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Los temores despertados por la llegada del wifi y la luz a las jaimas de los refugiados saharauis

Asma, refugiada saharaui, ve un vídeo de YouTube en el pasillo exterior de la casa de su familia. | G. S.

Gabriela Sánchez

Campamentos de refugiados saharauis de Tindouf (Argelia) —

Se decía que su llegada supondría una declaración de intenciones. Algunos temían que la mejora de ciertas condiciones de los campamentos de refugiados saharauis podría simbolizar una especie de rendición, la perpetuación del exilio temporal al que se aferran. Si el tendido eléctrico se instalaba e internet se generalizaba podría significar un “nos quedamos”, un “para qué”. Podrían dejar de soñar por un país desconocido para muchos. Podrían acostumbrarse a este lugar inhóspito. Podrían dejar de luchar. Podrían.

Aunque estos temores generaban ciertas reticencias hacia el establecimiento del tendido eléctrico y la conexión a internet, este verano se ha hecho efectivo en los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf (Argelia). La iluminación eléctrica ha llegado a cada una de las casas de adobe extendidas en el secarral del desierto. El wifi 4G, también: ya hay conexión inalámbrica en buena parte de las jaimas levantadas en la zona más aislada de la hamada argelina.

Aunque algo ha cambiado en los campamentos de refugiados de Tindouf,  sus habitantes estaban aquí para irse y, enfatiza la mayoría de jóvenes consultados, no dejarán de estarlo. Otros, sobre todo los más mayores, aquellos que vivieron los momentos más duros de la guerra y el exilio, confiesan ciertas dudas. Admiten que quizá sean irracionales, que quizá tengan una base psicológica, pero sus recelos permanecen.

Saika enseña a sus huéspedes durante el FiSáhara una de las habitaciones de una casa muy diferente a la del año anterior. Para iluminarla, aprieta un interruptor sin necesidad de utilizar los generadores alimentados con energía solar de los que hasta ahora dependían: la luz ha dejado de hacer ruido en los campamentos de refugiados saharauis. La mujer muestra su nuevo cuarto favorito, un cuarto helado en medio del sofocante calor del desierto. El aparato de aire acondicionado que corona una de las paredes de adobe marca 16 grados.

Además de un primer vaso de té para cada invitado, Sakra también ofrece la contraseña del wifi, mientras Sumaya consulta de vez en cuando su Facebook. Asma, de 11 años, es la encargada de poner un vídeo de YouTube tras otro para animar la jaima con canciones conocidas durante su estancia en España. Dice que ahora es más sencillo hablar con sus diferentes familias esparcidas por el mundo. Con sus tíos, que se quedaron al otro lado del muro tras la ocupación marroquí. Con sus amigos españoles, con los que compartió sus vacaciones de verano.

Ninguna de ellas encuentra un efecto político en los avances tecnológicos, cuentan las novedades contentas, como un alivio surgido después de unos meses complicados, cuando sus preocupaciones se centraron en la reconstrucción de sus casas, destruidas por las fuertes lluvias de octubre de 2015.

La electricidad ha sido instalada en todas las casas de forma gratuita y ninguna familia pagará nada durante el primer año. Por el momento las autoridades del Frente Polisario no concretan cuál será la cuota que deberá pagar cada familia. “Ahora no pagan nada gracias a la ayuda argelina. Estamos estudiando cuál será el sistema de pago posteriormente”, ha afirmado el gobernador del campamento de Dajla.

Como ingeniero de telecomunicaciones de los campamentos de refugiados de Tindouf, Azman Hafad ha colaborado en la expansión del wifi en pleno desierto, pero su rostro refleja los miedos que esconde. Esas “reservas”, como prefiere referirse a sus recelos ante este cambio. Describe su punto de vista con cuidado, consciente de que los avances tecnológicos también traerán beneficios para todos los refugiados.

“Cuando pienso en la llegada de internet y de la electricidad me da la sensación de que estamos convirtiendo a este lugar en algo definitivo, no en un campamento provisional con la meta temprana de volver a nuestro país”, se sincera Azman, cuya vida lleva dedicada a la causa saharaui desde 1975, desde que la ocupación de Marruecos los empujó a la guerra y a una espera temporal que ha cumplido 40 años. Una vida de sacrificio que permite comprender sus miedos.

“No puedo evitarlo. Me provoca reservas que este auge tecnológico lo acabe convierto en un asentamiento permanente. Yo vine empujado por una invasión, no para quedarme”, relata en una pequeña sala llena de routers y tarjetas de recargo de conexión inalámbrica. “Me dolería que, de un día para otro, se acabase con la conciencia social de la temporalidad”, reconoce el saharaui de 57 años.

“Temo que se acomoden y dejen de luchar”

Matiza en varias ocasiones que su opinión es personal y no conlleva sospechas sobre la posibilidad de que Argelia, cuya ayuda ha permitido la instalación del tendido eléctrico, o el Frente Polisario busquen el cambio que teme. “Simplemente me da reservas que la población pueda acomodarse. Que cale la idea de que no hay solución. Que deje de luchar”.

También ve efectos positivos: “Ahora tenemos un modo de comunicación permanente con las zonas ocupadas, con España y con el mundo. Ahora somos autores de nuestra propia información y podremos difundir nuestra causa desde aquí”.

Jadiyetu es 25 años más joven y, con cierta resignación, va más allá: “Si nos han puesto luz e internet es que nos vamos a quedar aquí. Ya no vamos a volver... Si no, ¿para qué?”, opina la profesora saharaui poco después de utilizar un rato Whatsapp para charlar con la familia con la que pasó varios veranos en España.

Dahda lleva 31 años sobreviviendo en la escasez del desierto por un país que extraña sin haberlo pisado y por eso, defiende, un respiro en sus condiciones de vida no convertirá al desierto argelino en su hogar definitivo. No quiere estar aquí. Está por una causa que no se diluirá, insiste.

“Yo no me voy a querer quedar aquí porque me pongan un aire acondicionado. Puedo vivir mejor, con electricidad, con Internet, pero cuando me llamen a las armas, acudiré. Necesitamos la autodeterminación, queremos nuestra independencia y libertad del pueblo saharaui. Esto solo nos ayuda a resistir”, describe Dahda.

“Vivir aquí es agotador y esto nos ayuda un poco”

“¿Tú aguantas los 50º que hace en verano? Vosotros no podéis, no sé por qué tenemos que hacerlo nosotros. Yo veo a mis padres mayores y no quiero que pasen ese calor. Nosotros lo hemos aguantado pero, si podemos evitarlo, por qué no lo vamos a hacer. Vivir aquí es agotador, esto nos ayuda un poco”, añade el joven saharaui, que estudió en Cuba durante años y regresó al campamento de refugiados para poder irse algún día.

“Resistir aquí es nuestra forma de luchar. No se nos puede privar de vivir un poco mejor, de querer cuidar a nuestros padres y querer construir una casa digna para mi familia”.

Aunque no se plantea tirar la toalla, a Dahda se le nota cansado de esperar a que el conflicto avance y, como la mayoría de los jóvenes, apuesta por retomar las armas para poner fin a la ocupación marroquí de la última colonia española.

“¿Que si temo acomodarme yo? ¡No, no, no! ¡Yo, ya no!”, exclama con seguridad Azman y con cierta preplejidad. “A mí no me va a ocurrir. He estado en Cuba, en España, en distintas regiones con muchas comodidades”, recuerda el ingeniero saharaui. “Y he vuelto. Porque un ciudadano sin patria no es nadie”.

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