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El Niño y su impacto en Etiopía: un fenómeno global con efectos locales

Una mujer sentada en el exterior de su casa, en Bissidimo (Etiopía) en una zona afectada por fuertes lluvias e inundaciones.

Alejandro Serrano

Miembro del Grupo de Acción Humanitaria de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo —

El fenómeno de El Niño ha vuelto a golpear duro. Su impacto en 2015 y 2016 es el peor de los últimos 35 años. 60 millones de personas han sufrido sus efectos que han sido especialmente graves en zonas rurales con condiciones previas de vulnerabilidad económica, ambiental y política.

El futuro de El Niño no trae buena carta de presentación: todo apunta a que sus consecuencias seguirán presentes a medio plazo, lo que supone una amenaza directa para millones de personas. Por si esto fuera poco, le ha salido una compañera de viaje: La Niña, un fenómeno opuesto al Niño que se traduce en intensas lluvias y tormentas tropicales. Se ha incrementado un 75% las probabilidades de que una y otro viajen próximamente de la mano.

¿Cómo está afectando localmente a la vida de las personas?

Uno de los países más afectados por los efectos de El Niño es Etiopía. La crisis alimentaria que sufre el país no tiene precedentes: más de 10 millones de personas necesitan asistencia alimentaria; número que puede crecer en la segunda mitad del año según la estimación de OCHA del pasado mes de junio. 435.000 niños y niñas sufren ya malnutrición severa.

El impacto en Etiopía ha sido doble: sequía en el norte, centro y oeste del país, lo que ha llevado a la ausencia de dos estaciones de lluvia consecutivas en 2015 e inundaciones en el sur y sureste. Aunque el país sufre sequías de manera recurrente (en las últimas tres décadas se ha visto afectada por siete), las dimensiones que está alcanzando la actual no tienen comparación con las anteriores; de hecho, es considerada la peor en 50 años.

La escasez de agua está provocando la contaminación del aire y el agua. Regiones enteras sufren deforestación, aparecen brotes de enfermedades como el sarampión y la población se ve obligada a migrar internamente. A todo esto hay que añadir el encarecimiento de los productos básicos, como las lentejas (su precio se ha incrementado un 73% en tan solo un año), y la pérdida masiva del ganado –principal medio de vida de muchas familias–. Solo en 2015, la pérdida de cabezas de ganado alcanzó las 200.000, y en 2016 se prevé que supere las 400.000. Pero el problema del ganado no acaba ahí; muchas de las familias que han logrado mantener a sus animales con vida se han visto obligadas a venderlos a precios muy bajos para poder obtener dinero con el que adquirir alimentos; esto ha provocado un agravamiento de situación para los próximos meses.

Tras tres temporadas de siembras fallidas, la mayor parte de las cosechas se han perdido; una cifra que alcanza el 90% en algunas zonas. Estimaciones recientes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) indican que unos 7,5 millones de personas dedicadas a la agricultura y al pastoreo necesitan ayuda agrícola para producir cultivos básicos como maíz, trigo y forraje para el ganado; y apoyo para mantener a sus animales sanos y reanudar la producción.

Según las Oficinas Regionales de Agricultura, 1,7 millones de familias no disponen de semillas para la siembra. Esta cifra representa el doble de lo registrado en enero de 2016, y casi cuatro veces más que en diciembre de 2015.

¿Estamos a la altura de un problema global?

Desde hace tiempo, el gobierno de Etiopía fomenta la capacidad de respuesta de la población ante estas situaciones. Uno de los programas que trabaja en este sentido y mano a mano con organismos internacionales y ONG es el Productive Safety Net Programme. A pesar del trabajo conjunto, los fondos internacionales aportados para hacer frente a esta crisis humanitaria son insuficientes. El gobierno estimó que se necesitarían 1.520 millones de dólares; al día de hoy aún siguen siendo necesarios 518 millones. No podemos sentirnos orgullosos de la aportación

Resulta llamativo pensar que el período de mayor virulencia de El Niño haya coincidido con cumbres y conferencias mundiales que, de alguna manera, guardan una relación directa con el fenómeno y sus efectos. La Conferencia Mundial sobre la Reducción de Desastres de Sendai celebrada en 2015, la Cumbre del Clima de París y la Cumbre Humanitaria Mundial de Estambul, celebradas en 2016, son algunas de ellas. Eventos llenos de compromisos y buenas intenciones de los Estados participantes; más ruido que nueces... A veces me pregunto cómo contribuyen estos eventos de alto nivel a cambiar las condiciones de vida de las personas directamente afectadas por El Niño. ¿Cómo afectan esas cumbres a una mujer agricultora, a un pastor, a una familia que se ve obligada a abandonar su hogar en Etiopía? ¿Somos capaces de responder localmente a un fenómeno de impacto global como este? ¿Estamos realmente a la altura de los enormes retos que nos plantean?

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