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¿Cómo afecta la felicidad (o la falta de ella) a nuestra salud?

Foto: Bruce Mars.

Cristian Vázquez

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¿Qué es la felicidad? Es difícil definirlo, pero sí parece evidente que todo el mundo desea alcanzarla. Y en los últimos años han surgido diversas iniciativas para valorarla todavía más: desde 2013, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) celebra -cada 20 de marzo- el Día Internacional de la Felicidad, como un “reconocimiento del importante papel que esta desempeña en la vida de las personas de todo el mundo”. Parte de ese rol crucial de la felicidad en nuestra existencia tiene que ver con la salud.

Los efectos de la felicidad sobre el organismo son múltiples: mejora el humor, se potencian las funciones del sistema inmunitario, aumenta la tranquilidad y disminuyen la ansiedad y el estrés, se reduce el dolor, el ritmo cardiaco baja, e incluso se retrasa el envejecimiento y ayuda a prevenir enfermedades como el párkinson. Es decir, la felicidad resulta clave tanto para la salud física como emocional.

Estos dos aspectos (el físico y el emocional) constituyen, junto con la nutrición, los ejes en torno a los cuales gira la preocupación social sobre la salud. A esa conclusión llegó un estudio reciente, realizado por el Instituto Tomás Pascual Sanz (ITPS) y basado en el análisis de medio millón de publicaciones en redes sociales de 155.000 usuarios españoles. Consejos sobre alimentación sana, tutoriales de ejercicios físicos y mensajes motivadores o de relajación conforman, según el trabajo, el “ecosistema” de la conversación sobre salud en internet.

La importancia de pensamientos, sentimientos y emociones

“Las dimensiones físicas, mental y anímica de una persona son tres realidades que se pueden distinguir, pero no se pueden separar”, dado que “nuestra salud, bienestar y felicidad dependen en gran medida del cuidado que tengamos de nuestro cuerpo, de nuestra mente y de nuestra alma”. Así lo explicó el médico y divulgador Mario Alonso Puig, en una charla sobre la importancia de la salud emocional, ofrecida ayer durante la celebración del XIII aniversario del ITPS.

“Los descubrimientos que se están haciendo sobre la relación entre pensamientos, sentimientos y emociones resultan cada vez más sorprendentes y relevantes”, señaló Puig, autor de cinco libros, entre ellos ‘El cociente agallas. Si cambias tu mente, cambias tu vida’, con el que obtuvo el Premio Espasa de Ensayo en 2013. “Muchas veces -añadió- no somos conscientes de la manera en la que los procesos mentales afectan a nuestro cerebro, a nuestro cuerpo en su conjunto y a las relaciones que establecemos con los demás”.

El especialista enumeró tres disciplinas que están proporcionando muchas claves para “conocernos mejor”: la neurociencia afectiva (el estudio de los mecanismos neurológicos de las emociones), la neurociencia contemplativa (que trabaja sobre los efectos de la meditación y otras prácticas similares sobre el funcionamiento cerebral) y la psicología positiva (que pone el foco en las fortalezas y virtudes humanas). Gracias a los descubrimientos logrados en estas áreas, dijo Puig, “se abre un camino para que nuestra vida sea más sana, próspera y feliz”.

Algunas pistas para ser más felices y ganar en salud

Por supuesto, no hay recetas ni fórmulas mágicas para lograr la felicidad. Pero la ciencia ha permitido identificar algunos de los factores que la promueven, o al menos que producen que el cerebro libere dopamina, endorfinas y serotonina, sustancias conocidas como las “hormonas de la felicidad”, pues las tres están vinculadas con el bienestar y el placer. Los problemas fisiológicos que dificultan la producción de esas sustancias son, a menudo, causa de problemas como la ansiedad y la depresión.

Diversos estudios han comprobado que actividades como el deporte, escuchar música, bailar y viajar proporcionan felicidad. Thomas Gilovich, psicólogo y catedrático de la Universidad de Cornell, se dedica desde hace años a estudiar el tema y ha comprobado que tales actividades proporcionan una felicidad mayor que la que se obtiene al comprar bienes materiales. La suma de experiencias y los recuerdos almacenados en relaciones sociales, salidas y viajes generan un bienestar de largo plazo, a diferencia de la satisfacción más bien efímera derivada de comprar cosas.

Por otra parte, existen ciertos alimentos “felices”, que además de ser saludables contienen triptófano, un aminoácido que estimula la segregación de serotonina. Entre esos alimentos se encuentran el chocolate, las nueces, los plátanos, las almendras, las sardinas y los lácteos. Estos y otros productos son la base del ‘mood food’, una corriente muy extendida en Estados Unidos y Japón, cuyo lema es “prevenir la depresión a través de la comida” y que incentiva el consumo de platos que contribuyan al placer y al buen humor.

Un dato más: la felicidad ayuda a conseguir una buena salud a largo plazo. Un estudio realizado en Estados Unidos comprobó que las personas que de adolescentes eran felices al llegar a la adultez fumaban menos, bebían menos alcohol, practicaban más deporte y comían menos comida basura. Y también investigadores de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, llegaron a la misma conclusión: una adolescencia feliz es un factor que ayuda a predecir una vida adulta con bienestar y más saludable.

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