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Se reabre la puerta al futuro que escribió la ciencia ficción de la Europa del Este

En las primeras utopías socialistas, las máquinas servían como instrumento de mejora de las condiciones de vida de los trabajadores

Ignasi Franch

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El poder de la cultura anglosajona, y de su sector audiovisual, facilita que las primeras novelas utópicas y distópicas de la ciencia ficción moderna suelan buscarse en la tradición literaria en lengua inglesa. El británico H. G. Wells, de popularidad perdurable a raíz de El hombre invisible o La guerra de los mundos, también concibió futuros supuestamente ideales con algunos aspectos inquietantes en Cuando el durmiente despierta. Edward Bellamy firmó Mirando atrás, también conocida como El año 2000, un enorme éxito de ventas ahora un tanto olvidado que catalizó un movimiento cívico de clubes socialistas en los Estados Unidos de finales del siglo XIX. Y William Morris firmó Noticias de ninguna parte. Todas ellas comparten una premisa similar: sus protagonistas sufrían comas o sueños prolongados que les trasladaban de facto a un futuro lejano.

A estos nombres hay que sumarles los de varios creadores de la Rusia de los años anteriores e inmediatamente posteriores a la revolución rusa. Los autores de En otro planeta y de Estrella roja coincidieron en situar sociedades comunistas en Marte a través de cuentos, recorridos por evidentes simpatías ideológicas, que buscaban el asombro del lector a través del relato de hallazgos y descubrimientos increíbles. En la misma Europa del Este también se concibió la que suele considerarse la primera gran distopía literaria moderna. las utopías de Wells o de Bogdánov (la ya mencionada Estrella roja y su precuela El ingeniero Meini) comenzaban a tratar, de manera no siempre voluntaria, la mezcla de lo utópico con lo distópico, pero fue Evgeni Zamiatin quien trató abierta e intencionadamente la posible deriva totalitaria del colectivismo. Su novela Nosotros ha sido considerada una fuerte fuente de inspiración de George Orwell en la confección de su pesadilla de control y vigilancia (entre otras muchas cosas) 1984.

Con los altos y bajos derivados de las modas literarias y del contexto político, la ficción con elementos anticipatorios o de especulación tecnológica continuó siendo relevante en la Europa oriental. Y varias publicaciones han servido para recuperar parte de esta producción, especialmente de la Rusia de antes y después de la revolución, pero también de la Polonia comunista donde vivió Stanislaw Lem, de quien Impedimenta ha comercializado la rotunda novela El invencible. Alba Editorial ha reeditado en un solo volumen el dúo de libros antológicos Pioneros de la ciencia ficción rusa (1892-1929), donde se recogen obras del mismo Bogdánov y de otros literatos (como el periodista Porfiri P. Infántiev o el misterioso Alekséi M. Volkov).

Akal, por su parte, ha lanzado El hiperboloide del ingeniero Garin, una historia de espías y rayos láser ubicada en el mundo de entreguerras donde comenzaba a desplegarse la amenaza fascista. Y Ediciones Gigamesh ha recuperado la maravillosa Stalker, creada por los hermanos Strugatski, en traducción íntegra y con un cálido prólogo mediante el cual Ursula K. Le Guin. volvió a demostrar que fue tan buena escritora como lectora. Todas estas publicaciones sirven para componer un alfabeto parcial de la literatura de ciencia ficción de la Europa oriental.

Alexander Bogdánov: la ciencia como camino imperfecto que seguir

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Bogdánov fue un activista político revolucionario y científico convencido del potencial curativo, incluso rejuvenecedor, de las transfusiones de sangre. Gracias a la extinta editorial Nevsky Prospects, los aficionados a la ciencia ficción pudieron tener acceso en lengua castellana al principal trabajo narrativo del autor: su díptico de novelas sobre la construcción del socialismo en Marte. En Estrella roja se explicaba el viaje de un trabajador a un Marte más o menos utópico que podía servir de modelo político. En la posterior El ingeniero Meini, se relataba el proceso histórico (y el liderazgo aristocrático) que había llevado hasta ese estado de las cosas.

Pioneros de la ciencia ficción rusa incluye la otra gran creación literaria del Bogdánov más fantasioso: la historia corta “La fiesta de la inmortalidad”. Aunque el autor creyese en la posibilidad de alargar la vida a través de los avances médicos, en esta ocasión anticipó algunos problemas posibles de estos avances. Nos traslada a un futuro donde las personas viven centenares de años y acumulan decenas y decenas de hijos, nietos y bisnietos. El protagonista es un hombre horrorizado por la sensación de repetición derivada de haber acumulado tantas experiencias a lo largo del tiempo. Y es que la ciencia ficción soviética, inicialmente tan fascinada por los progresos tecnológicos y científicos, también podía explorar el desespero.

Valeri Briúsov: un poeta que se asomó a la ficción apocalíptica

Este polifacético escritor fue un poeta que también cultivó la literatura fantástica. Quizá su obra más renombrada sea El ángel de fuego, una novela ambientada en la Alemania feudal y llena de elementos ocultistas que fue llevada a la ópera por Serguei Prokófiev. La antología Pioneros de la ciencia ficción rusa 1892-1929 incluye dos cuentos de Briúsov, “La montaña de la estrella” y “La república de la Cruz del Sur”. El segundo de ellos, publicado en 1905, evidencia que los intelectuales y literatos con simpatías izquierdistas podían ser conscientes de las dificultades de gestionar un éxito revolucionario. El autor propuso una sátira que anticipa una dictadura del proletariado manejada por un número reducido de dirigentes que controlan los órganos de supuesta expresión de la voluntad popular. Traslada al lector a un futuro donde ha tenido lugar un canje de libertad a cambio de comodidad material, de una cesión más generosa de lo que sería la plusvalía capitalista.

Esta especie de paz social explota a causa de una enfermedad que también tiene connotaciones satíricas: una epidemia de contradicciones extremas entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se pretende y lo que se ejecuta. El relato incluye elementos bastante habituales de la ciencia ficción de su época: se imagina un progreso tecnológico muy limitado y la mirada parte del referente contemporáneo de la sociedad industrial, de su metalurgia y sus ferrocarriles, aunque se imaginen aparatos por inventar. A la vez, Briúsov explora territorios más inusuales en aquel momento, como una deriva decididamente apocalíptica de los acontecimientos. El espectáculo de desastre pasa a ser el centro de una obra, puntuada por un cierto sarcasmo que contradice una tendencia a la amabilidad y al humor suave habitual en la sci-fi literaria del momento.

Stanislaw Lem: el genio y su amplísimo libro de recetas narrativas

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La obra de este superdotado de las letras puede proporcionar todo tipo de goces. La variedad de su producción hizo pensar al novelista Philip K. Dick, con una tendencia al pensamiento paranoico derivada de sus trastornos mentales y su uso y abuso de las drogas, que era el pseudónimo de un grupo de escritores. ¿El motivo? Debemos a la misma pluma novelas detectivescas desconcertantes (La fiebre del heno), delicias con aire de cuentos medievales ambientado en el espacio (Ciberíada), inclasificables mezclas de literatura imaginativa y ensayo recorridas por la reflexión punzante y recubierta de ironía (véanse los libros pertenecientes a su proyecto Biblioteca del Siglo XXI) y todo tipo de maravillas literarias.

El invencible podría considerarse una novela de interés transversal. Resulta apta para los incondicionales del Lem más personal, pero también puede atraer a públicos gustosos de una ciencia ficción más orientada a la narración de acontecimientos. Trata de una misión de exploración espacial e intento de rescate: la tripulación de la nave que da título al libro llega a un planeta para buscar supervivientes de otra expedición, y se encuentra un mundo habitado por nanobots con capacidades de ataque. ¿Son seres inteligentes, son una arma olvidada por una civilización desaparecida, son ambas cosas o ninguna de las anteriores? El escritor polaco ofreció una aventura que conecta con algunos de sus temas más habituales (la escalada armamentística, la posibilidad de no comprenderse en absoluto con otras inteligencias), pero lo hace sin el pesimista (¿o realista?) sentido del humor en la observación de las miserias humanas que marca títulos como Paz en la Tierra. A cambio, ofrece momentos que se acercan al relato heroico (y agonístico) de aventuras ubicadas en suelo extraterrestre.

Arkadi y Borís Strugatski: el enigma 'alien', visto por un currante

Los hermanos Strugatski son otros autores destacados de la literatura fantástica de todos los tiempos gracias a la adaptación fílmica que realizó el cineasta ruso Andréi Tarkovski, Stalker (Picnic extraterrestre), una de sus novelas más conocidas. El realizador se inspiró en la obra de los Strugatski, pero firmó una película de tono radicalmente diferente. En Stalker se explica un muy atípico contacto (o no-contacto) con formas de vida extraterrestres. Los alienígenas se instalan en seis zonas de la Tierra que abandonan poco tiempo después, sin llevar a cabo ningún intento de comunicación aparente. Las zonas, lugares de maravillas y horrores que desafían la comprensión humana, son visitadas por científicos y por personas que incursionan clandestinamente y arriesgan su vida para conseguir tecnologías de usos inconcretos que vender en el mercado negro. El protagonista de la novela es uno de esos saqueadores, un currante con problemas con la autoridad que es capaz de actos generosos y también terribles.

Stalker transmite una especie de realismo deformado, quizá un tanto feísta, recorrido de un cierto humor negro. De alguna manera, conecta con los paisajes de basura tecnológica y abandono industrial que caracterizaron a parte de la ciencia ficción ciberpunk. Los Strugatski sintonizan también con el imaginario de Lem, expresado de manera recurrente en obras como Fiasco o Solaris: las inteligencias no necesariamente están destinadas a comprenderse. Stalker es un disfrute narrativo, pero también incorpora reflexiones puntiagudas que socavan varios pilares del pensamiento antropocéntrico: ni aparece una visión finalmente autocomplaciente de la especie humana, destructiva pero rescatable, ni se le reserva un lugar especial en un universo que apenas ha comenzado a entender.

Alexéi N. Tolstói: espías de ciencia ficción

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La familia Tolstói alumbró varios literatos. Entre ellos, un gigante como Lev Tolstói, autor de Guerra y paz o Hadji Murat, aristócrata defensor del anarquismo y de los derechos del campesinado y de los obreros en una Rusia que comenzaba a industrializarse. Alexéi K. Tolstói fue un polifacético escritor de raíz romántica que escribió, entre otras cosas, nouvelles y cuentos fantásticos de vampiros. A Alexéi Nikolaévich Tolstói, un simpatizante liberal en la Rusia zarista que se exilió después con las fuerzas aristocráticas para acabar haciendo equilibrios en la URSS estalinista, le debemos frescos históricos como la trilogía de novelas Peregrinación por los caminos del dolor, pero también incursiones en la ciencia ficción como Aelita.

La editorial Akal ha editado El hiperboloide del ingeniero Garin, publicada originalmente el año 1927, dentro de su colección Clásicos de la Literatura. La invención de un arma de enorme poder sirve para propulsar una aventura muy dinámica (la rápida sucesión de capítulos, nada menos que 130, es un ejemplo de ello), de ambientación multinacional y con componentes de ciencia ficción. La obra remite a las narraciones pulp de la época, a Fantomas o Fu Manchú, con sus espías, sus disfraces y sus dobles, con sus islas misteriosas y sus mentes maestras criminales, pero también contiene algunas pausas y algunos detalles en la descripción de personajes que revelan la sensibilidad del autor. No faltan los elementos oportunamente políticos: el Garin del título sirve explícitamente (referencia a Mussolini incluida) de encarnación fantasiosa de un fascismo que puede ser muy útil para los intereses del gran capital.

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