Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.
Apatrullando la ciudad
Ahora que todos los vitorianos ya están totalmente reincorporados a sus vidas cotidianas, el tráfico de la ciudad bulle cual olla a presión, a la par que sus inconvenientes. Odio conducir. Me saqué el carnet hace 14 años, y hoy es el día en que esa fobia que me produce ponerme al volante se multiplica cada vez que salgo a la calle como conductora, como peatona y como bicicletera convencida. Mi profe de la autoescuela solía decirme “nunca te fíes de un coche amarillo porque seguro que te la lía”. Y tras varios años en esta ciudad me doy cuenta de que los problemas no radican en el color del vehículo sino en la persona, vaya a pie o motorizada.
Nuestra ciudad es conocida por muchas maravillas pero también por sus rotondas y semáforos. ¿Les suena? Esas rotondas son como un símbolo mas de una urbe relativamente pequeña en la que moverse a pie, en bici o andando es perfectamente factible salvo en casos excepcionales. Pese a los esfuerzos institucionales en elaborar un Plan de Movilidad Sostenible en el que convivamos todos, como conductores o peatones, quizá el problema fundamental de su escaso éxito en ocasiones sea precisamente ese, la falta de respeto mutuo entre unos y otros para que la cosa fluya. Y eso se percibe en las rotondas mejor que en ningún otro sitio. En este sentido, todos somos pecadores, si se me permite la expresión. Por numerosos motivos, focalizados en la prisa o la impaciencia. Un coctel peligroso, sobre todo para los más vulnerables, esto es, los que no van en un coche, furgoneta o camión. Porque si alguno de ellos se salta la norma a la torera, además de provocar un accidente que puede implicar a varias personas, generalmente saldrá perdiendo.
A lo largo de estos años me es fácil identificar los días en los que unos y otros se ponen de los nervios con el tráfico. Los lunes y los viernes, según un estudio de comportamiento absolutamente personal, suelen ser los días más espinosos. Los lunes, porque la gente está de mala leche por el comienzo de la semana. Y los viernes, porque están locos ante la expectativa del fin de semana. Así, es fácil contar los vehículos que se saltan en rojo el semáforo de Boulevard de Euskalherria, por poner un ejemplo, aunque los peatones que intenten cruzar en verde sean los peques que van al cole. También es fácil contar a los padres con niños que cruzan de forma irregular este mismo semáforo, a veces atascado por la cantidad de vehículos que se dirigen hacia la rotonda de América Latina. Esta situación se combina además con la prisa por superar la rotonda ubicada frente al Gobierno vasco, que lleva a más de uno a pasar pueblos del ceda que le corresponde.
Con las recientes 'zonas 30' pasa algo parecido. Señoras o señores con el carro de la compra que deciden hacer suya la calle Badaya, por poner otro ejemplo, con el convencimiento de que son ellos quienes estiman conveniente cuándo cruzar y por dónde, en vez de hacer caso a las señales semafóricas. Algunos incluso transgreden la norma mientras de su boca sale algún improperio que se lleva el viento y un susto del conductor.
Y en otros lugares como los semáforos para peatones ubicados al final de la calle Aguirrelanda frente al Parque de Arriaga, una se pregunta si la coordinación de las señales está pensada mas para el vehículo que para el peatón. Por no hablar de las furgonetas que atraviesan calles como la Herrería como si fuera el rally Paris-Dakar o los conductores que consideran que quien tiene que ceder en un paso de cebra es el viandante, faltaría mas. Todavía nos quejamos de la peatonalización de algunas zonas, de que no podamos llegar hasta el centro en coche, aparcar en doble fila el tiempo que nos de la gana o dejar el utilitario frente al colegio donde recogemos a los niños cuanto nos plazca hasta que salgan, bloqueando calles como Corazonistas.
Es evidente que el Plan de Movilidad Sostenible tiene muchos flecos que solventar. Pero es más evidente que este plan sólo funcionará cuando pongamos de nuestra parte. Cuando dejemos de cruzar indebidamente, cuando la educación vial de los peques se inculque desde casa, cuando dejemos de pitar a las bicis que circulan correctamente por una 'zona 30', cuando el manillar de esa bici no nos dé carta blanca para hacer lo que queramos (la bici merece un capítulo aparte en esta columna), cuando dejemos de usar el volante como alivio de nuestros cabreos o nuestras frustraciones...
Mientras, quienes visitan nuestra ciudad seguirán elogiándonos por la posibilidad que ofrece de pasear tranquilamente y de llegar andando, en bicicleta o transporte público relativamente rápido hasta donde queramos. Quizá deberíamos escuchar más esas voces antes de apretar el claxon como si en ello nos fuera la vida.
Sobre este blog
Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.
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