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Las claves de Sabina: entre la alta cultura y los ambientes barriobajeros

Joaquín Sabina vuelve a dar vida al Coliseo de Puerto Rico tras el huracán

Miguel Ángel Villena

Una veintena de discos publicados entre grabaciones de estudio y de conciertos; nueve millones de copias vendidas en España y en América Latina; varios libros de poesía en su haber; todo tipo de reconocimientos de instituciones públicas y privadas; y, sobre todo, una inmensa popularidad.

Se trata del balance artístico de Joaquín Sabina (Úbeda, 1949), un músico que ya cerca de los 70 años congrega todavía en sus giras a entusiastas auditorios integrados por ricos y pobres, hombres y mujeres, gente joven y mayor, pijos, progres o alternativos en una amalgama que muy pocos artistas han logrado reunir en este país. Todo empezó hace cuatro décadas, cuando ese Sabina de voz rota comenzó a cantar en garitos de Madrid junto a Javier Krahe y Alberto Pérez y a grabar Inventario, su primer disco.  ¿Dónde están, pues, las claves de su éxito?

El escritor y periodista musical Javier Menéndez Flores (Madrid, 1969) ha dedicado más de 400 páginas, fruto de años de investigación y contacto con el personaje, a desvelar esas claves en su reciente biografía Joaquín Sabina. Perdonen la tristeza (Libros Cúpula), una reedición ampliada y actualizada. “Sabina”, señala su biógrafo sin dudar, “representa una mezcla de talento y atractivo personal, posee una personalidad muy llamativa y es un gran encantador de serpientes”.

Para Menéndez, resulta imposible que alguien sin su talento se sostenga en la cumbre durante tanto tiempo porque, además, “Joaquín es, por encima de todo, un muy brillante escritor de canciones, un género literario en sí mismo”. Como reflejo de ello, una anécdota: “En su juventud, se decantó por la música en lugar de la literatura tras escuchar un disco de Bob Dylan”.

Menéndez Flores rechaza de plano que la figura de Sabina responda a un personaje impostado, alguien capaz de crear su propia leyenda, ese tipo de personaje maldito que siempre despierta pasiones. “Creo”, opina el autor, “que Sabina tuvo el acierto de acuñar un lenguaje en sus canciones que nace de la academia y de la calle al mismo tiempo, de la alta cultura y de los ambientes barriobajeros”. Añade que, por un lado, “es una persona muy culta y leída”, pero que, por otro, “ha pasado muchas noches en los bares entre putas, golfos y borrachos”. Una combinación de la que dice el escritor,“surgen sus letras y melodías”. 

Definido por su biógrafo como “listo, hábil y con una facilidad natural para venderse”, Joaquín Sabina llegó a la cima sin grandes cualidades musicales ni una voz portentosa. El cantante y actor Javier Gurruchaga ha descrito al compositor de 19 días y 500 noches con acierto y humor al afirmar que es “uno de los grandes afónicos del rock”.

Mientras, el escritor Antonio Muñoz Molina, paisano de Sabina, recuerda al músico en la Granada de los años setenta de este modo: “El tipo barbudo que tocaba de noche la guitarra y cantaba en la taberna donde teníamos nuestra catacumba era más que un cantante, o que un vago héroe político, era todo un personaje literario”.

Con cierto toque de protesta social, pero nunca en la estela de los cantautores; unos temas amorosos entre el desgarro y la ironía; y una magnífica capacidad para conectar con la fibra sentimental de mucha gente; Sabina se ha mirado siempre en el espejo de músicos como el citado Dylan o Tom Waits o Lou Reed.

Esta influencia anglosajona, que ha marcado al cantante de Úbeda desde sus años de exilio en Londres a finales del franquismo, y su peculiar forma de cantar, distanciaron a Sabina del universo de los cantautores afrancesados que, en su mayoría, desaparecieron de la escena tras la llegada de la democracia. “Joaquín”, aclara el autor de su biografía, “ha asumido un compromiso político y social fuera de la música más que en sus canciones o en sus poesías”.

Un lúcido cronista de submundos marginales

El periodista aclara que, en realidad, “ha sido y es un lúcido cronista de submundos y de personajes marginales de una inmensa ciudad como Madrid”, algo para lo que se podría tomar referencias como Rubén Blades o Pedro Navaja. Debido a ello, según el biógrafo, “Sabina se ha acercado a Madrid como si la urbe fuera un ser vivo y se ha convertido en uno de los artistas que mejor ha retratado a la capital en el último medio siglo, junto a Francisco Umbral y Pedro Almodóvar”.

Tras sufrir en 2001 un ictus leve sin consecuencias físicas, Joaquín Sabina atravesó unos años de escasas apariciones públicas y en los que se volcó más en la poesía que en la música, una época que definió como “la nube negra”. Algunos críticos y detractores dieron entonces al cantante por acabado, pero los hechos han demostrado que había Sabina para rato. “Ya sabemos”, opina Menéndez Flores, “que el cainismo es un deporte nacional en España y en este país nos encanta construir mitos para derribarlos más tarde”.

Pero Sabina es un caso único. A pesar de que en los últimos años se ha volcado más en su faceta literaria que musical, este demostró tener “una energía inagotable”. No obstante, varias giras en compañía de su colega y amigo, Joan Manuel Serrat, y discos en solitario como Vinagre y rosas (2009), 500 noches para una crisis (2015) o el reciente Lo niego todo (en colaboración con el escritor Benjamín Prado), han devuelto a un Sabina que en la actualidad realiza una gira por América Latina, al primer plano musical. 

Junto a ello, el cantante, calificado por sus editores musicales o literarios como un rey Midas que convierte en oro todo lo que toca, ha publicado varios poemarios y ha colaborado con asiduidad en diversos medios de comunicación. Cuando se le pregunta a Menéndez Flores si Joaquín Sabina seguirá los pasos de otros longevos cantantes como Mike Jagger, el biógrafo aventura: “No es un cantante de rock y por ello mientras actúe en teatros o salas pequeñas, Sabina seguirá ofreciendo conciertos hasta que su cuerpo le diga basta. Una cierta ambición y una dosis de vanidad siguen empujándolo hacia el escenario”.

Biografía escrita en colaboración con el biografiado, pero desde la absoluta independencia del autor, Joaquín Sabina. Perdonen la tristeza (cuyos capítulos se corresponden con los discos del cantante) incluye las letras de muchas de sus canciones, así como artículos de una veintena de escritores, músicos o periodistas que han conocido a una de las figuras más populares de la cultura española.

Javier Menéndez Flores, que ha transitado por varios géneros literarios, desde la novela al ensayo o el libro de reportajes, es quizá una de las personas que mejor conoce la vida de este Sabina provocador e inclasificable que, contra viento y marea, se ha convertido más allá de la leyenda y el mito en una auténtica marca. La marca Sabina.    

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