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¿Ricos más ricos y pobres más pobres? Nuestra sociedad está llena de brechas que incrementan las diferencias entre unos y otros. (Des)igualdad es un canal de información sobre la desigualdad. Un espacio colectivo de reflexión, análisis y testimonio directo sobre sus causas, soluciones y cómo se manifiesta en la vida de las personas. Escriben Teresa Cavero y Jaime Atienza, entre otros. 

Vidas truncadas: refugiados sirios en tierra de nadie

El campo de Za’atari en Jordania.(c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Paula San Pedro @ppolin78

Investigadora y Responsable de Incidencia Política de Acción Humanitaria en Oxfam Intermón —

Ver de cerca cómo viven los refugiados sirios tras haber huido de la guerra, ha sido un baño de realismo. Tras más de cuatro años de conflicto abierto, estas comunidades han perdido cualquier expectativa de poder volver a un país en paz. Por otra parte, mientras que esta frustración se hace palpable en el rostro de estas personas, las expectativas de vivir en Jordania o Líbano se hacen cada vez más exiguas. Así, en estas dramáticas circunstancias, viven los cerca de dos millones de sirios registrados que han llegado hasta el campo (cerca de tres millones si sumamos los no contabilizados por ACNUR).

Sus palabras describen mejor que nadie ese sentimiento de haber perdido el control de sus vidas:

“Todo lo que quiero es proteger a mis hijos y haré lo que sea necesario” dice Mohammed, sirio en Líbano.

“Mi marido volvió a Siria porque aquí no podía trabajar. Cerraron las fronteras y ya no creo que pueda regresar. No sé si le volveré a ver” explica Naid, mujer siria en el campo de refugiados de Za’atari en Jordania.

“Tengo que esconderme como si fuera un ladrón para que las autoridades no me encuentren y me deporten a Siria” comenta Rhaid, sirio en Líbano.

En Jordania hay unas 620.000 personas refugiadas registradas, de las cuales el 20 por ciento vive en los campos.620.000 personas refugiadas registradas20 por ciento Za’atari acoge a la gran mayoría. Viven en minúsculas casas hechas de zinc, donde se pasa mucho calor pero, sobre todo, mucho frío, y comparten cocinas y aseos. Además, la situación se agrava si llevan uno, dos o incluso tres años. Pero no es sólo eso, este campo se convierte en una pequeña cárcel de la que no pueden salir, pero tampoco trabajar. Allí encuentras médicos, ingenieros, fontaneros o profesores que no pueden ejercer su profesión y que no pueden ganarse la vida. Vivir en estas deplorables condiciones les obliga a huir de los campos y buscar alternativas en las ciudades, a pesar de que eso signifique convertirse en ilegales. Si son cogidos, en el mejor de los casos son devueltos a los campos o, si no, son deportados. Pero, lamentablemente, la historia no queda ahí. Desde febrero de este año, todos los refugiados deben volver a regularizar su situación en el país, aunque sus papeles estén en orden. Esta burocracia cuesta dinero, dinero que sin duda no tienen. Estos sirios que salieron de su país para huir de las bombas, de los ataques, de la violencia, se han encontrado con que también en Jordania deben huir. En este caso huyen de la pobreza y de las autoridades, buscando una vida mejor que no logran alcanzar.

La situación de los sirios en Líbano no es más esperanzadora. Allí viven cerca de 1.2 millones y el propio gobierno ha pedido a ACNUR que suspenda temporalmente el registro de nuevos refugiados. En este país no hay campos oficiales, la gente se ha instalado en las urbes. Normalmente lo hacen con familiares o amigos que tenían allí. Al menos así, la vida podría parecer un poco más fácil. Pero la realidad vuelve a ser muy cruel con esta comunidad. Los controles de seguridad se hacen cada vez más perceptibles. Los checkpoints se han duplicado en los últimos meses y los hombres sirios tienen miedo de salir de sus casas y ser detenidos.

Esta situación ha obligado a las mujeres y niños -menos susceptibles de ser detenidos- a salir a buscar trabajo. Las consecuencias de esta lógica decisión no son menos dramáticas. Las tasas de trabajo infantil se han multiplicado exponencialmente, al mismo tiempo que aumenta el ratio de los que abandonan el colegio. Por su parte, las mujeres están más expuestas a cualquier tipo de ataque cuando van a sus empleos. Además, lo poco que logran ganar estas familias no es suficiente para cubrir el alquiler (cuyos precios se han disparado), además de los costes médicos y de la comida. Cobrando seis euros diarios por trabajar en el campo (un 75% menos de lo que pagan a los libaneses), con alquileres de 120 euros al mes, más electricidad, agua y un largo etcétera, las cuentas no salen.

No puedo terminar este artículo sin reflejar mi experiencia de escuchar a los niños del campo de Za’atari cantar una canción que ellos mismos se habían inventado. En ella narran como, tras estar durante meses oyendo bombas y torpedos, sin poder ir al cole por miedo a ser heridos, sus padres les despertaron una noche para huir, llevando consigo sólo unos pocos enseres para poder ser más rápidos. Cuentan como llegaron hasta la frontera y, después de que ACNUR les registrasen, les enviaron al campo. Explican que su nueva vida no les gusta y, que han tenido que crecer demasiado rápido. Pero terminan la canción diciendo que están seguros de que su futuro será mejor que el presente. Al finalizar su canción, veo a algunas madres de los niños sollozando… Y es que, como me dicen, lloran porque saben que su futuro no va a ser mejor.

Lamentablemente, esas madres tienen razón. Los sirios no tienen lugar donde vivir en paz. Están atrapados en una tierra donde nadie les quiere. Mientras, su única aspiración se mantiene: volver a sus casas y volver a sus vidas.

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