Subsaharianos en el CIE de Madrid
Un día cualquiera, entro en el CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) de Madrid a visitar a Mamadou, un recién llegado al Estado español. A través de la mampara que nos separa me mira desorientado. Es muy joven, llega de Mali. Hablamos por un teléfono que entorpece más que facilita la comunicación. Está acostumbrado a los espacios abiertos, a mirar el horizonte; no entiende que le hayan encerrado como a un delincuente solamente por buscar una vida mejor. Tras atravesar varios países de África, creyó que la valla de Melilla era el último gran obstáculo en su camino. Se equivocó.
El 57% de los internos que Karibu acompaña en el CIE tienen historias similares a las de Mamadou. La mayor parte ha sido trasladada desde Melilla, aunque muchos han llegado en patera a las costas andaluzas. El CIE es una etapa más de su viaje migratorio; una etapa invisible que ya no aparece en los telediarios, y que sin embargo, es tan dura o más que las anteriores.
Algunos vienen huyendo de países con conflictos armados como Mali o Sudán del Sur y solicitan asilo en el CIE. Mientras esperan a saber si su solicitud se ha admitido a trámite, los días transcurren entre las cuatro paredes de una celda colectiva demasiado pequeña, oscura, escondida tras una persiana de metal que impide desde fuera ver los barrotes de esta cárcel encubierta. Otros son menores de edad, aunque difícilmente se les reconozca esta realidad.
A pesar del Reglamento de funcionamiento y régimen interior que se aprobó el año pasado y las reiteradas recomendaciones del Defensor del Pueblo y del Comité Europeo para la Prevención de la Tortura y de los Tratos Inhumanos y Degradantes, las condiciones en el CIE de Madrid apenas han variado en los últimos años. Los internos no tienen satisfechas ni siquiera sus necesidades básicas con respecto a ropa y calzado y la asistencia sanitaria no se garantiza en unas condiciones adecuadas, lo que ha dado lugar en el pasado a muertes evitables.
A pesar de que el 53% de los internos que Karibu ha visitado desconoce el castellano, el acceso a intérpretes es limitado. En su lugar, se suele pedir a un interno que conozca varios idiomas que haga las funciones de intérprete, se utilizan improvisadas aplicaciones móviles de traducción o se confía en la pericia del interlocutor para comprender el lenguaje no verbal del interno. Esto afecta tanto al servicio médico, al servicio jurídico o a cualquier asunto de interés para el interno.
Estancias más largas para subsaharianos
Los 226 subsaharianos visitados por Karibu han afrontado un internamiento medio de 35 días, mucho más largo que la media oficial en el CIE de Madrid, situada en 19 días. Esto significa que la población subsahariana sufre de manera habitual internamientos más largos que el resto de las personas.
Por detrás de los recién llegados, el siguiente grupo más numeroso es el de aquellos que están internados por mera estancia irregular en el país, el 40%. La mayoría de ellos tienen un amplio arraigo que varía en función de la nacionalidad, siendo los originarios de Nigeria, Senegal y Ghana los que más tiempo llevaban en el país antes de ser detenidos, entre 5 y 11 años. Son esas personas a las que se les pide la documentación en el metro o en cualquier esquina de una ciudad. Esas personas que salen de sus casas y ya no vuelven. Esas que viven obsesionadas por conseguir “los papeles” y con miedo perpetuo a ser expulsadas del país.
A pesar de la nueva circular de la Dirección General de Policía 6/2014 recordando los criterios de ingreso en los CIE, en Karibu constatamos que el internamiento se sigue produciendo de manera abusiva, y nos encontramos con personas internadas que, o bien no tienen ninguna posibilidad de ser expulsadas, o bien tienen una situación personal que debería ser valorada antes de proceder al internamiento (arraigo en el país, hijos e hijas menores a cargo, enfermedades graves, menores etc.).
Así, muchos de estos internos tenían su vida hecha en el Estado español: 14 de ellos tenían hijos e hijas, nueve estaban casados o con pareja de hecho registrada, y en muchos casos ellos eran el sustento de la familia. La preocupación por tener que dejar de hacer frente a sus responsabilidades les genera un gran estrés. La mujer de Martin, por ejemplo, un nigeriano de 40 años, tuvo que ser ingresada en el hospital por ansiedad tras conocer su internamiento; él no puede vivir tranquilo sin saber quién va a cuidar de su hijo. A pesar de las recomendaciones de diferentes organismos, en el CIE sigue sin haber atención psicológica que de apoyo a estas personas.
Después del largo encierro, casi tres de cada cuatro subsaharianos son puestos en libertad, el 74%. Empieza una nueva etapa que tampoco será fácil: la orden de expulsión con la que salen les impedirá hacer una vida normalizada y la posibilidad de una repatriación seguirá pesando sobre sus vidas en cualquier momento. El resto son expulsados, la mayoría en vuelos colectivos que se dirigen principalmente a Nigeria (13 vuelos), Mali (8 vuelos) y Senegal (7 vuelos). En el transporte al aeropuerto, los internos siguen refiriéndonos de manera ocasional episodios de violencia tanto física como verbal.
Los CIE son solo una pieza más de una política migratoria basada en la seguridad y en la insolidaridad y alejada de los derechos humanos que nos está definiendo como una sociedad que no respeta la dignidad de las personas. En Karibu seguiremos denunciando las vulneraciones de derechos que están ocurriendo en los CIE al tiempo que pidiendo su cierre definitivo.