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Entrevista Teórico y escritor

Vicente Monroy: “El gran invento de los hermanos Lumière no fue el cine, sino sus espectadores”

Vicente Monroy, autor de 'Contra la cinefilia'

Francesc Miró

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En una escena de El desprecio, Brigitte Bardot leía en la ducha un libro de Luc Moullet sobre el cineasta Fritz Lang, haciendo las delicias del cinéfilo clásico –siempre hombre, siempre blanco, siempre heterosexual–, en una composición que, a modo de collage, juntaba muchos de sus objetos de deseo. Godard, encantado con el resultado, no se medía por entonces con la prosa de Moullet sino con el pensamiento del crítico André Bazin. De hecho, aquel filme empezaba con una frase suya: “El cine sustituye nuestra mirada por un mundo más en armonía con nuestros deseos”. ¿Pero cuáles eran esos deseos? ¿Ver a Brigitte Bardot en la ducha? ¿Guiñarle el ojo a colegas de generación como Moullet?

En esa sustitución de la mirada por el deseo siempre han operado las sensibilidades de los y las cineastas. Pero también, más a menudo de lo que creemos, las ideas políticas, morales, sociales de la cinefilia. Los amantes del cine han cambiado y afectado a la historia del arte que aprendieron a amar a lo largo de su historia. Así lo cuenta Vicente Monroy en Contra la cinefilia.

El autor de El gran error del siglo 21 (Malos pasos) y Las estaciones trágicas (Suburbia ediciones) publica con Clave Intelectual un ensayo pertinente, riguroso y mordaz sobre el concepto de 'cinefilia' y su evolución. Una historia que él imagina como un romance exagerado y, en ocasiones, tóxico.

¿Cómo y por qué nace Contra la cinefilia

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El próximo 28 de diciembre se cumplen 125 años de la primera sesión de las películas de los hermanos Lumière. Coincidiendo con este aniversario, el editor Santiago Gerchunoff me propuso escribir un libro en contra del cine. Me dije: ‘eso yo no puedo hacerlo, no tengo nada que decir en contra del cine; en cambio, estaría bien escribir un ensayo en contra de la cinefilia’. Es un debate que tenemos que abrir y que nos incumbe a todos. Si queremos que el cine sobreviva otros 125 años, tenemos que hacernos preguntas sobre nosotros mismos: ¿Hemos estado los amantes del cine a la altura de las circunstancias? ¿Qué locuras hemos cometido en nombre de nuestra pasión? ¿Qué tipo de ideas hemos desarrollado, y en qué punto estamos? ¿Hemos llevado al cine a un callejón sin salida?  A veces, el cinéfilo es un peligroso voyeur. Se trataba, por lo tanto, de sentarlo en el banquillo y de hacerle confesar sus delitos.

Pero no pretendo frivolizar con el asunto: Contra la cinefilia es un libro serio. No se trata únicamente del amor por el cine, sino de una profunda transformación de la mirada, de nuestra forma de contemplar el mundo, que con motivo del invento del cine en 1895 sufrió un cambio radical. La historia del último siglo no puede comprenderse al margen de este romance exagerado del individuo contemporáneo con las imágenes, de la que la cinefilia forma parte. El gran invento de los hermanos Lumière no fue el cine, sino sus espectadores.

En el libro afirmas que la idea de que la cinefilia es solamente 'el amor al cine' es algo imprecisa. ¿Qué es para ti la cinefilia?

La cinefilia es un fenómeno complejo. El cineasta Louis Skorecki ha explicado cómo los cinéfilos de distintas épocas y lugares han diferido en el gusto por determinados directores o películas, y tampoco han coincidido en sus teorías, ni en los medios que han utilizado para expresar su pasión por el cine. Pero, generalmente, todos han compartido un espacio: las seis o siete primeras filas de la sala de cine. Quizás sea ese espacio compartido el que nos permita encontrar la definición más aproximada de la cinefilia.

Si los cinéfilos sienten predilección por esos asientos próximos a la pantalla es porque la cercanía les permite perder de vista los bordes de la imagen, y de esta forma tienen la sensación de que se introduce en el interior de las películas. Esta confusión entre el mundo real y el mundo del cine se extiende a muchos otros aspectos de su vida. De algún modo, el cinéfilo quiere existir dentro de las películas, y sueña con que el mundo real desarrolle cualidades cinematográficas: una épica, una sentimentalidad, una manera de ser, un ideal estético. 

Contra la cinefilia es también la historia del término y sus lugares comunes asociados. ¿Crees que los cinéfilos han estado tan concentrados en su romance que nunca se han parado a evaluar sus repercusiones?

En la historia de la cinefilia el tamaño sí importa. Antes de la televisión, cuando las películas solo podían verse en las salas de cine, existía un aspecto ritual y casi religioso en las imágenes en movimiento: la sala era como una iglesia a la que se peregrinaba. El cine se convirtió en un arte espiritual. Parece lógico que los cinéfilos fundaran una escolástica, un deseo de explicar el mundo a través del cine. 

Hoy en día, esa relación de tamaños se ha invertido: vemos las películas en pantallas que son más pequeñas que nosotros: televisiones, ordenadores, teléfonos móviles… que además son dispositivos portátiles. Antes éramos nosotros los que teníamos que ir hacia las imágenes, nos sometíamos a ellas. Hoy son ellas las que vienen a nosotros por distintos canales. Las descargamos y las pirateamos, las utilizamos como objetos de intercambio, nos expresamos en nuestro día a día con videos y con emojis, hemos creado una economía sumergida de las imágenes.

Antes la sala era como una iglesia a la que se peregrinaba. Hoy la vieja espiritualidad del cine ha dejado paso a un nuevo materialismo.

Al mismo tiempo, nos hemos vuelto desconfiados: ya no nos dejamos engañar por ellas tan fácilmente. No parece tan fácil como hace treinta años saber qué es lo que desea el gran público. Las imágenes ya no se imponen a nosotros desde ese lugar de culto que es la sala de cine, y en este nuevo modelo somos nosotros, los espectadores, los que hemos tomado el control. La vieja espiritualidad del cine ha dejado paso a un nuevo materialismo.

Hoy en día, todos estos fenómenos y maneras de relacionarnos con las imágenes son mucho más misteriosos y complejos que las propias películas, que después de todo no se diferencian mucho de las que se hacían hace veinte, treinta años. Nuestra relación con las imágenes tiene un carácter ideológico y psicológico de gran calado. Creo que es importante que reflexionemos sobre nuestra posición frente a la pantalla. Que nos hagamos, como dices, conscientes de la repercusión de nuestro amor por las imágenes. Mucho más importante que reflexionar sobre las películas, los directores o los festivales de cine.

Hablando de ‘tamaño’: existe toda una corriente de pensamiento que desprestigia el consumo de imágenes masivo. Que afirma que las películas que vemos en nuestros dispositivos portátiles no computan y solo hay una forma de vivir y consumir cine: el de las salas convencionales. ¿Es la cinefilia, en el fondo, una forma de diferenciarse socialmente? ¿De, dicho vulgarmente, repartir carnés?

En Contra la cinefilia vuelvo a la importante figura del crítico André Bazin, que sentó las bases de la cinefilia tal y como hoy la conocemos. Bazin fue un gran filósofo y un revolucionario, movido por una fe en el cine como herramienta de educación popular, destinado a jugar un papel importante en la formación de las sociedades futuras. Su teoría era muy generosa, y su pensamiento cinematográfico estuvo siempre al servicio de los demás. Este es el carácter revolucionario que Bazin encontró en el cine un arte distinto, sin historia, más humano, capaz de llegar a grupos sociales sin formación artística, más cercano a los problemas de la gente, porque no estaba vinculado como las otras artes a los viejos dogmas aristocráticos.

Es triste darse cuenta de hasta qué punto la cinefilia ha traicionado este impulso original, rechazando la generosidad y el humanismo de Bazin para convertirse en un dogmatismo trivial, marcado por la obsesión por la excelencia individual, la perfección cinematográfica, los problemas formales, el éxtasis y el arrebato. El humanismo ha dejado paso a un deseo vulgar de distinción. Existe una dimensión política importante en este hecho: la crisis actual del cine está estrechamente vinculada a la crisis de las sociedades occidentales contemporáneas, sometidas al imperio de la retórica neoliberal.

Es triste darse cuenta de hasta qué punto la cinefilia ha traicionado su humanismo para convertirse en un dogmatismo trivial

Otro de los debates que asoman en Contra la cinefilia es la necesidad que tiene la cinefilia de acotar su objeto de estudio: 'esto es cine' y 'esto no es cine'. Algo que sigue de actualidad con Scorsese afirmando que las películas de superhéroes no son cine, o Nolan obsesionado con que el cine 'de verdad' se ve en una sala de cine. ¿El cine puede, si acaso debe, superar este tipo de debates ?

El término «cine», en el sentido tradicional, abarca una serie de fenómenos excéntricos y heterogéneos, que necesitan enfoques teóricos muy distintos. No es posible hablar del cine de una única manera, ni crear una historia del cine lineal y coherente, porque el cine son muchas más cosas que eso que premian los festivales. En este sentido la cinefilia se ha equivocado al tratar de poner límites al objeto del cine.

Las herramientas con las que trabajan los cinéfilos, las listas, las puntuaciones, la idealización de géneros y de autores, el análisis de determinados aspectos formales de las películas…, la sistematización de todos estos tópicos ha anulado la riqueza característica de un arte nacido tardíamente, cuando el significado del arte ya había perdido su carácter solemne. 

La cinefilia se ha equivocado al tratar de poner límites al objeto del cine

Hoy en día, por culpa de este malentendido, tenemos la sensación de que todo ha sido dicho y la cinefilia se encuentra en una encrucijada: basta mirar el catálogo de Netflix o de HBO para darse cuenta de que los cinéfilos demandan un regreso de los viejos temas y de las viejas estéticas de las películas de los años 70 y 80. La series son grandes mecanismos diseñados para ofrecer la ilusión de aquel cine de prestigio desaparecido. También los cinéfilos más sesudos están encasillados en discursos sobre la puesta en escena o el cine de autor, que no son más que repeticiones artificiales de los grandes debates de la cinefilia de los años 50. El futuro del cine resulta más dudoso que nunca.

Este ensayo reflexiona también sobre la mirada crítica y su enfoque: entre los amantes de la narrativa y los ideales formalistas que, como cuentas, terminan por ser más militantes estéticos que militantes políticos. ¿En qué escuela te sentirías más cómodo a la hora de hablar y escribir de cine? ¿Por qué?

Si he escrito Contra la cinefilia es porque soy un optimista: estoy convencido de que el cine todavía puede convertirse en una herramienta para estudiar la realidad en la que habitamos, para analizarla, para exponerla, para reflexionar sobre ella. Creo en la posibilidad de un nuevo humanismo. Lo que nunca debería ocurrir es lo contrario: que la vida se convierta en una excusa para el cine, que haya gente que solo piense en el cine, que la cinefilia se convierta en una especie de autoconvencimiento en una lucidez sobre el mundo, un dogmatismo ideológico.

La series son grandes mecanismos diseñados para ofrecer la ilusión del cine de prestigio desaparecido

Por eso creo que urge abandonar los viejos enfoques cinéfilos y buscar nuevas formas de pensamiento que conecten el cine con otras áreas. Estamos en disposición, hoy más que nunca, de establecer nuevos debates que excedan los límites de la pantalla. Tenemos que dejar de hablar del cine en pasado y aprender a hablar otra vez en futuro: ¿qué queremos que sea este arte misterioso, ahora que sabemos que su salida de la sala es irreversible? ¿Qué cosas positivas podemos obtener de la desaparición de ese viejo mundo? 

Es el momento de devolverle al cine su indefinición, de dejar de creer en la linealidad de su historia, de poner en valor sus discontinuidades y sus agujeros negros, para que deje de ser un objeto de devoción y vuelva a ser un objeto del pensamiento. También es importante mesurar nuestro papel como espectadores, y en este sentido creo que Contra la cinefilia es un paso adelante. No se trata de negar el legado de la cinefilia, sino de superarlo con nuevas ideas que se adecuen al presente. 

Hacia el final de tu estudio abordas la muerte y resurrección de una forma de mirar que “llena de boutades, frases rotundas y batallas” tuvo que negarlo todo para volver a afirmarlo. Esta idea me hace pensar en la forma más común de compartir miradas: las redes sociales (tan llenas de boutades y frases rotundas). ¿Habrá que negar esta forma de mirar identitaria para poder construir una mirada distinta?

El individuo contemporáneo está profundamente mediatizado. Si nos comparamos con un individuo de comienzos del siglo XX, nos damos cuenta de hasta qué punto se ha transformado la imagen del mundo desde entonces. La historia de la cinefilia es indisociable de la construcción de la imagen de las sociedades occidentales posteriores a la II Guerra Mundial, que son sociedades profundamente visuales, mucho más que literarias o conceptuales. Cuando, a comienzos de los años 90, Francis Fukuyama anunció el fin de la Historia, es posible que lo que estuviera anunciando fuera el fin de cierto carácter narrativo de la historia del hombre occidental, pero no del poder de las imágenes, que cada vez es más grande. 

Esa transformación sigue en proceso, aunque el cine tal y como lo ha comprendido la cinefilia juega cada vez un papel más residual. Las nuevas generaciones tienen una forma cada vez más compleja de relacionarse con las imágenes, que se han introducido en nuestro día a día a través de los teléfonos móviles. Nuestra vida es en gran medida lo que muestran las imágenes que producimos y compartimos en las redes sociales. Las encuestas revelan que una enorme cantidad de niños de hoy quieren ser Youtubers. Por eso es importante que nos paremos a reflexionar sobre nuestra relación con las imágenes. La cinefilia es un punto de partida y, por la acogida que está teniendo mi libro, se diría que uno interesante.

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