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Cruza la frontera, no hay vuelta atrás

Un grupo de inmigrantes intenta cruzar el espigón junto al paso fronterizo del Tarajal en Ceuta, el 18 de mayo de 2021 en una avalancha de inmigrantes sin precedentes en España. EFE/ Brais Lorenzo/Archivo

Anne Garea Moles

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Tienes que saber dónde están. Te tienen que dar sus números de teléfono. A veces les pagas 1.000 euros, otras veces 2.000 euros. La primera vez de Ibrahim Booli no funciona. Hay que volver, entra agua. Lo intenta junto a otras 40 personas durante dos semanas en Tánger. Es difícil. Ibrahim Booli consigue cruzar el océano en patera por la mañana. “Lo conseguimos. Compraron el camino. Si vas a pasar hay que pagar”, destaca Booli. Él es uno de los 21.971 inmigrantes irregulares que llegaron a las costas españolas en 2017. Los últimos datos del Ministerio del Interior fijan la cifra en 8.340 personas que han cruzado desde el 1 de enero de 2021 hasta el 30 de abril de 2021 por vía marítima y terrestre. Ibrahim decidió abandonar Ouarzazate, una ciudad al sur de Marruecos, para venir a trabajar a España. Sin embargo, no todos tienen los mismos motivos, cada uno de ellos tiene su historia.

Mehdi Nbiti

Mehdi Nbiti cruzó de Marruecos a Melilla con su mujer cuando su hijo tenía mes y medio. “Fuimos de urgencia”, señala. Mehdi coge su teléfono móvil y muestra un vídeo de su hijo Anash. Está en el hospital. Anash tiene un problema de riñón crónico. “Tenemos una situación complicada en Marruecos con los médicos, si no tienes dinero no te atienden”, detalla Mehdi.

La familia necesita viajar con urgencia a Málaga para que atiendan a Anash y la salida hacia la península se complica porque ni Anash ni Mehdi tienen visado. El pequeño empeora al no recibir medicamentos durante 5 meses. “Llamé a muchos teléfonos. Tenía un profesor que era mi amigo, le pedí por favor que me ayudara, que eligiera entre Anash o su trabajo para que me dieran el visado...”. Mehdi para de hablar. Silencio. Los chicos que están detrás de él cocinando mientras cuenta su historia se callan. Mehdi sale de la cocina con las manos en la cara.

Se oyen pasos por el pasillo, Mehdi se vuelve a sentar en la silla. La educadora social dice: “Cuenta lo que quieras y puedas”. Mehdi responde: “Estoy bien”. Vuelve a coger el teléfono y muestra una imagen de cuando Anash tenía 9 meses, esta vez, en el Hospital Materno-Infantil de Málaga. “Cuando hace falta ayuda de verdad, nadie está ahí”, susurra el padre de Anash.

Anash y Mehdi cruzaron solos a la península dejando a los otros dos hijos y su mujer en Marruecos. El pequeño desde entonces ha pasado por dos duras operaciones en Málaga. Anash mejoró y muchas personas quisieron ayudar a Mehdi, aunque lo cierto es que otras muchas también intentaron estafarle.

El médico dice que no puede vivir en Marruecos, tiene un problema complicado para toda la vida

Mehdi Nbiti Padre de Anash

Padre e hijo llegaron a Bilbao el 5 de marzo de 2020. A las dificultades que las personas inmigrantes en situación irregular se enfrentan se le añade la situación complicada de Anash. Una médica del Hospital de Cruces se puso en contacto con una trabajadora social que llamó a la fundación Harribide. Después de ser acogidos por una asociación que se dedica a problemas de riñón y que tiene recursos residenciales, a Anash y su padre se les ofreció vivir en el albergue de Algorta.

“Aquí Anash está bien. El médico dice que no puede vivir en Marruecos, tiene un problema complicado para toda la vida”, incide su padre. El pequeño, de ahora 2 años, necesita el permiso de residencia para luego pedir la nacionalidad. Su padre, Mehdi, de 36 años, un contrato laboral a jornada completa durante un año.

Mehdi sueña con ver y poder traer a su familia. Sin embargo, tiene claro que hasta que no tenga trabajo, casa y dinero ellos no podrán venir a España.

Aya Zouhair

Entre todas las personas que intentan cruzar la frontera entre Tetuán y Ceuta a las cuatro de la mañana, tres menores de edad consiguen entrar. Aya Zouhair, su hermana y su amiga quedan con unos chicos antes de ir a la comisaría de Ceuta para que les expliquen el proceso y cómo deben actuar. “Somos menores y no queremos volver a nuestras casas. Tenemos mucha hambre”, dicen horas después en la comisaría.

Aya es una de las pocas mujeres procedente de la provincia vecina de Tetuán. Según datos del Gobierno español, la Ciudad Autónoma de Ceuta registró en 2018  la entrada en sus centros de acogida y realojo a 3.344 menores extranjeros no acompañados, un 446% más que en 2017, de los que solo 42 personas eran mujeres.

Tras tres meses encerradas en el centro de menores, las chicas recibieron el primer permiso para salir durante una hora. Sin embargo, Aya Zouhair “no estaba en el mundo, no podía pisar la tierra”. Al duro proceso por el que pasaba Aya se añade que su madre no podía acercarse al centro de menores a verla (la madre trabajaba en Ceuta metiendo y sacando alimentos). “Mi madre no podía venir a verme, si las personas del centro de menores se enteraban de que me traía calcetines me expulsaban”, asegura Aya.

Pensé en abortar, no tenía una buena vida

Aya Zouhair tiene una enfermedad de piel en las manos y durante su estancia en la escuela ha recibido insultos y burlas por ello. Entre otras muchas razones, ella quería conseguir los papeles de residencia en España por 6 meses. Cuando comentó meses atrás su sueño de comenzar una nueva vida en España, su padre le respondió: “No es fácil, la vida es muy complicada”.

Tras pedir reiteradamente al centro de menores los papeles de residencia y pasar por numerosos problemas, como la edad, Aya Zouhair viajó a España junto a su hermana, directamente a Bilbao. Allí se encontraba su nueva pareja, que había conocido en el centro de menores de Ceuta, Aiman. Él las acompañó a su vivienda ocupada en San Francisco, donde compartía casa con muchos chicos. La mayoría de ellos robaban y se drogaban. “Estábamos encerradas en la habitación 24 horas, te podían hacer daño sin querer”, admite.

Aya y su hermana comenzaron a estudiar comercio en Peñascal, una cooperativa sin ánimo de lucro cuyo fin es promover la integración. La directora del centro las ayudó a dejar atrás San Francisco y colaboró en que las chicas entraran al Albergue Municipal de Elejabarri. Sin embargo, el acceder a un albergue suponía tener lo mismo que hasta entonces: dormir poco, tener miedo, no descansar… Aya y su hermana recibieron el empadronamiento por servicios sociales, un paso más para conseguir regularizar su situación en España.

-Empezaron los problemas entre mi pareja y mi hermana. No cumplí.

-¿A qué te refieres?

-No fui a estudiar. No fui a dormir.

Una de las veces que Aya se encontraba en la casa de su pareja en San Francisco, Aiman entró por la puerta. “Estaba un poco drogado, me dijo que nos íbamos sí o sí a Barcelona”, comenta. La primera noche que viajaron a Manresa ella tenía la esperanza de que iba a por una vida mejor. En pleno diciembre durmieron con las maletas en la calle y al día siguiente en una casa sin ventanas que les ofreció un amigo de Aiman. “Me helé. Llore mucho”, recuerda. Aya comenzó a robar en supermercados, jamás lo había hecho pero se moría de hambre. Pasó por “situaciones terroríficas” y decidió volverse a Bilbao. Sola.

Tras numerosos albergues, casas ocupadas y calles frías, el 8 de marzo Aya no pudo más. Acudió a la trabajadora social y le asignaron un albergue más o menos permanente en San Francisco. “Me duché y me tranquilice. Tenía algo diferente. Estaba embarazada”, dice. “Pensé en abortar, no tenía una buena vida”. Aiman se encontraba otra vez en Bilbao, ambos decidieron tener a Riad.

Aya conocería a la fundación Harribide después de pasar por diferentes albergues, casas y puentes. El largo y duro camino le ha llevado a una casa de refugiados en el pueblo de Artea. “Comemos juntos y compartimos nuestros dolores y nuestras felicidades. Mikel y su pareja -vascos que acogen a refugiados- están cumpliendo el sueño de ayudar e intentar salvar a los inmigrantes. He encontrado una familia”, añade sonriendo.

Aya ha montado su propia tienda en el pueblo de Artea gracias a un grupo de mujeres. Actualmente estudia euskera y la EPA modelo 3 en Galdácano.

Tarek Moussauoi

Dos meses para encontrar la oportunidad. Sube a un camión lleno de cartón, retira parte de él y se tapa con una sábana. Son las tres de la mañana. A su lado hay ocho personas más. Tarek Moussauoi cruza a la mañana siguiente el estrecho de Gibraltar escondido en los interiores de un camión que viaja en un transbordador. El conductor no sabe que ellos están ahí, ni que tienen poco hueco ni poco aire. Cuando el conductor abre el portón al llegar al destino, un pueblo cercano a la ciudad de Cádiz, los chicos saltan y salen corriendo hacia la carretera como pueden.

El hermano de un chico con el que viajaba Tarek les recogería en coche para llevarlos a Algeciras, mientras tanto ellos se esconden. Llegan a la pensión del amigo, un lugar que acoge a marroquíes que cruzan el estrecho. De Algeciras a Barcelona y de Barcelona, Tarek decide comprar un billete a Bilbao. Lo cierto es que en Bilbao Tarek tenía un contacto que conoció hace 6 años, pero ante la falta de oportunidades vuelve a Barcelona y decide intentarlo en Venecia. “No conseguí trabajo, fue un poco difícil”, argumenta.

Da igual qué proceso educativo estés haciendo, ellos te expulsan sí o sí

Tarek no se da por vencido y vuelve a Bilbao. Allí, duerme en un piso de Rekalde y comienza a asistir al Servicio Municipal de Urgencias Sociales (SMUS), un servicio nocturno entre las 12am y las 4am; se duchan, toman algo caliente y lavan la ropa. Al acudir a albergues, Tarek recibe el empadronamiento por servicios sociales. “Fui al centro formativo de la Fundación Peñascal. Quería hacer un curso de costura pero no había plaza. Me metieron en electricidad. Yo quería hacer algo”, comenta. Mientras realizaba su formación por la mañana, Tarek estudiaba clases de castellano en la Fundación Harribide (fundación que más adelante le ofrecería un hueco en el piso en la parroquia de San Antonio y posteriormente una casa en Algorta).

Sin embargo, Tarek ha pasado momentos complicados. La policía le detuvo al no poder presentar un papel de residencia en España. “Al no tener papeles te ponen una expulsión”, explica. “Si me paraban una segunda vez me expulsarían. Así fue. Me pararon en frente de la casa en la que estaba viviendo en Algorta. Enseñé el padrón, daba igual. La policía municipal llamó a la policía nacional y me detuvieron”, añade. Al llegar a comisaría informaron a Tarek que sería enviado al día siguiente a un CIE, instalaciones públicas de carácter no penitenciario donde se retiene, con el objeto de facilitar su expulsión, a las personas extranjeras en situación irregular, privándolas de libertad durante un periodo máximo de 60 días. En los últimos 10 años España ha deportado a más de 220.000 migrantes. Un estudio del Centre Iridia y Novact asegura que las expulsiones por comisión de delitos siguen siendo minoritarias mientras que las vinculadas a la falta de papeles suponen el 60%. Pero Tarek tuvo suerte, a la mañana siguiente lo dejaron en libertad porque no había hueco en Madrid. “Da igual qué proceso educativo estés haciendo, ellos te expulsan sí o sí”, aclara.

En los últimos 10 años España ha deportado a más de 220.000 migrantes.

Tarek dejó atrás su trabajo en Tánger, donde estaba desde la salida del sol hasta que llegaba la noche por 200€. Tarek sí terminó el curso de electricidad después de 2 años y sí consiguió una plaza en el curso de costura. Actualmente, el joven tetuaní está de prácticas en una empresa de Arrankudiaga y le han ofrecido un contrato. “Ahora estoy contento, no ha sido fácil”, concluye.

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