la ecoeficiencia; 3- y la culturalista (propone un cambio profundo en el orden simbólico, situando la naturaleza como pleno sujeto de derecho, tal y como refleja la famosa ‘Carta’ del jefe indio Sealth. Todas ellas tienen consecuencias relevantes en los contenidos de la enseñanza. Y al final de este artículo daré unas pinceladas de medidas educativas imprescindibles. La grave, y tal vez irreversible, crisis ecológica en que se encuentra el planeta ha obligado a todas las ciencias –humanas, sociales o exactas- a pensar en las relaciones y aportaciones que existen entre ellas y esa rama de la Biología que estudia los organismos vivos y su ambiente circundante: la Ecología. La Pedagogía tiene el deber de contribuir a aclarar la importancia formativa de las teorías ecologistas para recuperar lo positivo del lazo que une naturaleza y cultura, y en reciprocidad, contribuir a aclarar la importancia formativa del medio-ambiente para un ‘hombre-humano’ y para salvar el planeta.
Mi escepticismo ante la solución de este problema candente en el umbral del siglo XXI es total, pero aplicaré la máxima de Gramsci: “Ante el pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad”. Resumidamente, a mi juicio, en nuestro sistema económico de competencia desaforada, el empresariado, ante la baja tendencial del porcentaje de beneficio provoca más competencia y la especulación, ya que el empresario intenta compensarla por su lado mediante un aumento de la masa de beneficio; de ello resulta una superabundancia relativa de capital que engendra la escasez relativa de materias primas, que a su vez se debe a cosechas y insuficientes o infructuosas o a vanos en periodos de producción; esta superabundancia de capital va acompañada de un subconsumo obrero que la agrava, lo cual, por otra parte provoca, por contragolpe, una caída consecutiva del salario nominal sobreviniendo una crisis ‘necesaria’ de liquidación que permite la recuperación. La superabundancia de capital curiosamente va acompañada de más explotación y subconsumo de los trabajadores, lo cual empeora la situación y genera al mismo tiempo, y paradójicamente, más paro (ese ‘ejercito de reserva de trabajadores’ que necesita el capitalista para no subir –o bajar- los sueldos). La razón última de las crisis es siempre el consumo limtado de las masas que se opone a la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si estas no conociesen otro límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad. La supercapitalización acarrea una superproducción en un ciclo en espiral que necesita el capital para su reproducción. Tal es el destino del neoliberalismo, abocado al progreso indefinido del capital: se ve impelido a producir más y más sin tener en cuenta las limitaciones del mercado y de los recursos, ni las necesidades solventes, ni el mantenimiento de los ecosistemas pues se ve obligado a un aumento del expolio de la tierra; y todo ello a causa de la extensión de la reproducción y acumulación por la transformación constante de la renta en capital: este fenómeno de la creciente superproducción, agravado por el crecimiento exponencial de la población, se infiere de la misma ley que obliga al capital a desarrollarse sin cesar concentrándose cada vez más. Estamos en un círculo vicioso. El atesoramiento, el progreso técnico, el monetarismo, la especulación dineraria sin productos materiales de base y otros factores complican el esquema, que no siempre es idéntico ni sus crisis económicas cronológicamente regulares. Pueden haber causas puramente internas al mecanismo económico o fuerzas exógenas que lo espoleen. Pero su dinámica es repetitiva y ciega, necesitando siempre ante la superabundancia de capital usurpar más y más materias primas para mantener un equilibrio en el conjunto del sistema económico. Tanto la superabundancia de capital como la superproducción y el consumo están en interdependencia y necesitan desposeer y arrebatar sin fin los bienes de la naturaleza. No es que sea un determinista económico, pero sí social: el “tanto tienes tanto vales”, el consumismo absurdo y de usar y tirar, y el egoísmo, no se corrige en cuatro décadas, y más teniendo en cuenta la actual y creciente reciprocidad entre los países: nos hemos pillado los dedos: estamos en un callejón sin salida, y este desarrollo irresponsable, sin un radical cambio de estilo de vida, amén de un ‘decrecimiento’ productivo, colapsará los ecosistemas e inevitablemente destrozará la naturaleza (quizás una socialdemocracia o socialismo democrático internacional y un cambio muy rápido hacia las energías no contaminantes, y las nuevas tecnologías, atemperen el desastre).
Pedagogía ambiental. Ni todos los habitantes del planeta, ni todos los países son igualmente responsables del deterioro (hay incluso quienes lo sufren siendo inocentes y explotados). También muchas personas de los países desarrollados luchan por salvar la naturaleza: el altruismo ante la catástrofe del petrolero Prestige en 2002 o las constantes olas de incendios año tras año, o en el País Valencià el proyecto faraónico de gas natural de Florentino Pérez Castor que se suspendió tras numerosas protestas –sin dejar de provocar entre 2012 y 2013 quinientos terremotos-; o el amplio movimiento en defensa de l’horta y contra la especulación que aquí también hubo… son ejemplos. Pero desde la educación todavía se tiene que trabajar mucho e interdisciplinarmente. ‘Ecologistas en Acción’ en su “Estudio del currículum oculto antiecológico de los libros de texto”, tras analizar sesenta, llegó a la conclusión de que se legitimaba el actual sistema de destrucción ambiental y que no se promovían actitudes y comportamientos enfocados a respetar la biodiversidad y salvar el planeta: entre otras cuestiones, y por lo que comentábamos antes, se ocultaba la insostenibilidad creciente del modelo socioeconómico; o se confundía el bienestar general de la población con el crecimiento económico, priorizando la economía monetaria y especulativa.
Ciñéndonos a unas cuantas medidas educativas más concretas, yo destacaría la necesidad de salir los estudiantes mucho más al mundo natural. Una Pedagogía ambiental no puede concebirse sin estudios concretos sobre el terreno. El distanciamiento infantil del mundo rural y los bosques hace que no reconozcan los diferentes árboles, ni su olor, ni los insectos, ni sepan de dónde procede lo que compran en un supermercado, ni trabajar un huerto (incluso si salen de excursión están pendientes de su móvil). No se puede estudiar el mundo real (solo) en los libros. El mundo real es el entorno óptimo para el aprendizaje; la naturaleza es nuestra maestra y la vida sostenible está basada en un profundo conocimiento local. Así concibieron la educación grandes pedagogos como Decroly, Pestalozzi, Ferrière, Kilpatrick, Piaget, Freinet, Ferrer i Guàrdia, Dewey, Freire o el valenciano Enric Soler i Godes. Así también lo entendieron muchos maestros de la II República (como muestra la película “La lengua de las mariposas”). La alfabetización ecológica consiste por tanto en la capacidad de entender los procesos que permiten mantener los ecosistemas de la Tierra, y vivir de acuerdo con ellos; y comprender que la sostenibilidad es una práctica comunitaria. El físico Fritjof Capra considera como principios ecológicos: la diversidad garantiza la resiliencia; los residuos de una especie son el alimento de otra; la materia circula constantemente por la trama de la vida; la vida no conquistó el planeta combatiendo sino tejiendo redes. El pedagogo David W. Orr escribe: “La educación no está organizada tal y como percibimos el mundo (…) En vez de ello hoy hemos organizado la educación como casilleros de correos dividiéndola en disciplinas que son abstracciones organizadas a la conveniencia intelectual de las grandes multinacionales. Hace falta que una parte del currículo se dedique al estudio de los sistemas naturales tal como los experimentamos, y hacerlo requiere una inmersión en determinados componentes del mundo natural: ríos, montañas, bosques, animales, lagos, humedales, el paisaje, el firmamento, una isla…”.
Solo así los niños desarrollaran su inteligencia naturalista y tendrán la capacidad de distinguir, clasificar y utilizar elementos del medio ambiente ya sean objetos, animales, o plantas. Investigar y desvelar los misterios de la naturaleza incluye las habilidades de observación, experimentación, reflexión, clasificación, integración de conexiones y percepciones, cuestionamiento de nuestro entorno… Hay muchas actividades y muy entretenidas que para ello se pueden realizar: dibujar o fotografiar objetos del medioambiente; leer poesías en el campo; crear un huerto o un herbario, distinguir los cantos de los pájaros; clasificar plantas; realizar actividades de reciclaje; realizar estudios sobre alimentos; cuidar de los animales; visitar un zoológico o una granja; coleccionar fotos de la naturaleza; comprobar la interdependencia de las especies; introducirles en lo que es el comercio justo, comprobar la salud de las aguas del entorno… (ver cuánta basura se produce en clase, en la escuela, en el hogar y saber recogerla y separarla por materiales). Y, por supuesto, diseñar carteles en defensa de los mares, o con la foto y biografía de grandes naturalistas como Linneo, Kepler, Darwin, el valenciano Cavanilles, Fossey, Sagan, Cousteau, Goodall, Margulis… Sí, todo es poco, porque es muy probable que hayamos llegado tarde para salvar el planeta. El neoliberalismo lo impide.