‘¿Quién está matando a los moñecos?’, humor zafio para títeres sin alma
Si el día que descubrió la televisión, a James Maury Henson le hubiesen dicho que a los diecinueve años revolucionaria la historia de los programas infantiles de ese medio, probablemente hubiese contestado con un resuelto “¡Pues claro!”. Irracionalmente optimista de cara a la galería, siempre defendería que la llegada de la tele al salón de su casa, fue el evento más importante de su adolescencia. Allí quedó prendado de algunos de los primeros títeres del audiovisual norteamericano, como los que creaba Burr Tillstrom en los shows de Kukla, Fran & Ollie y de Bil & Cora Baird.
Nacido en Greenville, Mississippi, Jim Henson comenzó trabajando en una filial de la CBS creando marionetas para un programa infantil llamado Saturday Junior Show. Pero gracias a los estudios de artesanía, corte y confección que cursaba en la Facultad de economía doméstica de Maryland, pudo crear la serie de personajes Sam and Friends, antecedente directo de sus Muppets, más conocidos aquí como Los Teleñecos. Con el tiempo llegaría Barrio Sésamo y el éxito arrollador de Epi, Blas y sus compañeros. Y más tarde obras como El cuentacuentos, Fraggle Rock, y películas tan memorables como Cristal Oscuro o Dentro del laberinto.
Con todo, a los 53 años falleció víctima de una neumonía sin haber podido quitarse una espinita íntima: que las marionetas fueran de una vez por todas consideradas un formato y no un género, capaz de apelar a muchas sensibilidades y a un público de todas las edades. Hoy, Brian Henson parece querer cumplir con el propósito de su padre con ¿Quién está matando a los moñecos?. Aunque eso le cueste alguna demanda por parte de la empresa que hoy gestiona el legado de Barrio Sésamo.
A poca inventiva, mucho chiste
En un mundo donde coexisten marionetas y humanos, un detective de felpa llamado Phil Phillips empieza a investigar un caso de acoso a una joven títere acaudalada. Las pistas le llevan a verse envuelto, sin pretenderlo, en un caso de asesinatos en serie: alguien está acabando con la vida de todos los participantes de La pandilla dicharachera, un show familiar muy popular en la televisión de los ochenta. Cuando su hermano sea una de las víctimas del serial killer, el detective unirá fuerzas con su excompañera Connie Edwards –interpretada por Melissa McCarthy-, para atrapar al culpable.
Suena a premisa noir y, de hecho, durante sus primeros compases parece que ¿Quién está matando a los moñecos? sea más una parodia del cine negro clásico reinterpretado en clave de terciopelo, que una comedia zafia al uso. Más cuando a la prescriptiva voz en off y a la figura de un detective alcohólico acechado por fantasmas del pasado se le dibuja un contexto apropiado para una historia turbia: en el universo planteado por Henson hijo, los ciudadanos de felpa son tratados con desprecio y odio por los de carne y hueso. Un subtexto de crítica racial que, junto al aire detectivesco nos llevan directamente a pensar en ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, un referente de altura si así lo fuere.
Pasa que, más temprano de lo que nos gustaría, en el metraje de este film madrugan los chistes de Falete –sobre su peso, claro–, de Julio Iglesias –sobre su supuesta progenie, obviamente–. Y con ellos llegan también las deposiciones, las eyaculaciones, las cabezas reventadas –de peluche–, y la brocha gorda sobre cualquier frase entonada con intención.
Cabe decir que si por ello fuese no habría mayor problema. Si en su intención, Brian Henson hubiese optado por convertir ¿Quién está matando a los moñecos? en un festival de la escatología no habría tenido nada de malo. Si hubiese tenido gracia, o su visión sobre la incorrección hubiese gozado del menor andamiaje ingenioso.
Sin embargo, la originalidad no es el fuerte de una película que pretende resultar rompedora en cada gag. El esqueleto de su desarrollo, y sus consiguientes revelaciones, ya estaban en la Laura de Otto Preminger hace 74 años. El crimen como la cara oculta de la soleada ambientación californiana es todo un lugar común en el género desde Perdición hasta Chinatown. Y la autoconsciencia de una industria hollywoodiense depredadora de ingenios animados ya estaba en la anteriormente mencionada película de Robert Zemeckis, o en Looney Tunes: de nuevo en acción de Joe Dante, una película masacrada por la crítica de su tiempo que bien merece una revisión urgente.
Incluso la idea de marionetas depauperadas vitalmente, alejadas del estereotipo amable para el público infantil, la explotó Peter Jackson hace tres décadas en El delirante mundo de los Feebles. En ella, las estrellas de un espectáculo de variedades eran adictas al sexo, traficaban con cocaína y cometían matanzas metralleta en mano. Película, por cierto, que incluye una de las visiones más crueles del productor como depredador sexual que servidor ha visto en pantalla, mucho antes del escándalo Weinstein.
Por su parte, el doblaje español se acerca a los localismos esforzadamente. Su aproximación pretendidamente generacional a un público millennial se significa con guiños de todo tipo. Mientras, el humorista y presentador David Broncano lleva a los dos personajes a los que pone voz hasta su imaginario cómico.
Por eso y por la dupla que realizan Melissa McCarthy y Maya Rudolph, que proporcionan los momentos de comedia más orgánicos, ¿Quién está matando a los moñecos? no un desastre absoluto. Pero por todo lo demás, podríamos haberla olvidado al salir de la sala.