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Sindicalista de Bangladesh: “Las víctimas del Rana Plaza han esperado ya demasiado tiempo”

Kalpona Akter dirige el Centro de Solidaridad con los Trabajadores de Bangladesh. / Fotografía: Alan Jacobsen-Sidney Hillman Foundation

Maribel Hernández

Cuando el Rana Plaza se vino abajo hace ahora un año en Bangladesh, Kalpona Akter, una de las defensoras de los derechos de los trabajadores de la industria textil más reconocidas del país –e incómodas para algunos- estaba terminando una gira por Estados Unidos. Unos meses antes, en noviembre de 2012, un incendio en la fábrica Tazreen había acabado con la vida de 112 trabajadores y esta enérgica mujer había emprendido una campaña para exigir la reparación de las víctimas.

Lo peor estaba entonces por llegar. El 24 de abril de 2013 el Rana Plaza se derrumbó, lo que costó la vida a 1.135 trabajadores y dejó a otros 2.500 heridos, para rubor de las grandes cadenas de textil occidentales, cuyos aspectos más oscuros quedaron irremediablemente al descubierto.

Kalpona Akter sabe bien de qué se habla en lo concerniente a las condiciones laborales de un sector que genera en Bangladesh 19.000 millones de dólares al año y que convierte al país en el segundo mayor exportador mundial después de China. Por eso, y porque ella misma tuvo que ponerse detrás de una máquina de coser siendo una niña, ha consagrado su vida a luchar por el cambio.

“Cuando tenía 12 años mi padre enfermó y tuve que empezar a trabajar en una fábrica textil junto con mi hermano de 10 años. Por aquel entonces yo no sabía nada de leyes ni derechos. Cosía ropa para multinacionales los siete días de la semana, en jornadas de hasta 16 horas, ganando poco más de seis dólares al mes por unas 450 horas de trabajo. En la fábrica los abusos eran bastante comunes, nos golpeaban, nos amenazaban con no pagarnos, no había aseos en condiciones y el edificio no era muy seguro. Recuerdo una vez que se produjo un incendio en el quinto o sexto piso y nos dijeron que continuáramos trabajando, que no llegaría al décimo… Menuda insensatez”.

P: ¿Y qué sucedió?

R: Un poco después nos dijeron que teníamos que salir de ahí. Empezamos a gritar y a llorar y tratamos de escapar. Fue muy difícil porque solo había una escalera estrecha que cruzaba la fábrica y gran parte de ella estaba bloqueada por cajas y mercancías.

La experiencia que relata Kalpona recuerda a lo que en alguna ocasión ha contado sobre el incendio en Tazreen. Aquel día, a los trabajadores se les ordenó regresar a sus máquinas de coser con la mala fortuna de que cuando saltaron las alarmas y la existencia del fuego era más que evidente, se encontraron con las puertas de salida cerradas. Nadie pudo localizar a los capataces que tenían las llaves para abrirlas. En el caso del Rana Plaza, los trabajadores habían expresado más de una vez sus reticencias a trabajar en un edificio que presentaba semejantes grietas, pero les obligaban a acudir a la fábrica bajo amenaza de perder el sueldo o engañados sobre la situación real del edificio, supuestas reparaciones que no llegaron a producirse.

P: ¿Cuándo fue consciente de que aquellas condiciones de trabajo vulneraban sus derechos?

R: Hasta que no comencé a leer las leyes y a aprender sobre nuestros derechos pensé que aquello era normal. Es más, creíamos que los dueños de estas fábricas eran gente amable, que nos daban trabajo y que eso nos permitía ayudar a nuestras familias, pero en cuanto adquirí algunos conocimientos me dije “oh, Dios mío, están violando nuestros derechos laborales día tras día”. Antes de eso, no sospechaba nada.

P: Entonces todo cambió.

Absolutamente. Me convertí en sindicalista con 15 años y empecé a organizar a los trabajadores. Me despidieron un año después y como ya no me contrataban en ninguna otra fábrica me dediqué de pleno al sindicato. Después fundé el Centro de Solidaridad con los Trabajadores de Bangladesh, una organización que se dedica a la investigación y a educar a los trabajadores para que adquieran conciencia de sus derechos, para que aprendan a organizarse y a luchar por ellos. Desde entonces ya no he parado.

Es domingo y Kalpona Akter explica su historia a eldiario.es desde su oficina, en Dacca, rodeada de carpetas y documentos que dan fe de la devoción que esta mujer de 37 años siente por su trabajo. Estos días anda ocupada en los preparativos del primer aniversario del desastre del Rana Plaza: ruedas de prensa, conferencias y una cadena humana con la que piensan rodear el lugar en el que se alzaba el edificio siniestrado con el fin de “llamar la atención en favor de los sobrevivientes y los familiares de los fallecidos”. Todo ello con un objetivo: contrarrestar el olvido. “Es importante que los medios de comunicación sigan hablando de esto, que no se olvide”. Su actividad es casi tan permanente como su sonrisa, a pesar de que no siempre lo ha tenido fácil.

P: ¿Cómo es el trabajo de una sindicalista textil en el segundo país que más ropa exporta, con cuatro millones de empleados en el sector y en el que los salarios se consideran los más bajos del mundo?

R: No es fácil. No es nada fácil trabajar como activista por los derechos laborales aquí. El Gobierno declaró ilegal nuestra organización [aunque en agosto de 2013 recuperó su estatus oficial], en 2010 me encarcelaron durante un mes junto a algunos colegas, acusados de cargos falsos por apoyar un incremento de los sueldos. Estamos siempre bajo vigilancia. Lo más duro sucedió el 4 de abril de 2012, un compañero nuestro, Aminul Islam, fue secuestrado y torturado hasta la muerte, y su caso permanece impune. Sabemos que nos siguen, que cualquier cosa podría pasar en cualquier momento. Es verdad que trabajamos con una gran incertidumbre, pero necesitamos que las cosas cambien y para lograrlo a veces es necesario asumir algunos riesgos.

¿Qué ha cambiado después de la tragedia del Rana Plaza?

Habían pasado solo cinco meses desde el incendio en Tazreen y el derrumbe del Rana Plaza nos demostró que podían ocurrir desastres todavía peores. Llegué a la zona tres días después y lo que vi allí es tan difícil de explicar… Había tanto dolor, tantas familias llorando, tanto… -recuerda en silencio-. Son personas que van a trabajar para sobrevivir y que acaban muriendo.

¿Era, de algún modo, un desastre anunciado?

Fue inesperado pero no impredecible. Ni siquiera fue algo nuevo. En 2005 también se derrumbó otro edificio de nueve plantas con dos centenares de trabajadores dentro. Más tarde hemos sabido que son muchas las fábricas cuyas condiciones son similares a las de Rana Plaza, que podrían correr la misma suerte.

Sin embargo, sí que se ha puesto en marcha un Acuerdo sobre seguridad en la construcción de edificios y sistemas contra incendios, el llamado Acuerdo Bangladesh, de carácter vinculante, al que se han suscrito más de 150 empresas, la mayor parte de ellas europeas. ¿Qué ha supuesto sobre el terreno esta iniciativa?Acuerdo sobre seguridad en la construcción de edificios y sistemas contra incendios

El acuerdo es sin duda un paso importante. Por primera vez se han puesto de acuerdo más de un centenar de compañías, eso significa que existe un compromiso por parte de las multinacionales [véase aquí el listado] y ya se están produciendo inspecciones técnicas en las fábricas, en sus sistemas eléctricos, anti incendios, en su estructura… Hasta la fecha se han localizado diez fábricas que han cerrado o tienen que cerrar por problemas parecidos a los de Rana Plaza. Esto antes sería impensable sin un acuerdo de estas características. Aun así, las fábricas no son hoy en día lugares más seguros que hace un año, eso es algo que va a requerir todavía una inversión considerable para que puedan realizarse los cambios necesarios.

Y el Gobierno de Bangladesh, ¿ha respondido?

Personalmente, no puedo decir que las autoridades hayan hecho nada particularmente significativo que me permita decir: “sí, esto se ha hecho”. Tal vez estén en el camino, por ejemplo, se ha anunciado un mayor número de inspectores, pero en la práctica no han sido contratados y tampoco se ha implementado eficazmente la política nacional sobre seguridad e incendios. Lo mismo sucede con los dueños de las fábricas. Hay que tener en cuenta que muchos de ellos forman parte del Gobierno. Más del 10% de los propietarios de la industria textil en Bangladesh están en el Parlamento, tienen conexiones con las multinacionales y se apoyan entre sí.

Paralelamente, se ha creado un Fondo de Compensación para las víctimas bajo los auspicios de la Organización Internacional del Trabajo, ¿cómo va a ayudar esto a las familias?, ¿se están implicando verdaderamente las empresas?

No hay compensación que pueda reparar el dolor y el sufrimiento emocional, eso por un lado. Por otro, respecto a este fondo, inicialmente se pedía una cantidad de 71 millones de dólares a las 29 empresas para las que se trabajaba en los talleres del Rana Plaza y ahora se ha quedado en 40 millones pero aún no se ha llegado ni a la mitad [según la web del Fondo, la cifra actual es de 15 millones de dólares]. Es llamativo por ejemplo el caso de Benetton, que ha firmado el Acuerdo Bangladesh pero que todavía no ha puesto un solo dólar para las víctimas, ¡debería darles vergüenza! Estas familias llevan demasiado tiempo esperando esta compensación, un año es más que suficiente y esto es responsabilidad de las empresas y del gobierno.

Estos retrasos en las ayudas harán más difícil una situación que debe de ser ya de por sí complicada para los sobrevivientes del Rana Plaza…

Sí, la vida de estas familias ha cambiado radicalmente, de muchas maneras. La primera pérdida es emocional y esa ha sido desastrosa para ellos. El accidente les arrebató a sus seres queridos, muchos niños se han quedado huérfanos, sin padres, sin madres… En segundo lugar, muchas familias han perdido a la persona que llevaba el sustento a casa. Hay gente que lo está pasando realmente mal, que no tiene qué poner sobre la mesa, que pasa hambre, que ha tenido que sacar a sus hijos de la escuela por no poder hacerse cargo de los costes de su educación, que no puede volver a trabajar o que no puede afrontar los costes médicos derivados de las consecuencias del accidente.

¿Qué le diría a estas multinacionales que facturan tantos millones al año?

Que tienen la obligación de indemnizar a estos trabajadores, incluso aquellas que ya han hecho donativos al fondo, son cantidades tan pequeñas en comparación… Se les llena la boca diciendo que se preocupan y luego hay personas que mueren por centenares fabricando ropa para ellos. Además, es hora también de que presionen sobre los propietarios de las fábricas para que los salarios sean dignos. A finales de 2013 se incrementaron a 68 dólares al mes (5.300 taka) pero esa cantidad es todavía demasiado pequeña, nosotros pedimos sueldos de 8.000 taka (103 dólares). Nuestros trabajadores merecen salarios dignos.

Muchas de estas empresas presumen de Responsabilidad Social Corporativa.

Lo de la Responsabilidad Social Corporativa es algo que queda muy bien en los papeles pero que no tiene un impacto real en los trabajadores. Muchas de las compañías que trabajan aquí tienen estos planes de responsabilidad social pero eso no ha ayudado nunca a ningún trabajador de Bangladesh.

Y en el último eslabón de esta cadena estamos los consumidores.

Los consumidores también pueden alzar su voz, ir a las tiendas, decirles: “sí, yo quiero esta prenda, pero también quiero saber más sobre la historia humana que hay detrás de ella, sobre las otras caras de la ropa”. Pueden apoyar las campañas globales de Ropa Limpia, hacer presión sobre las compañías, exigir lugares de trabajo seguros, salarios dignos, que las empresas paguen de una vez porque esas familias lo merecen. No hay duda de que en Bangladesh necesitamos esos trabajos, somos cuatro millones de personas las que formamos parte de esta industria, pero es hora de que el mundo sepa que queremos trabajos con dignidad y esa dignidad solo nos la pueden dar unos salarios justos, derecho de unión sindical y seguridad en el lugar de trabajo.

Salarios dignos, sindicatos con garantías y seguridad, su caballo de batalla…

Es por lo que he trabajado siempre y es lo que seguiré haciendo hasta el día en que me retire y, para eso, aún falta mucho.

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