¿Tienes más de 30? Prepara las maletas
A pesar de sus carencias y retrasos, el gobierno acaba de aprobar un plan de empleo para ninis. Pero eso sí: hasta los 25 años. Si pasado el cuarto de siglo de vida no estudias –porque quizás no te lo puedes permitir o porque, qué demonios, ya has estudiado bastante- o no trabajas –debido al páramo humeante que es el mercado laboral español- vete olvidando del gobierno. Decenas de convocatorias públicas tienen marcado en rojo el límite de la treintena, como un acantilado vital después del cual o tienes coche, hipoteca e hijos o te pudrirás irremisiblemente en la agonía del paro y la precariedad.
Y sin embargo, somos miles los treintañeros con vidas rotas, sin ningún futuro y con demasiadas renovaciones de la demanda de empleo –que no de la prestación por desempleo- a nuestras espaldas. Somos miles los que aceptaríamos esas becas de formación para titulados después de 2010, a los que nos gustaría ser un incentivo andante para empresas que sólo se fijan en imberbes de veintipocos. Somos miles los que nos hemos quedado atrapados en una tierra de nadie, un territorio de cenizas y fango en el que ya que no somos jóvenes a ojos del estado y hace demasiado que nadie nos contrata. Somos una multitud apresada en un limbo en el que volver a estudiar es una carísima forma de trasladar nuestros problemas un par de años hacia delante, como una mortífera bola de nieve que acabará por aplastarnos tarde o temprano.
Somos los que no nos podemos permitir hijos –pero nos escuchamos aquello de que “se nos pasa el arroz”- los que, independientemente de lo preparados que estemos, no tenemos ya ganas de estudiar porque, joder, llevamos toda la puta vida estudiando y sentimos un hastío vital ante la perspectiva del eterno estudiante. Somos los que aceptaríamos cualquier cosa pero no hemos sido camareros, o reponedores de supermercado, y tenemos canas y ninguna experiencia y se nos ha marchitado la sonrisa y eso no vende reproductores mp3 ni videojuegos. Más aún: somos también los que hemos sido camatas, o azafatos, o profesores particulares en B, a lo Bárcenas, y aún así tenemos 30 y ojalá encontrásemos la siguiente zamburguesa para trampear el paro durante tres meses más.
No hacemos ni tenemos gracia, como los ninis, tan televisivos, ni tenemos familia propia (cuesta dinero), ni el mínimo atisbo de estabilidad para siquiera empezar a planteárnoslo. El gobierno nos da por amortizados, y por eso lo único que se le ocurre es que emprendamos. Se lavan las manos y nos dicen: “Si lo deseas muy fuerte tendrás éxito y saldrás en un periódico digital de economía”. Como si el consejo de ministros hubiese sido poseído por un Paulo Coelho ultraliberal, nos dicen que el éxito depende de nosotros. Que si no triunfamos es que no tenemos buena actitud, o valentía, o tenemos miedo al éxito, o qué sé yo. Que hay que arromangarse y tirarse a la piscina, que nos lo ponen fácil y es cuestión de dar cuatro brazadas y en nada estaremos en rondas de inversión millonarias. Y una mierda, amigos y amigas.
Emprender para nosotros –quiero decir, para la clase trabajadora, porque esto va de clases- es una carrera de orientación. Nos dejan en el bosque, desnudos, doloridos después de una paliza monumental, a oscuras y con una brújula como único equipamiento. El cielo está nublado y no hay luna: ¿cómo esperan que lleguemos a la meta? Por contra, a los falsos emprendedores –y es que todo es falso en el ecosistema político y económico del Partido Popular: desde falsos liberales hasta falsos demócratas- sus familias les colocan a un metro de la línea de meta, a donde los han empujado con carretillas llenas de billetes de quinientos euros. Da igual que sean tan inútiles que se tropiecen en el mínimo espacio que les falta para completar la carrera: aunque se caigan de bruces llegarán antes que los que aún estamos buscando la salida del bosque hacia la pista de atletismo. Lo que para nosotros es un durísimo campo a través, para otros –los triunfadores- es un aburrido paseo hasta un éxito prefabricado de metacrilato y papel salmón.
Así que ya sabéis, compañeros en la treintena: empezad a preparar las maletas. Aquí ni nos quieren ni nos esperan. Nos vemos allá fuera.