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Mafalda cumple 55 años: más de medio siglo cuestionando el sistema

Portada del recopilatorio 'Mafalda. En esta familia no hay jefes'. Editorial Lumen.

Carmen López

El primero en recibir una de sus contestaciones sardónicas fue el padre, cuando supuso que algún padre le superaría en bondad en todo el mundo. Una frase inocente que obtuvo como respuesta “¡lo suponía!” por parte de su hija. En esa tira cómica, que se publicó el 29 de septiembre de 1964 en la revista argentina Primera Plana, nacía oficialmente Mafalda.

Precisamente la familia fue el escenario en el que se gestó la idea primigenia del personaje y el que funciona de hilo conductor del último recopilatorio de viñetas que acaba de publicar la editorial Lumen: Mafalda. En esta familia no hay jefes , coincidiendo con su 55 aniversario. Una frase, la que da título al libro, que remata una viñeta con “somos una cooperativa”, toda una declaración de intenciones.

El dibujante Joaquín Salvador Lavado, conocido como Quino, recibió un encargo para una estrategia publicitaria en 1962. Tenía que idear una tira cómica del estilo de Charlie Brown pero protagonizada por una familia convencional -padre, madre, hijos- cuyos nombres empezasen por M. Así se establecía la relación con Mansfield, una marca de electrodomésticos de la empresa Siam Di Tella.

La campaña pasó por los escritorios de varios medios argentinos, pero no convenció al tratarse de un anuncio encubierto. Pero en 1964 y ya desvinculada de cualquier acuerdo comercial, Mafalda apareció en la mencionada revista argentina

Un universo viñeteado

El nombre de esta niña de seis años, de respuesta rápida y preguntas incómodas, proviene de personaje de la película Dar la cara de David Viñas (1962). Tiene un padre que trabaja en una oficina y es fanático de las plantas y una madre que se convirtió en ama de casa cuando dejó sus estudios para casarse. Pertenecen a esa “clase media a la que apuntaba la agencia de publicidad que le pidió a Quino una historieta para vender electrodomésticos”, como comenta Isabella Cosse en Mafalda: historia social y política (2016) o “clase mediaestúpida” como la define la propia chiquilla en una viñeta.

Su mascota, a la que saca a pasear atada con una cuerdita, es una tortuga que se llama Burocracia. Le gustan los Beatles, posee una bola del mundo a la que cuida y que da pie a muchas de sus cavilaciones. Odia la sopa porque “es una alegoría de los gobiernos militares que nos teníamos que comer todos los días por estas latitudes”, según explicó su autor en una entrevista.

En 1965, las tiras de Mafalda se mudaron al periódico El Mundo, donde aparecía seis veces a la semana. A partir de ahí se fueron incorporando nuevos personajes que acercaban a la protagonista a otras realidades. Primero Felipe, perteneciente al mismo estrato social que Mafalda, tímido y fanático de los cómics de El Llanero solitario. Tras él llegó Manolito, hijo de un: “gallego bruto en el que se encarnaban los estereotipos denigratorios y los temores sociales desatados por los contingentes de inmigrantes que en pocas décadas habían contribuído a modificar los contornos de una sociedad que mutaba aceleradamente”, según Cosse.

Susanita, la tercera en unirse, encarna a la burguesía que toma el café por la tarde y contribuye a las obras sociales con lo que les sobra. Obsesionada con casarse y tener hijos, es el polo opuesto de Mafalda, quien sueña con hacer una carrera para “no ser una mediocre” (como las madres que la rodean).

La cabeza pensante de Miguelito, que vive con una progenitora obsesionada con el orden y la limpieza, fue la penúltima en aparecer. Libertad, hija de padres 'progres' y casi tan contestataria como Mafalda, completó el grupo. Vive en un apartamento muy pequeño con su padre, que trabaja en algo que odia y su madre, traductora de francés. Su comida la paga Sartre, dice.

Además de amigos, Mafalda también tiene un hermanito. La familia crece (los agobios del padre al hacer las cuentas también) con un niño obsesionado con Brigitte Bardot, amante de la sopa y con un funcionamiento mental similar al de su hermana. Si bien no llega a plantearse preguntas sobre los grandes temas de la humanidad, sí cavila lo bastante como para desarmar a sus padres.

La última tira de Mafalda se publicó el 25 de junio de 1973 en la revista Siete Días. En 1977, el propio Quino le explicó a Joaquín Soler Serrano en el programa de entrevistas A Fondo que había terminado con su personaje porque se estaba empezando a repetir. “Eso me pareció deshonesto, no quería que mi historieta fuera como esas que tienen ya 40 años y que uno las lee por costumbre y ya sabe cómo van a terminar. Eso no me gusta”.

Pero antes de su final, la fama del personaje ya era internacional. El primer libro, que recogía 240 tiras de Mafalda por orden de aparición, se publicó en Argentina en 1966 gracias al editor Jorge Álvarez. La primera tirada, de 5.000 copias, se agotó en dos días y su éxito se empezó a dispersar por América Latina.

Dio el salto a Europa en 1969 con Umberto Eco como director de la colección que empezó con el volumen Mafalda la Contestataria. La visionaria Esther Tusquets la trajo a España un año después. Su editorial, Lumen, sigue publicando sus historietas a día de hoy. En las primeras tiradas tuvieron que incluir la advertencia “para adultos” en la cubierta a instancias de la censura franquista (que milagrosamente accedió a que saliese a la venta).

Mafalda también se ha adaptado a la pantalla. En 1972 se produjeron 52 cortos para la televisión argentina y diez años después se estrenó la película. En 2017, la cadena argentina Telefe recuperó su figura para sus informativos, dándole el título de columnista.

Un icono para todo el mundo

Actualmente, Mafalda habla 20 idiomas y da vueltas por el planeta impresa en papel, pero también en camisetas, tazas, libretas y todo tipo de merchandising. Cuando empezaron a comercializarse, Quino no estaba cómodo: “Eso lo tuve que hacer en contra de mi voluntad. Pero me vi obligado porque empezaron a aparecer muñequitos y pósters piratas”, afirmó en A Fondo. Ni se imaginaba el volumen que llegaría a alcanzar todo ese material.

Varias estatuas de la niña se sientan ahora en diferentes partes del mundo. La más conocida es la de Buenos Aires (ahora también la acompañan Manolito y Susanita), obra de Pablo Irrgang, al igual que la réplica que descansa en Oviedo. Esta se inauguró cuando Quino visitó la ciudad para recoger el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2014. El escultor Marcelo Cuello es el autor de la que reposa en Laguna Larga, un pueblo de Córdoba (Argentina).

Pese a los rumores de una posible reaparición de Mafalda que han circulado desde su desaparición, Quino solo la ha recuperado en ocasiones puntuales para campañas como la declaración de los derechos de la infancia de UNICEF y ha negado categóricamente que la vaya a rescatar para seguir con las historietas.

A pesar de la clara posición progresista del personaje -y del autor en el resto de sus obras- a Mafalda se la ha utilizado en ocasiones para proclamar principios totalmente opuestos. Hijo de republicanos españoles exiliados en Argentina, el dibujante tuvo que hacer público su rechazo a la utilización de sus dibujos con fines políticos cuando en 1985 aparecieron en Madrid pegatinas de Mafalda y sus amigos con iconografía franquista.

Más reciente fue la polémica aparición del personaje en las manifestaciones por la despenalización del aborto en Argentina en 2018. Las pancartas de “No quiero ser Susanita” de las defensoras de la derogación de la ley surgieron a la par que la imagen de Mafalda ataviada con el pañuelo azul de los antiabortistas.

La declaración oficial del autor fue: “Se han difundido imágenes de Mafalda con el pañuelo azul que simboliza la oposición a la ley de interrupción voluntaria del embarazo. No la he autorizado, no refleja mi posición y solicito sea removida. Siempre he acompañado las causas de derechos humanos en general, y la de los derechos humanos de las mujeres en particular, a quienes les deseo suerte en sus reivindicaciones”.

Aunque ya tengan más de medio siglo, las viñetas de Mafalda siguen teniendo vigencia en la actualidad. Y aunque parezca algo positivo, también tiene una lectura más pesimista: los problemas sobre los que reflexionaba esa niña argentina siguen estando ahí, algunos más presentes si cabe. Mafalda sigue estando indignada.

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