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Cómo pasar de espía de la CIA a mediadora de paz internacional según Amaryllis Fox

Amaryllis Fox. Roca Editorial.

Carmen López

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Antes de cumplir los 30 años, Amaryllis Fox ya se había divorciado dos veces, tenía una hija pequeña y había trabajado como agente secreto para la CIA durante casi una década. Lo ha contado en un libro de memorias que Roca Editorial publica ahora en España con el título Encubierta. Mi vida al servicio de la CIA, traducido por Ana Duque de Vega. Cómo no sacar partido a un material tan jugoso que podría ser fruto de la imaginación más desatada de un escritor de novelas de espías. De hecho, hay quien se ha llegado a cuestionar si todo lo que aparece en las páginas habrá pasado de verdad.

En septiembre del año pasado, el periodista Yashar Ali publicó en su newsletter que la Agencia Central de Inteligencia estadounidense no había dado aún el visto bueno para la publicación del libro en Estados Unidos, programada para el 15 de octubre. Sin embargo, las galeradas habían circulado alegremente, la revista Vogue había publicado un extracto del texto e incluso la autora ya había vendido los derechos de la historia a la productora Media Res, que la convertirá en una serie para Apple TV con Brie Larsson como protagonista. Parece un capítulo más de sus memorias: “la lucha de la ex espía por sacar la verdad a la luz”.

Se supone que Fox hizo los cambios pertinentes en su escrito para no comprometer la seguridad nacional siguiendo las indicaciones de sus antiguos empleadores y finalmente el libro salió al mercado. Al respecto, la periodista Mary Louise Kelly publicó en The Washington Post que: “El problema con Fox, como con todos los ex oficiales de la CIA que escriben memorias, es que es imposible verificar los hechos. Como política, la Agencia se niega a confirmar el puesto de trabajo de una persona o las fechas de empleo, sin importar los detalles de las asignaciones en el extranjero (...) Tal vez todo se desarrolló como relata Fox en esas páginas o tal vez no. Incluso si finalmente obtiene la aprobación para publicarlas, nunca lo sabremos con certeza. Nos queda decidir cuánto importa eso”.

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Pero la ex agente secreta no se ha limitado a escribir el libro, sino que hace años que empezó a contar su experiencia en, cómo no, una charla TED o en vídeos para medios como Al Jazeera. Incluso la serie documental El negocio de las drogas, que estrenó en Netflix el pasado mes de junio, comienza con el testimonio de su paso por la CIA. Puede que los hechos que relata no se puedan contrastar, pero los está utilizando para difundir el principio que le impulsa: utilizar el diálogo para resolver el conflicto. Actualmente está considerada como una de las mayores autoridades en la materia a nivel internacional.

Una mente un poco retorcida podría pensar que hacerse rica y famosa haya sido su verdadera motivación, pero la boda con Robert F. Kennedy III –su actual marido y padre de su segunda hija– hubiese bastado para atraer a los flashes de la prensa sin necesidad de tanto esfuerzo. Una unión, por otro lado, algo irónica si se tiene en cuenta la relación de la familia Kennedy y la CIA, que tanto pie ha dado a ideas conspiradoras durante décadas. Jackie y Fox habrían tenido un buen tema del que hablar.

¿Cómo fue su vida de encubierta?

El libro comienza con la descripción de una persecución por Karachi (ciudad de Pakistán). Fox, una ciudadana americana de 27 años, camina por las calles seguida por un hombre alto y con cara de caballo al que llama señor Ed. No hay velocidad, ni coches frenando en seco, puestos de mercadillo derrumbados o empujones entre la multitud como se suele ver en las películas de acción.

“Eso siempre me hace reír en las películas sobre agentes de la CIA: gente haciendo parkour por los tejados y malabarismos con las Glocks. En la vida real, una persecución por el centro de la ciudad supondría el final de mi identidad falsa; es mejor mantener tranquilos a los perseguidores con una falsa sensación de seguridad, caminar lo suficientemente despacio como para que les sea fácil seguirme (...) En otras palabras, matarlos de aburrimiento. Y luego escabullirme y dejar la misión Bond para cuando estén durmiendo tranquilamente”, escribe la autora.

Aunque esta explicación invite a pensar que el resto del libro es aburrido, no es así. Cierto que en sus misiones no hay tiroteos o situaciones de violencia extrema, pero la tensión de los encuentros y, sobre todo, su trayectoria vital es lo que hace que el libro sea interesante. La protagonista empezó desde los ocho años a preocuparse por la política internacional, cuando su padre la invitó a leer los periódicos para intentar entender el porqué del atentado terrorista al avión de Pan Am que mató a su amiga Laura. 

Su familia no era del todo convencional: su madre era un ama de casa procedente de una pudiente familia inglesa y su padre un consejero sobre política energética para gobiernos de todo el mundo. Su trabajo le hacía viajar mucho –algunos de sus comportamientos hacían sospechar que quizá era algo más que un asesor– lo que permitió a Fox y a su hermano vivir en sitios diferentes durante su infancia (Washington, Londres) o visitar Moscú siendo aún unos niños. Su primera aventura en solitario empieza después del instituto, cuando se toma un año sabático para irse de voluntaria a trabajar a Tailandia con los refugiados que huyen de Birmania.

Allí conoce a Min Zin, un escritor birmano disidente que despierta su conciencia política y viaja a Rangún con una identidad falsa para filmar junto a su amigo Daryl la rebelión contra el gobierno que se está preparando. La protesta no llega a materializarse pero consiguen salir del país –después de una detención de 24 horas– con el material que hará que su nombre se oiga en los medios por primera vez: una película con una entrevista a la activista birmana Aung San Suu Kyi, que por aquel entonces llevaba diez años retenida en un domicilio (aún no había ganado el Nobel de la Paz, ni se había convertido en la líder legítima de su país ni había sido acusada de permitir un genocidio contra los rohinyás).

Estudia teología y derecho internacional en Oxford, donde empieza a colaborar con Amnistía Internacional, pero hay dos hechos que redirigen su carrera: los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y el asesinato de su preceptor, el periodista del Wall Street Journal Danny Pearl, por un grupo terrorista en Pakistán. 

Entonces se matricula en un máster en conflictos y terrorismo en la escuela de Georgetown del Servicio Diplomático Exterior y allí desarrolla un algoritmo para detectar posibles puntos geográficos que puedan ser utilizados por terroristas como refugio. Llama la atención de la CIA, que la recluta después de que pase la primera tanda de todas las pruebas a las que se tendrá que someter.

Ahí empieza su vida como encubierta: “A partir de ahora, todas las personas a las que quiero –mi madre, mi familia, mis amigos– creen que estoy trabajando como consejera para una multinacional que utiliza el algoritmo que desarrollé para ayudar a sus directivos a evitar posibles ubicaciones inestables. Es una coartada temporal para mi entrenamiento, que será sustituida por algo más permanente si consigo realmente superar los penosos meses que me esperan”.

La siguiente fase son los seis meses de entrenamiento en lo conocido como La Granja, de donde saldrá preparada para ser espía ‘de verdad’. Se pone como objetivo el entender la motivación de los terroristas: con esa información podrá conseguir que los enemigos se cambien de bando. Todo el libro exuda patriotismo estadounidense  (al fin y al cabo compromete su vida para servir al Gobierno), pero más o menos cuestiona su manera de actuar. 

Su labor principal es bloquear la venta de armamento a terroristas, especialmente el nuclear. Con su falsa identidad de compradora de arte, vive en un piso franco de Virginia hasta que la envían a China durante seis años. Ese país será su base, aunque las operaciones las realizará en el extranjero. La acompaña Dean, otro agente de la CIA con el que también se tiene que casar por las “políticas de empresa”.

Su misión avanza, pero la vida privada es casi más complicada que manejar el terrorismo internacional. El gobierno chino les vigila constantemente, como si estuviesen participando en Gran Hermano, pero tienen que comportarse como un matrimonio normal. Para que todo se complique un poco más, tienen una hija, Zoë, que pasa sus primeros meses de vida siendo la única con una personalidad real de esa familia de tres. 

Conciliar la maternidad con el espionaje no es precisamente fácil aunque incluso es capaz de usar a su favor esa experiencia para tratar con el enemigo: en una tensa reunión con terroristas armados, uno de ellos tiene a su bebé con asma en los brazos y ella le regala el aceite de clavo que usa para calmar la tos de su hija. A cambio, recibe un ramo de Aliso. Cuando Mary Louise Kelly habla de hechos que podrían haber sido reales o no, podría referirse a estos detalles.

Cuando la misión termina y vuelven a Washington, también lo hace esa etapa de su vida, incluido su matrimonio con Dean. Y empieza su nuevo papel como exagente secreto de la CIA, mediadora de conflictos, analista, conferenciante, documentalista y escritora. Cuando Fox llegó por primera vez al cuartel general de la Agencia Central de Inteligencia en Langley (Virginia) leyó una frase que se le quedó grabada: “Y deberás conocer la verdad, y la verdad te hará libre”. Según afirma, toda la suya está en el libro. 

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