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La Fundación Mapfre redescubre a Jawlensky: el pintor obsesionado con el rostro

La Fundación Mapfre redescubre a Jawlensky: el pintor obsesionado con el rostro
Madrid 9 feb (EFE).- Sus enigmáticos retratos —

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Madrid 9 feb (EFE).- Sus enigmáticos retratos, que pintaba con un impulso casi religioso, han convertido a Alekséi von Jawlensky en un pintor singular con una herencia única. Lleno de color y expresividad, el artista ruso desembarca en la Fundación Mapfre con una retrospectiva que revitaliza su legado.

“El paisaje del rostro” permitirá al gran público reencontrarse con un autor menos conocido que alguno de sus compañeros de filas como Kandinsky, pero que sí ha gozado de mucha popularidad en Estados Unidos, de donde vienen la mayor parte de los cuadros de esta muestra.

“Nos hace mucha ilusión que pueda ser un descubrimiento para mucha gente”, explica Carlos Martín, conservador de pintura de Fundación Mapfre, que acoge la exposición en Madrid desde este jueves -11 de febrero-, hasta principios de mayo.

La última vez que se pudo ver una gran retrospectiva dedicada al artista en España fue hace dos décadas en la Fundación Juan March.

Su indagación sobre las facciones del rostro humano es lo que convierte a Jawlensky (1864, Torzhok, Rusia) en un pintor singular: sus retratos, de vibrantes colores y fuerte expresividad son fácilmente reconocibles.

“No se fija tanto en retratar a la persona como en captar algo mucho más enigmático -explica Martín-. La religiosidad siempre está ahí, él busca el rostro del icono religioso”.

En toda su obra subyace una búsqueda religiosa, mística, que lo convierte, desde los primeros años del siglo XX, en uno de los más destacados impulsores de un lenguaje libre y expresivo en el que forma y color sirven para manifestar la vida interior.

Procedente de una familia acomodada rusa, su destino era el ejército pero tras visitar una exposición de arte en la Exposición Universal de Moscú de 1880 se quiso convertir en un artista y consiguió que le destinaran a San Petersburgo, donde combinó el ejercito con el estudio de bellas artes.

“Era la primera vez en mi vida que veía cuadros y fui tocado por la gracia, como el apóstol Pablo en el momento de su conversión. Mi vida se vio enteramente transformada. Desde ese día, el arte ha sido mi única pasión, mi sanctasanctórum, y me he dedicado a él en cuerpo y alma».

El artista recordaba ese momento en sus memorias, que dictó pocos años antes de morir (1941). La asociación entre lo espiritual y el arte está especialmente arraigada en la cultura rusa, donde los iconos religiosos encarnan una abstracción de la divinidad.

“Sentía la necesidad de encontrar una forma para la cara, porque había entendido que la gran pintura solo era posible teniendo un sentimiento religioso, y eso solo podía plasmarlo con la cara humana”, decía el artista en sus memorias que dictó pocos años antes de morir.

Su técnica es muy particular: no dibuja lo que va a pintar previamente, “dibuja pintando” y usa colores fuertes que no se corresponden con la realidad, muy saturados, casi fluorescentes.

La combinación tiene como resultado una expresividad muy especial: “Es su sello personal, da expresividad a una figura que en el fondo no la tiene. El busca el rostro con mayúsculas, lo que nos une a todos”.

Si el retrato está presente a lo largo de su carrera, Jawlensky tocó otros géneros a lo largo de su carrera: como los paisajes de sus años en Suiza o sus pinturas más abstractas de meditaciones de los últimos años cuando una enfermedad degenerativa afectó a su capacidad para pintar.

Con tonos más apagados, pero con la misma profundidad, el pintor ruso desarrolló una nueva técnica -se ataba los pinceles a las muñecas- para seguir pintando.

“El artista tiene que expresar a través de formas y colores, lo que de divino hay en él -solía decir-. Por eso una obra de arte es Dios visible y el arte es ansia de Dios”.

Celia Sierra

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