'Odelay': una ensalada funky y un disco que consagró a Beck hace 25 años
En 1994, Beck Hansen y Thurston Moore representaron el espíritu del grunge en la televisión en el mítico programa 120 minutos de la MTV. El primero, que acababa de conseguir su primer éxito, todavía lleva melena, manga corta encima de una larga –con la que se limpia la nariz– y gafas de sol. El segundo, un poco mejor vestido, le hace preguntas con un tono tan apático como las respuestas que recibe. Hay un momento en el que Beck tira una de sus botas hacia la parte de atrás del decorado, pero nadie se inmuta. Dos años más tarde, ese mismo chaval hará giras por el mundo ataviado con traje y recibirá el premio Grammy al Mejor álbum de música alternativa por Odelay, que este 2021 celebra su 25 aniversario. Sí, ya ha pasado tanto tiempo.
El salto a la fama del californiano pareció meteórico en su momento, pero Odelay era su quinto trabajo de estudio. El pelotazo llegó en 1993 con Loser, el single que lanzó con el sello independiente recién creado Bong Load Custom Records y que después se incluyó en el álbum Mellow Gold (DGC, Bong Load Records, 1994), pero antes ya había hecho otras grabaciones aunque de tirada modesta. Y, ante el peligro de convertirse en icono de la Generación X y en un “one hit wonder” –artista que tiene un gran éxito pero después desaparece–, en 1994 también publicó One Foot in the Grave, un disco de folk, blues y rock acústico que se alejó de su mellizo y con el que se ganó el favor de la crítica más quisquillosa.
Una vez demostrado que podía jugar con los géneros que quisiera y hacerlo bien, llegó Odelay: una ensalada de funky, hip hop, country o bossa nova, que enloqueció a prensa y público. Ryan Schreiber, fundador de Pitchfork, escribió entusiasmado que Beck era “fácilmente uno de los tres artistas más talentosos e innovadores de esta generación” y que: “Once de sus trece nuevas canciones me dejaron boquiabierto de inmediato (lo que realmente dice mucho teniendo en cuenta lo hastiado que me he convertido como crítico de rock, haw haw), aunque cada pista del disco es fantástica”. El álbum alcanzó el puesto diez de Billboard, llegó a disco de platino en Reino Unido y obtuvo seis premios en los MTV Video Music Awards.
Por supuesto, un trabajo que ha tenido tanta relevancia ha sido analizado al detalle y ha dado mucho que pensar. Tanto que en 2016 la revista Spin publicó un artículo con el titular: “In Defense of the New Pollution: How Beck's Odelay Stuck It to Xenophobia 20 Years Before Trump (En defensa de New Pollution: cómo el Odelay de Beck se opuso a la xenofobia de Trump 20 años antes)”.
Se ha teorizado mucho sobre el sentido de las letras –que el artista siempre ha dicho que eran de libre interpretación y, en alguna ocasión, que utilizaba las palabras atendiendo a su sonido y no a su significado– o sobre de dónde viene el título. Hay partidarios de que la versión tendría que haberse llamado 'Órale', en homenaje a los amigos mexicanos de Beck, pero que el encargado de realizar la portada entendió 'Odelay'. Pero, según Stephen Malkmus de Pavement, en realidad es una broma a la discográfica por el tiempo que estaba llevando la producción del disco: 'Oh, delay' (oh, retraso, en castellano). La foto del perro Komondor que salta una valla en la portada fue idea de su novia Leigh Limon y la tipografía directamente de la discográfica. En teoría.
Si son relevantes o no esos datos depende de la persona que los quiera saber. Sí importa más el que los Dust Brothers, implicados en el Paul's Boutique de los Beastie Boys, del cual fueron productores y, por tanto, responsables de los samples más logrados. Devil's Haircut, The New Pollution y Where It's At han sido las más exitosas del disco y también las que más aplausos se han llevado por sus videoclips, que se convirtieron en habituales en la MTV (cadena a la que Beck había dedicado unas nada agradables frases en su primer sencillo en 1992: “MTV Makes Me Want to Smoke Crack/ Fall out of a window and never come back (La MTV me da ganas de fumar crack/ Tirarme por la ventana y no regresar)”.
La parte audiovisual de las canciones es una de las preferidas del artista, aunque en 2005 tuvo un accidente grabando el videoclip de E-Pro que lo dejó fuera de combate durante años (suele evitar el tema en las entrevistas). “Disfruto haciendo vídeos. Tengo muchas ideas. Pasé unas cinco semanas de mi vida haciendo el video de The New Pollution y, maldita sea, es mucho trabajo, pero al final es satisfactorio”, comentó a la revista Rolling Stone, en una de las dos partes de dos horas en las que se realizó esa entrevista. Era 1997, y su relación con los periodistas había cambiado mucho desde aquel amago de conversación televisada con Thurston Moore. Ya era el Beck generoso en palabras que sigue siendo hoy en día.
Historia de dos ciudades que son la misma
La biografía de Beck podría dar para novela (o para una biografía que quizá llegue algún día), pero lleva toda su trayectoria haciendo hincapié en no romantizar un pasado digno de Dickens. Es cierto que su familia no era para nada convencional y muchas de las influencias que recibió de sus integrantes lo acabaron convirtiendo en el artista que ha llegado a ser, pero el precio que tuvo que pagar por ellas fue bastante grande.
Nació en 1970 en Los Ángeles. Su madre, Bibbe Hansen, formó parte del grupo de actrices y artistas que frecuentaban The Factory, el estudio de Andy Warhol en Nueva York. Fue el abuelo de Beck, el también artista Al Hansen, quien presentó a Bibbe y Warhol cuando ella aún era adolescente. Acabó saliendo en varios de sus trabajos y el músico no se enteró de este aspecto de su progenitora hasta que un día, cuando miraba un disco de la Velvet Underground, ella le comentó el tema como por casualidad.
El padre de Beck, David Campbell, es arreglista y compositor musical. Ha trabajado con The Rolling Stones y también con su propio hijo. Hansen –usa el apellido de su madre– tampoco supo a qué se dedicaba hasta que en los créditos de Tapestry, el disco de Carole King, encontró su nombre. Fue su abuelo materno, miembro de una comunidad artística llamada Fluxus, que hacía obras como figuras hechas con colillas de cigarrillos –entre otras cosas– quien dejó una huella más profunda en la sensibilidad artística de Beck. Y en la de su hermano pequeño, Channing, que es artista visual.
Creció en Westlake, un barrio marginal de la ciudad, viviendo en pensiones o pequeños apartamentos con sus padres, que se separaron cuando Beck aún estaba entrando en la adolescencia. Hay mucha mitología alrededor del hecho de que dejase los estudios muy pronto, pero lo cierto es que abandonó el colegio porque ir era demasiado peligroso. Como explicó en un reportaje en The New Yorker: “Era un blanco fácil (...) No quiero glorificar lo que hice. Creo que la escuela es realmente importante, y donde estaba matriculado probablemente tenía maestros increíbles”. En lugar de ir a clase, cogía el autobús todos los días hasta la biblioteca central, donde había una sala con partituras musicales que aprendió a leer por su cuenta. Pero cuando tenía 15 años, el centro se quemó en un incendio y fue cuando decidió que se tenía que ir de Los Ángeles. Lo hizo con 18 años, en un viaje en autobús que lo llevó a Nueva York en una trayectoria bastante horripilante (un pasajero le amenazó con cortarle el cuello para robarle el walkman si se dormía). De nuevo, nada de romanticismo.
En Manhattan, entró en contacto con músicos del movimiento anti-folk, durmió entre sofás de amigos y albergues y trabajó como acomodador en un teatro mientras tocaba en pequeños clubes de la ciudad. Cuando volvió a Los Ángeles, por fin llegó el éxito de Loser, el triunfo de Odelay y su carrera siguió en ascenso. En su trayectoria, ecléctica donde las haya, ha firmado discos tan bailables como Midnite Vultures (DGC, 1999) o Guero (Interscope Records, 2005) y tan melancólicos como Sea Change (Geffen Records, 2002) –que compuso después de su ruptura con Leigh Limon y que contiene una de las canciones de desamor más emotivas del siglo XXI, Lost Cause– o Morning Phase (Capital, 2014).
Gracias a este último recibió el premio Grammy al Mejor Disco del Año de las manos de Prince, uno de sus grandes ídolos. Kanye West, en su línea egomaniaca, le robó el momento al subirse al escenario para reclamar ese galardón para Beyoncé como hizo con Taylor Swift en 2009. En esta ocasión, la acción tuvo más de broma que de protesta y el rapero le pidió perdón tiempo después a través de sus redes sociales. Más que enfadado, Hansen se quedó perplejo y lo que en realidad lo decepcionó fue que no pudo hablar con el autor de Purple Rain, que murió al año siguiente.
Desde 2014 ha sacado otros tres discos: Colors (Capitol Records, 2017) –que se lanzó más tarde de lo previsto, ya que la fecha inicial coincidió con la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y “no era el momento para esas canciones”, según dijo a The Guardian– e Hyperspace (Capitol, 2019). También ha hecho experimentos como Song Reader, el álbum del que solo publicó las partituras para que el público las interpretase, aportaciones a bandas sonoras de películas y videojuegos o colaboraciones con otros artistas. La última, con Paul McCartney en la canción Find My Way, incluida en el último trabajo del británico, McCartney III Reimaginated.
Ahora vive en Los Ángeles, en una zona y unas condiciones que nada tienen que ver con las de su infancia. Tiene dos hijos, Cosimo y Tuesday y no, no pertenece a la cienciología. Sí lo hizo su padre y también su exmujer, la actriz Marissa Ribisi, de quien se divorció en 2019. Ese mismo año, explicó a The Sunday Morning Herald: “Creo que existe una idea errónea de que soy un cienciólogo. No soy cienciólogo. No tengo ninguna conexión o afiliación con la cienciología. Mi padre ha sido cienciólogo durante mucho tiempo, pero yo me he concentrado en mi música y mi trabajo durante la mayor parte de mi vida”. Posiblemente no sea la última vez que se lo pregunten, aunque el ídolo sea él y no L. Ron Hubbard.
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