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Cáncer en los Bórbones

Patricia Canet

De entre todos los males que recorren España puede que el más longevo, junto con el lastre católico, sea el asentamiento y amodorramiento de la dinastía borbónica. Esto lo dice alguien para quien el morado es mucho más que un color, es una de las tres franjas de una bandera mucho más justa, libre e igualitaria que la bicromática. Habida cuenta de mi declaración de intenciones, vayamos por partes.

Lo de esta familia ya da para rellenar sobradamente el guión de cualquier programa de estos dedicados a solucionar problemas familiares. Pensémoslo un momento: un matrimonio que sólo tiene de matrimonio lo que tiene de papeles (los que irónicamente han ido perdiendo ambos cónyuges con los años y las caídas), una hija que también tuvo problemas de alcoba por motivos ajenos a los ciudadanos pero próximos a sus lenguas y cuyo vástago podría ser sujeto de cualquier ensayo clínico, otra hija que parece seguir los pasos del Vaquilla, aquel alegre bandolero según Los Chichos, y un hijo y heredero adiestrado cual can de César Millán para ser lo que se supone que España necesita.

Dicho así, parece que quiera justificar mi republicanismo por los trapos sucios de una familia. Pues sí, lo digo así porque sus trapos sucios los estamos pagando el resto y no ellos mismos, como el resto de las familias. Que ellos sean los culpables de (voy a ser políticamente correcta por una vez, pero que no sirva de precedente) mala praxis pero seamos nosotros los responsables de la misma nos da, como mínimo, el derecho a acusarlos de lo que son: unos estafadores de la libertad, la igualdad y la justicia.

Obviamente, este tema sale a colación de la performance indie del pasado sábado de Cristina. Después del homenaje que la bajeza de su alteza brindó a la máxima socrática del “sólo sé que no sé nada”, podría preguntársele si sabe cómo han venido sus hijos al mundo o tampoco tiene constancia. Eso, sin duda, sería mucho más divertido. Su testimonio fue como una película iraní, algo que nadie entiende pero sorprende sobremanera a todo el mundo. A mi modo de ver, ha hecho lo que le tocaba hacer y lo que ha visto hacer a su familia toda la vida, meter la mano y callar. ¿O acaso alguien esperaba que hablara abiertamente de su vida en naves en llamas más allá de Orión, digo, en cuentas de Suiza? ¿Esperaba alguien ver a Cristina haciendo una presentación con Power Point y puntero láser incluidos de sus aventuras y desventuras financieras?

A mí lo que más me indigna no es la imputación de la infanta y de su marido ni sus declaraciones, puesto que esto saca a la luz lo que la monarquía ha hecho desde que se instaló en suelo patrio. La monarquía y, por ende, los Borbones y sus narices (quería utilizar una palabra con una rima mucho más consonante pero hoy tengo la corrección política subida, mea culpa) han expoliado incesantemente las arcas españolas a su antojo, han hecho orgullosa y ficticia gala del despotismo ilustrado con su lema del “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, han demostrado ser una losa para el avance del progreso político y social que la historia iba exigiendo, han convivido a las mil maravillas con regímenes dictatoriales (Juancar, el último) y, por supuesto, han negado ser todo eso.

Aún con todo, lo peor no es ver a un tirano ejercer y disfrutar de su tiranía, sino sorprenderse por las mil formas en que un súbdito justifica su sometimiento. Esto supongo que se podría explicar, en parte, por el síndrome de Estocolmo, según el cual el secuestrado acaba empatizando y defiendo a su secuestrador. Eso es precisamente lo que hacen los monárquicos o, peor todavía, los más ridículos conocidos como “juancarlistas”, los believers de las monarquías europeas. Sean como sean, todos ellos defienden al delincuente que ha secuestrado, amordazado, torturado y asesinado sus libertades, igualdades y derechos y, lo que es peor, no son ni tan siquiera capaces de apreciarlo. Algo de esto me recuerda al santo padre y su iglesia. No sé, manías mías tal vez.

Por todo, no queda otra que ponerle otro palito a la mejor y más equilibrada forma de Estado que podemos tener, la que nos beneficia a todos sin distinción ninguna. La III República vendrá, aunque ahora parezca imposible. También las dos primeras fueron utopías cuando empezaron a tener forma definida y más tarde se materializaron. Y para quien diga que el establecimiento de las dos repúblicas fracasó, que se moleste en ilustrarse porque ese será el momento en que aprenderá que las dos experiencias republicanas de la historia de España finalizaron debido a un golpe de Estado, lo que iba en contra de la ley que defendía a todos los españoles.

Si algo debemos aprender de la historia es que no hace más que repetirse una y otra vez. Esto, que es sobretodo una maldición, puede ser nuestra suerte porque puede permitir a España librarse del cáncer de los Borbones y de la metástasis en que ha derivado. Si se repite la experiencia, aprovechémosla y aprendamos de los errores que se cometieron en el pasado ya que, hasta ahora, el único lugar donde el republicanismo está dando enormes frutos es en la fábrica de banderas republicanas porque se venden como churros gracias a que los mismos Borbones desconocen que los bolsillos también sirven para meter las manos.

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