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“Toda la atención se la lleva el Estado Islámico, cuando la guerra está destrozando a toda la población”

Carlos Francisco, coordinador de las Operaciones de Médicos Sin Fronteras para Siria / foto: MSF

Bru Rovira

“Si consiguen cerrar la ciudad de Alepo, unos 100.000 civiles podrían quedar completamente aislados, sin ninguna ayuda ni asistencia, obligados a morirse de hambre hasta su rendición como ya ocurrió en Homs”. Carlos Francisco, coordinador de MSF España en Siria, es poco optimista sobre la situación en la región de Alepo donde las últimas semanas las fuerzas del gobierno han estado a punto de conseguir aislar la ciudad.

“El 17 de febrero hubo una gran ofensiva en la carretera que todavía controla la oposición y el frente se acercó tanto a nuestro hospital- que nos vimos obligados a evacuarlo durante una semana. Fueron combates duros, con muertos y heridos en ambos bandos”.

Después de casi cuatro años de guerra, la situación en Siria no hace más que empeorar. Actualmente ya suman más de 200.000 los muertos y son más de 10 millones las personas que han tenido que abandonar sus casas, lo que significa la mitad de la población del país. Casi 4 millones lo han hecho como refugiados (solo en Turquía hay un millón y medio de refugiados sirios), y 7,6 millones son desplazados internos.

A pesar de la gravedad, Europa mira hacia otra parte y cierra sus fronteras a la población que huye despavorida, mientras “toda la atención mediática y política –señala Francisco-, se focaliza en el Estado Islámico, pero en Siria la guerra está destruyendo a toda la población. Es como si eso fuera un asunto menos dramático y urgente que las preocupaciones geoestratégicas y los intereses de países que no la sufren aunque participen en ella y tengan la llave para pararla”.

Miembro de MSF desde el año 2007, Carlos Francisco ha estado ya en diversas guerras, como las del Sur Sudán, República Centroafricana, República Democrática del Congo y Libia, pero esta es la primera vez que él y todo el personal expatriado actúa “desde fuera” del campo de batalla, situados en un lugar al otro lado de las fronteras sirias.

“Se trata de una situación atípica, a la que no estamos acostumbrados porque nosotros siempre tratamos de estar junto a la población civil y acompañarla en su sufrimiento. No solo para procurarles atención médica, sino también para ser testigos de lo que ocurre. En Somalia o en Darfur ya nos había ocurrido tener que abandonar el terreno, pero no hasta el extremo de Siria, donde nos vemos obligados a trabajar por 'control remoto' y todos nuestros equipos en el interior, unas 250 personas, son personal local”.

“Después del secuestro de nuestros compañeros en enero del 2014 –prosigue Francisco- solo hemos entrado alguna vez de forma muy limitada. Los programas sobre el terreno los gestiona personal sirio, incluidos los médicos. Los expatriados les suministramos medios y material desde fuera. Es una situación muy extraña e irreal. Muy incómoda. Muy bestia. Les vemos a través de la pantalla, les escuchamos a través del teléfono, como si ellos estuvieran en una pecera y nosotros detrás del cristal. Pero dentro no podemos entrar porque es imposible protegerse. Y no solo de los grupos armados, sino también de los gánsteres dispuestos a secuestrarte a cambio de dinero. Hay demasiada gente interesada en pillar a un occidental”.

Es una situación de soledad de la población civil, de “ratonera”, de aislamiento en un campo de batalla dentro de una guerra post-post-moderna, donde las potencias que participan en ella actúan sin poner los pies en el terreno y las organizaciones humanitarias se mantienen también detrás del cristal de la “pecera”. A todo ello hay que sumar además como un elemento más de esta tecno-modernidad orwelliana el hecho que la población aislada permanece totalmente informada, no solo de lo que ocurre dentro, sino también de lo que ocurre en el ámbito internacional y les afecta directamente. El Gran Hermano decide su destino desde los despachos.

“Los civiles –dice Carlos- lo siguen todo al segundo porque internet y los teléfonos siguen funcionando. Los bombardeos, los heridos, los muertos, los combates, los ataques con barriles bomba, nada se escapa a los activistas o a los privados que lo cuelgan en la red”.

Se trata, pues, de un aislamiento, una soledad, un abandono desconocida hasta hoy, donde la información es absoluta y el sentimiento de abandono se acrecienta todavía más porque a pesar de la apariencia de ficción, de irrealidad que pueda tener una situación parecida, la realidad del día a día es de una crueldad nada irreal: solo durante la ofensiva del día 17, por ejemplo, más de mil familias tuvieron que huir, lo que significa un desplazamiento de 8.000 personas más en un solo día. Son personas que lo pierden todo. Gente que no tendrá ni siquiera una nota a pie de página, contrariamente a lo que pasa con cualquier acto de guerra, asesinato o barbaridad del Estado Islámico.

El acceso a la información, hace también que la población conozca perfectamente la dubitativa e irresponsable actitud internacional, donde las potencias discuten asuntos globales, intereses propios, sin ocuparse del sufrimiento de la población para la cual no tienen ningún plan que ponga fin a la guerra, y lo que se decidió ayer puede ir en una dirección completamente contraria días después.

“La única certeza que nosotros tenemos aquí –explica-, es que hay unas víctimas claras: los civiles, toda una población que sufre enormemente, así como la destrucción de un país entero. Nos cuesta entender porque desde fuera se sigue dando más valor a unos muertos que a otros y que se haga política del dolor ajeno. A veces tenemos el temor –que ya empieza a ser una certeza-, de que la guerra siria se pueda convertir en una guerra olvidada. Alepo, donde nosotros trabajamos, sigue resistiendo, pero si un día de estos cae volveremos a vivir el hambre, la muerte y la destrucción masiva que ya se vivió en Homs y que, tristemente, nos dejará probablemente a las puertas de la ciudad sin poder intervenir”.

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