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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Confieso que soy político, ustedes perdonen

Manu Pineda

El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”

Bertolt Brecht

Disculpad que dedique una parte de este escrito a hablar de mí, pero es una confesión y no podría hacerlo de otra manera. Confieso que soy una persona política desde hace más de treinta años. Me reconozco culpable.

En 1984 participé en la creación de un sindicato estudiantil en Málaga, a la vez que militaba en un partido político muy minoritario. En 1986 me afilié a Comisiones Obreras y al año siguiente comencé a asumir algunas responsabilidades en mi organización sindical y en mi centro de trabajo. Unos meses después tomé el carné del Partido Comunista de España y, por lo tanto, de Izquierda Unida. Mi principal compromiso político durante esos años fue en el ámbito sindical, aunque compaginándolo con la vida de partido y las primeras acciones en el ámbito de la solidaridad internacional, principalmente en apoyo a la revolución cubana y contra las ocupaciones del Sahara Occidental y de Palestina.

Mi actividad sindical me llevó a ser condenado a una pena de siete meses de cárcel, sustitutiva por una sanción económica, a causa de mi participación en un piquete informativo durante la huelga general de 20 de junio de 2002.

Desde 2011 estoy dedicado de forma casi exclusiva a la solidaridad internacional, prioritariamente con la causa palestina, lo que me ha llevado a pasar la mayor parte de mi tiempo en la franja de Gaza. Allí he vivido las dos últimas grandes operaciones criminales por parte de las fuerzas israelíes de ocupación: Pilar Defensivo, en noviembre de 2012, y Margen Protector, en el verano de 2014.

A mediados de la década de los 90, una parte de la militancia y de los cuadros de CCOO constituimos su sector crítico, que trataba de frenar la deriva burocrática de la cúpula, reivindicando la línea del sindicato fundado por Marcelino Camacho (otro político) basada en su carácter sociopolítico y en el binomio movilización/negociación. En este proceso tuve oportunidad de trabajar con Agustín Moreno, cara visible de esta corriente a nivel estatal y su cabeza de lista en el VI Congreso Confederal, en 1996; y con Manolo García, uno de los referentes andaluces de este sector. Son muchas las compañeras y compañeros con los que tuve oportunidad de compartir espacios y objetivos, pero he decidido limitar mis menciones a Marcelino, Agustín y Manolo porque han sido para mí referencias tanto en lo político como en lo personal. Compañeros represaliados por el franquismo, conocedores de sus cárceles, que han mantenido la lucha y que han vuelto a ser represaliados en “democracia”; ejemplos de coherencia y honestidad; gente con la que siempre he estado dispuesto a quemarme incluso a sabiendas de que me quemaba; políticos, al fin y al cabo.

En mi militancia he tratado de evitar participar en discusiones electorales. Sólo lo he hecho cuando he sido propuesto para ser candidato a algún cargo institucional, y fue para rechazar esas propuestas. No porque desprecie esa función, no porque la considere denigrante o sucia, sino todo lo contrario.

He podido comprobar cómo las compañeras y compañeros que han llevado a cabo su labor en el ámbito institucional tienen que tener conocimientos sobre una variedad casi ilimitada de cuestiones, y tener unos conocimientos suficientes que le permitan defender con eficacia los intereses de las clases populares. Creo que si tengo alguna virtud es la de ser consciente de mis limitaciones y no estoy dispuesto a asumir unas responsabilidades para las que no me he considerado -y sigo sin considerarme- suficientemente capacitado.

El segundo motivo es más egoísta. He visto cómo las personas que conozco con responsabilidades públicas dedican a su trabajo todas las horas del día, renunciando a vida propia, familia, descanso, etc. Este es un sacrificio que se me hace exagerado para una actividad que nunca me ha resultado ilusionante.

¿Quiere decir esto que desprecio esta actividad o a las pesonas que la ejercen? Absolutamente no. No sólo respeto, sino que admiro a quienes ejercen esta función de forma honrada y coherente poniendo su tiempo y dedicación al servicio de quienes más lo necesitan.

Siempre he rechazado el término “clase política”. Hay políticos que representan y defienden los intereses de unas clases y quienes defienden los de otras. Podríamos decir que más que clase política lo que sí hay es clase de políticos.

Los cargos públicos de PP, PSOE, CiU, PNV, C's o UPyD asumen un papel de sirvientes de la oligarquía capitalista. Defienden los mismos intereses con algunos matices diferenciadores. Ninguno de ellos cuestiona este sistema, aunque los hay que están dispuestos a paliar sus aristas más hirientes.

Frente a esta línea que podríamos definir como de “mayordomo” o “escudero” de los que realmente mandan, podríamos situar otra en la que incluiría opciones como IU, ICV, Bildu, CHA, Anova o CUP que defienden a las clases populares, a los mas desfavorecidos, a los explotados por este sistema. Cuando se denigra a “los políticos” se está siendo injusto de forma deliberada.

Una compañera -concejala en un pueblo de unos 3.000 habitantes, que no recibe ningún tipo de salario por su función y que lo que recibe por su asistencia a los plenos municipales lo ha guardado para con ello poder pagar la campaña electoral de su partido- me contaba con un gesto que evidenciaba algo más que frustración cómo algunas vecinas y vecinos le respondían de forma casi grosera cuando ella les ofrecía formar parte de la candidatura para las municipales del 24 de mayo. “Me contestan como si les hubiera ofendido, parecería que les hubiera ofrecido droga o ejercer la prostitución”, me decía.

Me vino entonces a la mente unas declaraciones que vi unos días antes en televisión en las que el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, le decía a sus trece candidatos a presidentes autonómicos algo así como lo siguiente: “Tenéis que saber que vosotros no sois políticos, sois ciudadanos que dais un paso al frente”. En mi opinión, este es un discurso peligroso que puede acabar demonizando todo lo que huele a política, así como denigrando de forma injusta a organizaciones y personas que tienen unas mochilas llenas de años de lucha, de resistencia, de golpes y de dignidad.

Saludé de forma pública y publicada la aparición de Podemos. Creo que fue acertado hacerlo en cuanto que fue un movimiento que rescató para la actividad política a sectores sociales y populares desencantados de lo que se les ofrecía hasta ese momento. Esto suponía una oportunidad para avanzar en un proceso de unidad popular y de confluencia política y social que permitiese soñar con poner en jaque a este sistema, apostar por una especie de Syriza, de frente amplio que aunara fuerzas e ilusiones. Pero parece evidente que la cosa no va por ahí, al menos por ahora.

Reivindico la política con mayúsculas. No es momento de cainismo ni de adanismo. Estamos en un tiempo que necesita más estrategia y menos táctica, más argumentos y menos eslóganes, política en movimiento en vez de club de fans.

Como argumenta de forma impecable Agustín Moreno en su artículo Razones para un Compromiso, por desgracia, la unidad no ha sido posible, porque Podemos decidió en Vistalegre acudir en solitario a las elecciones autonómicas. Seguiré creyendo en la unidad porque unidos se gana o se pierde menos, divididos se pierde casi siempre. La lección de Andalucía habla por sí sola: Podemos junto a IU tendrían seis escaños más”.

Es necesaria la unidad de las izquierdas clásicas con las nuevas. Es necesario seguir comprometiéndose socialmente, antes y después de las elecciones, en la lucha sindical, en la solidaridad internacional, en el consumo responsable, en las asociaciones de vecinos, en la defensa de la igualdad sexual, también en la lucha institucional y política. En mi opinión, esta unidad sólo será posible donde la izquierda clasica sea fuerte y la emergente se vea obligada a prescindir de la arrogancia y soberbia que le hace buscar adhesiones incondicionales en vez de espacios de confluencia.

Confío en que no se destruyan todos los puentes y en que seamos capaces de distinguir dónde tenemos que gastar nuestra munición y dónde nos toca tender la mano con perspectiva y visión política.

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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

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