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Cuentos de altos vuelos

Pablo Sánchez / Pablo Sánchez

El aeropuerto de Badajoz acaba de presentar un balance horripilante del ejercicio de 2014. Su cifra anual de viajeros ha caído a números de hace quince años y por cada pasajero que utiliza ese servicio, generalmente de poder adquisitivo medio o alto, el resto de los ciudadanos extremeños, generalmente de poder adquisitivo medio o bajo, pagamos alrededor de 50 euros.

Se trata de un negocio ruinoso a todas luces que se mantiene en vigor por el inexplicable temor de nuestros gobernantes a decir que esta tierra no puede pagar aeropuertos mientras haya necesidades más acuciantes. De modo que cada año las rentas más pobres de la región se dejan escapar un par de millones de euros para mantener la engañifa de que Extremadura es una tierra tan próspera y moderna que hasta tiene un aeropuerto propio.

Sumidos en el dulce sopor del autoengaño aeroportuario durante un par de décadas, el gobierno que nos lleva hacia el nuevo orden y el cambio de modelo pionero y referente en el país y todo eso, ya saben, acaba de superarse y por si no había bastante con un aeropuerto ruinoso en Badajoz acaba de marcarse el farol de anunciar otro en Cáceres. Con un par. El de Cáceres tiene un rango un pelín más pequeño. Será para viajeros privados, aerotaxis y otros caprichos de millonetis voladores a los que ayudaremos a llegar a Cáceres a costa de nuestros deslumbrantes presupuestos. Total, el farol cacereño nos costará otros cinco millones de euros, más chapuzas de acá y allá, más mantenimiento, más…

Cuentos de altos vuelos. Transferencia descarada de rentas del trabajo a las rentas más poderosas. Metáfora sin máscaras de la gran crisis. Retrato aeroportuario de la gran estafa.

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