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Migrantes que saltaron la valla de Ceuta responden a las acusaciones de violencia: “La única arma que tenemos es el coraje”

De izqda a dcha Yusuf, Alpha e Ibrahime

Gonzalo Testa

Fácilmente reconocibles por las toallas y los chándales de estreno que recibieron el jueves a su llegada al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta, los 602 jóvenes que saltaron la valla de Ceuta la semana pasada caminan por la ciudad tras haber sido recibidos con manifiesta hostilidad. Su llegada ha empujado la visita a la ciudad autónoma de los líderes de VOX, Ciudadanos y el PP con el objetivo de “apoyar” a la Guardia Civil tras una entrada coordinada tachada de “violenta” por el Instuto Armado.

En las redes sociales más que en la calle, la xenofobia ha prendido como la pólvora al calor de la presunta “violencia inusitada” utilizada por  algunos de los recién llegados para superar el doble vallado fronterizo en el salto exitoso más numeroso de la historia local (en febrero de 2017 un total de 857 lo lograron en 72 horas).

“El único arma que tenemos es el coraje”, sentencia el joven Ibrahim, de Guinea Conakry. Permaneció diez meses en ruta hasta llegar a la ciudad española. “Si 600 personas [la Guardia Civil asegura que en el intento de entrada participaron 800 hombres y que Marruecos también repelió a ”cientos“] llegasen armadas no habría tantos heridos en el CETI, no habríamos estado cuatro horas en la valla y todos habrían pasado”, argumenta.

Según los partes de Cruz Roja y el INGESA, un total de 132 migrantes y de 22 guardias civiles recibieron asistencia sanitaria tras la entrada. De ellos, 20 jóvenes subsaharianos y 10 agentes tuvieron que ser trasladados hasta el Hospital Universitario con heridas y quemaduras. Solo cinco personas, todos de origen subsahariano, permanecieron internados. Ninguno de los funcionarios cogió baja médica, aunque uno de ellos debe someterse a curas cada ocho horas.

“Ninguna” violencia aseguran haber utilizado Alpha, Ibrahime y Yusuf, que junto al puesto de socorrismo de Playa Benítez, una de las más concurridas de la periferia de la ciudad, escuchan música con un teléfono móvil. Los tres son, dicen, de Guinea Conakry, tienen 20 años y salieron de su país hace 15 meses, mucho antes de que pudiera intuirse siquiera cualquier cambio político capaz de generar ese ‘efecto llamada’ que desde el Partido Popular, Ciudadanos y VOX se empeñan en declarar.

Su futuro tampoco está en España. Alpha sueña con Marsella para seguir “haciendo música”. Al ser preguntado si tiene familia en algún país de Europa lo niega. “Toda mi familia murió en la guerra”, resume. Ibrahime aparenta no tener ni idea de dónde le gustaría terminar cuando pueda cruzar el Estrecho ahora que la estancia de los migrantes en Ceuta se ha disparado por encima de los nueve meses con las plazas de acogida peninsulares colapsadas por las masivas llegadas diarias a Andalucía. Yusuf sueña con “Noruega”.

“Habíamos visto a los inmigrantes escupir o amenazar a los agentes con tener enfermedades contagiosas, desde el ébola hasta el Sida, pero nunca el uso de cal viva, lanzallamas caseros con aerosoles y mecheros o radicales con baterías”, denuncian fuentes del Instituto Armado. La Guardia Civil denunció un nivel de organización “desconocido” y, aseguran, esperan que las grabaciones de las cámaras de seguridad permitan “proceder contra las personas que usaron la violencia”.

Aunque ahora se niegan precedentes, es habitual que el Instituto Armado acuse a los migrantes de “violentos” en sus saltos. “Además de contar con piedras y palos, así como armas blancas, prenden fuego sobre prendas de abrigo para atacar a la Guardia Civil: pretenden que las víctimas dejen de hacer su trabajo o que otros compañeros acudan en su auxilio para disminuir el total dedicado a labores de contención”, refieren informes oficiales de 2015 en los que ya se alude a la utilización de “piedras, ganchos, recientes de cristal, gasolina...”. En los que también hacen referencia a una supuesta “agresividad inusual”.

“Yo no voy a contar todo sobre cómo se hace un salto porque es muy complicado y muy peligroso saltar 6 metros de altura, como vivir meses en el bosque”, advierte Elhady, un joven gambiano que salió de su país “hace un año y medio” y que llegó a pisar Ceuta en diciembre, cuando según asegura fue ‘devuelto en caliente’.

Con el brazo derecho vendado hasta el codo, esgrime como argumento que sus heridas no son “nada” al lado de las de “muchos” compañeros de entrada. Varios migrantes acogidos en el CETI de Ceuta atendieron a “decenas” de recién llegados afectados por el uso de gases lacrimógenos que, según denuncian, utilizó la Guardia Civil para repeler su entrada.

Hasta el pasado 1 de enero habían llegado a Ceuta durante la última década un total de 18.970 personas en situación irregular. En lo que va de 2018 lo han logrado algo más de un millar, muy lejos todavía de las cifras de los dos últimos años (3.223 en 2016 y 3.219 el ejercicio pasado).

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