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Crítica

Ryan Gosling y Chris Evans se muelen a palos en una película aburrida y perezosa

Ryan Gosling es un agente que trabaja para la CIA y descubre un secreto

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Netflix sabe lo que quiere la gente. Tiene estudiado cada forma de consumo, cada comportamiento de cada usuario. Sabe en qué minuto dejas una película o una serie y lo utiliza para crear productos -porque eso es lo que son, productos- que se rijan a normas matemáticas exactas. Un giro de guion en el minuto 15, otro en el 45… Saben que el cine de acción les está funcionando de forma extraordinaria. Nadie daba un duro por una película tan mediocre y rutinaria como Tyler Rake, pero se convirtió en una de las más vistas. 

El algoritmo va perfeccionando sus formas de crear éxitos, y si aquella era una película de acción con un actor conocido por la franquicia de Marvel, qué menos que seguir apostando por lo mismo. Así llega El agente invisible (The gray man), que acaba de estrenarse en unas cuantas salas de cine para hacer lo propio en la plataforma el día 22. Una película de acción protagonizada por Ryan Gosling, Chris Evans (Capitán América) y Ana de Armas. Al frente, los hermanos Russo, directores vinculados al universo cinematográfico de Marvel, para el que rodaron las últimas entregas de Los Vengadores.

Netlfix puso todos esos elementos en su calculadora de éxitos y el resultado fue positivo. Una película de acción, llena de estrellas, con los directores de la franquicia más taquillera… ya estaría. Lo que se olvidaron fue de crear un filme con alma, que no fuera una película mil veces vista, larga, aburrida y lo peor de todo, perezosa. No hay nada en ella que la diferencie de cualquier película de acción que atiborran su catálogo. Ni las estrellas aportan nada, ni los Russo traen un estilo visual propio.

La historia de un agente de la CIA que, en mitad de una misión, descubre que su jefe no es lo que parece y se convierte en la presa más codiciada la hemos visto en innumerables ocasiones, por eso había que traer algo más que rostros bonitos y populares. O, al menos, dejarse la piel para construir 'set pieces' tan espectaculares que uno se olvide de todo lo demás. No aciertan en ninguna de ellas. Las escenas de acción quieren ser espectaculares pero la forma de dirigir y, sobre todo, de montarlas, es tan caótica que uno nunca sabe lo que está ocurriendo. Es imposible seguir la acción cuando los planos son efímeros e innumerables. Se confunde el ritmo con la rapidez y la confusión.

Ni siquiera alguna idea visual potente está aprovechada para crear algo diferente. La primera escena, en Bangkok, contiene una interesante propuesta para crear un momento épico, una pelea cuerpo a cuerpo desde un barco que lanza fuegos artificiales. Sin embargo, todo suena a digital, a rodado con un croma verde detrás y de nuevo, con un montaje tan loco que nunca se pude disfrutar de nada. Las tres primeras escenas de acción contienen, además, el mismo recurso visual, jugar con la iluminación para hacerlas 'diferentes'. La primera tiene fuegos artificiales, la segunda en un avión tiene una bomba de humo rosa y la tercera es con linternas en una casa a oscuras. 

La trama, como manda la tradición en estas películas, y sobre todo cuando se quiere vender lujo, viaja por todo el mundo, pero ningún escenario se utiliza para crear ambientes y momentos únicos como sí ha sabido hacer la saga James Bond en sus últimas entregas. Praga y Viena podrían ser Madrid y Barcelona. Solo es una excusa para viajar y mostrar la chequera de Netflix y de los Russo, que empiezan a dar señales de que lo de Vengadores fue un golpe de suerte. Sus apuestas fallidas fuera del universo Marvel empiezan a sucederse.

El único atractivo de la película puede estar en ver a Ryan Gosling y a Chris Evans molerse a palos en el clímax de la película. Una escena de acción seca, de violencia física que el montaje vuelve a destrozar. Una pena, porque debería ser el momento cumbre del filme, ver a dos de las mayores estrellas del Hollywood del momento coserse a sopapos. Gosling vuelve a tirar de hieratismo y Chris Evans tenía una oportunidad de oro para salirse del guion donde le solemos ver. Capitán América haciendo de villano, con bigotito, polos y zapatitos de pijo. Le pone ganas, pero su personaje es tan caricaturesco y tan exagerado que es imposible. No se puede tomar en serio un personaje que está presentado citando a Schopenhauer mientras tortura a una persona y que dice frases como “Relaja la raja”. 

Ambos se salvan al compararse con Regé-Jean Page, el protagonista de Los Bridgerton que aquí es un agente corrupto. Se confirman todas las alarmas: es un actor lleno de tics que no puede ni con un personaje tan cliché como el de El agente invisible. Ojalá los rumores de que es el nuevo James Bond sean falsos o que nos demuestre pronto que es algo más que el chico de moda. Quien vuelve a robar la función es Ana de Armas, la única que derrocha carisma cada vez que sale. Como se vio en el último James Bond, le vale una escena para convertirse en un imán para el espectador. Pronto lo demostrará en Ballerina, spin off de la saga John Wick. Es, sin duda, lo mejor de una película mediocre hecha con calculadora para sumar horas de visionado.

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