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Vampiros sedentes y ociosos con sello iraní

'Una chica vuelve a casa de noche', de Ana Lily Amirpour

Rubén Lardín

Vampiros que calzan Vans, escuchan vinilos, visten chador musulmán, camiseta Picasso y se desplazan en monopatín. La eternidad es lo que tiene, que más moderna no puede ser. Una chica vuelve a casa sola de noche viene con la garantía de Sundance, lo que siempre pone un poco avizor porque allí a veces dan gatos por liebres y la sangre la sirven en vaso de horchata. Para más alerta, entre las gallinas de apertura la cinta luce el logotipo de Vice, tras el cual siempre late la sospecha de mamarrachada; sin embargo, esta película de obstinación iraní pero producida en EEUU se nos presentó con un teaser tan sugestivo que hacía imposible pasarla por alto.

Con el actor Elijah Wood involucrado en la producción ejecutiva, rodada en persa y sirviéndose del blanco y el negro para dar la mitología a priori, para aventajar a la historia por la patilla, la opera prima de Ana Lily Amirpour es un cóctel alfombrado por la sombra alargada de Anne Rice en el que conviven el arrebato de Corazón salvaje y la singularidad de The Addiction con la parsimonia de un Jim Jarmusch que en la deliciosamente esnob Solo los amantes sobreviven ya había puesto en imágenes -mejor imposible- el tedio y la desventura existencial del vampiro sedente, ocioso y contemporáneo.

Una chica vuelve a casa sola de noche es una película tan evocadora como su título indica, si bien el influjo en ella de todas las referencias citadas es epidérmico salvo en el caso de Anne Rice, piedra de toque en la sentimentalización femenina del vampiro. Al fin y cabo, la película de Amirpour no deja de ser un romance de ascendencia melodramática sobre una chica afectada de inmortalidad (Sheila Vand) y un muchacho de extracción humilde y parentela desestructurada (Arash Marandi). El encuentro de esas almas, cada una atormentada por lo suyo, se dará en Bad City, un limbo o un purgatorio que en nombre y nocturnidad parafrasea a la ciudad del pecado de Frank Miller, y que en su paisaje espectral parece aunar en una sola voz la inexpresión de Detroit y el extrarradio de cualquier urbe iraní.

Sangre hipster

La excentricidad y el coqueteo artístico son condiciones inherentes al no muerto, que en teoría ha tenido tiempo de sobra para sofisticarse, aborrecerse y subir varias veces la noria del eterno retorno. Por ahí anda el sociópata y clínico Martin de George A. Romero, la aristocrática Delphyne Seyrig de El rojo en los labios, el vampiro chino y bailarín que Guy Maddin dispuso en su Dracula: Pages from a Virgin’s Diary... Chupasangres los ha habido incluso con bigote.

Sería materialmente imposible levantar acta aquí y ahora de todos aquellos que por peculiaridades han pasado a formar parte de la pequeña historia del mito, pero sí podemos anotar como última incorporación a esa lista de notables el personaje creado por Ana Lily Amirpour, esa chica de ojos curiosos pero mirada gastada bajo un velo negro y milenario como un manto de noche y superstición.

Una chica vuelve a casa sola de noche no es cine de miedo sino de cepa romántica. Sus códigos son de revista de tendencias, y en su actitud se quiere respuesta independiente y rebelde a los vampiros papahuevos de Stephenie Meyer, con la que sin embargo y tal vez a su pesar Amirpour comparte motores amorosos.

Lo hace tirándose el pisto de lo arty y del underground, declinando cualquier componente morboso en su concepción del vampirismo, y aun con esas logra caernos en gracia precisamente porque la película localiza su carisma en cierta impostura juvenil, en una arrogancia inmediata y en una banda sonora sembrada del rock, el pop, la canción protesta o el electro de Radio Tehran, Kiosk, Dariush, Federale, Bei Ru o The Free Electric Band, combos que permiten deambularla muy a gusto, como se deambulan las películas medio vacías que uno puede ir llenando un poco de lo que le venga en gana.

Porque Una chica vuelve a casa sola de noche es una película de orografía horizontal, sin accidentes ni sorpresas, que si nunca acaba de romper es porque más que oleaje es resaca, fantasmagoría de spaghetti western, cadencia emo, ramalazos –escasos- de terror ambiental y una extravagancia deliberada, la propia de un producto escrito y dirigido por una treintañera enrollada, británica, con ascendencia en Oriente Medio y crecida en la costa oeste norteamericana. A ver quién puede superar esas condiciones atmosféricas.

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