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Sobre este blog

Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

Salvemos al kalimotxo

Iker Armentia

Sobre el origen del kalimotxo hay versiones contradictorias pero la historia comúnmente aceptada es esta: en agosto de 1972, a las puertas de las fiestas de San Nicolás, una cuadrilla de amigos del Puerto Viejo de Algorta compró a una bodega de La Rioja un camión repleto de vino en botellas de plástico. Se desconoce la razón pero el vino estaba picado y no había forma de probar semejante brebaje. Haciendo gala del característico espíritu emprendedor vasco –que tanto echan en falta los portavoces patronales de la Euskadi contemporánea–, la cuadrilla no se dio por vencida y consiguió que un albañil les prestara una bañera en la que mezclaron el vino adulterado con Coca-Cola, algún que otro licor, limones, naranjas y hielos de la Pesquera de Santurce. La poción no estaba mal.

La cuadrilla tenía la bañera preparada para colocar el cóctel entre el personal pero les faltaba bautizarlo, y allí andaban en la barra del bar discurriendo sobre qué nombre ponerle a la mezcla cuando aparecieron dos colegas de la cuadrilla que tenían por costumbre llegar tarde: Kalimero y Mortxondo.

Kalimero Mortxondo, Kalime Mortxon, Kali Motx... Kalimotxo. Bingo.

La bebida –vino con Coca-Cola– existía con anterioridad y había recibido denominaciones como cubalibre del pobre, cubata del obrero o rioja libre. Sin embargo, el nombre que pasaría a la posteridad y llegaría hasta nuestros días sería, efectivamente, kalimotxo (o calimocho, según la Real Academia de la Lengua).

El kalimotxo, de origen popular y consumo más popular todavía, se enfrenta en nuestros días a una amenaza como nunca antes había conocido: quieren dignificarlo. Sí, dignificarlo, como si el kalimotxo fuera enseñando la hucha cada vez que se agacha para atarse las zapatillas. Y me explico. Esta semana se ha celebrado el I Concurso de Kalimotxo organizado por la Asociación de Barmen de Bizkaia y su presidente ha dicho que “debemos romper con el cliché del kalimotxo en vaso de plástico, creer más en esta bebida y dar un giro para dignificarlo”.

Lo del “cliche del kalimotoxo en vaso de plástico”, en parte, es la clásica aversión del mundo de la hostelería a que los jóvenes compren la bebida de forma autogestionada en los supermercados y la consuman en asamblea y con las estrellas del cielo centelleando sobre sus cabezas. El negocio no va bien si la gente bebe por su cuenta, pero, ¿y lo de “creer más” en el kalimotxo? Al parecer, estamos viviendo una revuelta agnóstica contra el kalimotxo y yo no me he enterado. O el kalimotxo es Vicente del Bosque y tenemos que creer más en él.

Hay que dar un giro para dignificar el kalimotxo, aunque no se sabe de nadie que hasta la fecha haya pedido a las autoridades que el kalimotxo sea dignificado. Es como la gentrificación: vienen a tu barrio y te convencen de que tengas una vida digna, y al rato no puedes pagar el alquiler y tienes que largarte a otro lado para hacer sitio a un diseñador de moda alternativa con barba yihadista.

Y van en serio. El presidente de la mencionada asociación recordaba que antes el gintonic era un cóctel más que solo bebían las personas mayores (qué manía con meterse con los viejos), “pero con el paso del tiempo se puso de moda, los jóvenes también comenzaron a consumirlo y a día de hoy existen un sinfín de marcas de ginebra y tónica”. Y tropiezos, añadiría.

Está claro, ¿no? Aprovechando los favorables indicadores macroeconómicos de los que alardea el Gobierno están montando la burbuja del kalimotxo, como antes montaron la del gintonic, los cupcakes, las hipotecas subprime y las cervezas artesanales que saben raro. ¿Qué será lo próximo? ¿Las pipas o las lentejas, como dice Lucía Taboada? Yo me temo lo peor y ya veo kalimotxos premium a 12 euros con sabor a enebro de la Toscana y a YoDona titulando “Los mejores garitos de Barcelona en los que invitar a kalimotxo al hombre de tus sueños sin escuchar Platero y Tú”.

Si hay que terminar con el kalimotxo que no sea por dignificarlo, que sea por boicotear a Coca-Cola en Fuenlabrada, por favor.

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Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

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