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La verbena vecinal de Madrid que ha convertido en uña y carne a sus vecinos

Ambiente que se respira en la calle de Las Maldonadas, hoy sábado en el madrileño distrito de Latina, durante las sesiones de música y vermut organizadas por los vecinos.

EFE

Madrid —

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De balcón a balcón, tensada por una fina cuerda que conecta los dos lados de la calle, una camiseta verde de manga larga luce, grapada en su pecho, una ilustración tamaño folio de Las Maldonadas, monjas que dan nombre a una calle de Madrid situada en el barrio de La Latina.

La colgaron sus vecinos hace ahora dos semanas, cuando, hastiados tras los primeros quince días de encierro, idearon conjuntamente un “rastro-brunch vecinal” con el que hacer más llevaderos los fines de semana.

Contra todo pronóstico, lo que comenzó como un mero pasatiempo entre cuatro balcones ha terminado por convertirse, cuando se cumplen ya seis sesiones de música y vermut, en una cita obligada para todo el vecindario.

“Lo más curioso es que no teníamos ninguna relación con los vecinos de enfrente, pero a base de salir todos los días a aplaudir a las ocho empezamos a hablar y, poco a poco, fuimos cogiendo confianza”, cuenta Marta, la joven de 26 años que, junto a su novio Santi y a un buen amigo, pincha desde su mesa de mezclas cada sábado y domingo, las ventanas abiertas de par en par, entre las 13:30 y las 15:00 horas.

Los tres son DJ en sus ratos libres y, antes del comienzo de la cuarentena, ofrecían sus sesiones con regularidad en diferentes bares y pubs de Madrid. “Fue así como empezó: un día de la cuarentena, Santi tenía que hacer desde casa un directo para un festival online y los vecinos de enfrente, al verlo pinchar, nos pidieron que abriéramos la ventana para escucharle”, explica Marta, aún sorprendida por cómo ha evolucionado desde entonces la iniciativa.

Ante el éxito de aquella primera sesión, se plantearon comenzar a verter la música a la calle con regularidad; una de las vecinas de enfrente echó mano de su pizarra, ilustrada durante las primeras semanas de confinamiento con frases motivacionales de toda índole, para, orientándola hacia el exterior, promocionar los encuentros de cada fin de semana.

Pronto se pidieron los teléfonos y crearon un grupo de Whatsapp donde, a lo largo de la semana y cuando se acerca una nueva sesión, los vecinos piden canciones a los DJ y proponen posibles fiestas temáticas. Ya son más de treinta los integrantes del chat.

“Los sábados solemos pinchar música ochentera, como el Saturday Brunch Fever de la semana pasada, y los domingos temazos típicos de las verbenas de pueblo: de Chayanne a las Azúcar Moreno”, cuenta Marta entre risas.

Un vermut vecinal que, dos días a la semana, llueva o haga sol, colorea Las Maldonadas, colonizando poco a poco las zonas colindantes. “Nos han llegado incluso imágenes de vecinos que, desde la Plaza de Cascorro, han escuchado nuestras fiestas y han decidido unirse desde la lejanía”, asegura Marta.

Y es que, según cuentan sus organizadores, no solamente han recibido el beneplácito de los vecinos que, cada fin de semana, bailan y brindan desde la distancia en sus respectivas ventanas y balcones.

“Ancianos que amagan un baile, coches de policía que encienden luces y sirenas al atravesar la calle, riders de Glovo o Deliveroo que pasan por aquí… son muchos los que, al ver el ritmo que llevamos, han mostrado su simpatía por la iniciativa”, cuenta la joven DJ.

Lejos de quedarse en un mero jolgorio, el “rastro-brunch vecinal” de Las Maldonadas ha significado la unión de un vecindario que, antes del encierro, no trascendía del hola y adiós.

“Ahora sabemos que junto a nosotros viven familias con niños, parejas jóvenes, gente soltera… siempre recordaremos lo bien que lo se pasamos durante esta cuarentena con nuestros vecinos”, cuenta Marta antes de despedirse.

Cada mañana, al subir las persianas, una fina cuerda tendida entre dos balcones recuerda a los vecinos la cercanía de la próxima cita. Y el sol parece entonces brillar un poco más.

Por Pelayo Sánchez

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