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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Intuyendo la contradicción

Una de cada cuatro familias no participa en la educación infantil de hijos

Pablo García de Vicuña

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¿Qué prefiere, un trabajador intuitivo o uno eficaz? ¿Querría usted compartir su vida con un amante contradictorio o elegiría mejor uno constante? ¿Escucha usted hablar en su trabajo de “sistemas que aporten valor a la empresa” o hay alguien que le ha hablado últimamente de “personas que defiendan sus originales ideas”? Cuando acude a una entrevista de trabajo, ¿se le ocurriría poner en valor su intuición personal? El modelo de inteligencia humano está en vías de extinción. Nos esforzamos en no ceder a las contradicciones y asociamos la intuición con la brujería o alguna suerte de pensamiento subdesarrollado. Error.

Quien así se manifiesta es la escritora Nuria Labari en un interesante y reciente artículo en el que traslada su inquietud por el terreno que la humanidad ha cedido ya al mundo robotizado. Critica nuestra rápida aceptación de un mundo, el de la robótica, inquietante, desconocido, pero sugerente. Critica también la rápida defenestración de cuantas personas muestran su escepticismo y prefieren regirse por comportamientos menos atractivos, más realistas.

No comparto su decepción –seguramente por la ingenuidad que otorga el desconocimiento- pero sí su rotundidad en la defensa de dos elementos que la autora considera genuinamente humanos, inalcanzables para las temidas y a la vez ansiadas inteligencias artificiales: la intuición y la contradicción. Hacia ambas mostramos los seres humanos una posición ambivalente; sintonizamos mejor con una y huimos con rapidez de la otra. Aceptamos con benevolencia la habilidad por conocer, comprender o percibir algo de manera clara e inmediata, aunque no intervenga la razón; desconfiamos de quien se desdiga de pensamientos o razonamientos contrarios y le pedimos con cierta sorna que se decida urgentemente si quiere “ir a Rolex o a setas”.

Vemos en la intuición un conjunto de inercias que hacen a la persona más hábil, valiente –si es capaz de ponerla en práctica y no se queda sólo en el comentario-, dispuesta a conocer con el único estímulo de su presentimiento. Ser intuitiva/o es un valor en alza, aunque con limitaciones. Una corazonada no deja de ser un estímulo al conocimiento que se aproxima al mundo de lo mágico, misterioso y espiritual . Visto así, la intuición pierde el valor social, pasa a ser considerada una excentricidad. El propio Einstein criticaba esta visión cuando argumentaba: “La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que rinde honores al sirviente y ha olvidado al regalo.”

En el ámbito educativo, la intuición es un valor en alza. No sabría decir si se trabaja de forma continuada en las aulas y durante los primeros años, pero está reconocida. Entre otras razones porque indica naturalidad e iniciativa en el/la alumno/a que así se expresa. Recientemente, además, ha sido bien acogida por la neurociencia, quien le asigna una zona de activación cerebral específica, desconocida hasta hace escaso tiempo. También la neuroeducación le dedica un espacio importante como forma de conocimiento hasta el extremo de verla necesaria para complementar un saber que debe integrar inexcusablemente la cognición, la emoción, la percepción y la motivación.

Otra cuestión es acercarnos a la contradicción. Con este concepto la cuestión cambia y la opinión es unánime: estamos ante una característica negativa del ser humano. La propia sociedad, de forma mayoritaria, rechaza el término, desde dos planteamientos diversos; si se quiere extremar el epíteto, tachamos a la persona contradictoria de incoherente, desatinada, incongruente o disparatada. Si buscamos otros valores positivos, aunque su contradicción sea manifiesta, podemos tratarla de discordante, paradójica o discrepante. En ambos casos, predomina la baja consideración que queremos manifestar hacia ese tipo de personas.

Pero nos olvidamos, con suma facilidad, de que la contradicción es inherente a nuestras vidas y no hay sociedad que diariamente no de ejemplos de sus propias contradicciones. ¿Cómo definir, si no, la atracción del primer mundo por el comercio online, por ejemplo, a la vez que se lamenta de su lado oscuro (huella ecológica, impacto en el comercio local, destrucción de empleo, pérdida de condiciones laborales)? ¿Qué decir de las campañas publicitarias de cualquier gobierno alertando de los peligros sociales del uso de los juegos de azar, mientras crece exponencialmente su oferta mediática? ¿Y de fomentar mundialmente la cultura de paz en las aulas, a la vez que los presupuestos militares de los países siguen creciendo? ¿Cómo entender, si no es acudiendo a la contradicción, que políticos de distintas ideologías se pongan tras una pancarta que reclama soluciones ante el cierre de empresas –La Naval, por ejemplo- si sus mismos partidos han allanado el camino para que tal situación se produzca? ¿Qué decir de muchos participantes en las manifestaciones feministas que al llegar a casa manifiestan su nula voluntad de cambio personal?

La educación tampoco es ajena a estas contradicciones. Los procesos educativos y el propio trabajo docente se han ido ajustando cada vez más a los requisitos del mercado, a alineamientos de políticas gubernamentales, consecuencia del contexto global en el que vivimos. ¿Quién no se ha sentido tentado de utilizar recursos tecnológicos, incluso, modelos educativos sin análisis previos?¿Cuántas veces nos quejamos del escaso eco de nuestras demandas, ignorando la poca escucha que hacemos de nuestro entorno educativo? ¿Acaso no somos los y las docentes vanguardia en la crítica al individualismo que corroe nuestra sociedad y nos resistimos al trabajo colaborativo en nuestro propio centro? ¿No nos indignamos por el desmantelamiento de la solidaridad familiar y comunitaria, mientras nuestro ser social participa de los bienes personales e intransferibles que nos ofrece el mercado mundial?

Vivimos entre contradicciones y nuestra labor será clarificar y dignificar nuestro trabajo profsional. Será reconocer que la Educación, en la sociedad del conocimiento actual, debe combatir contra la creciente privatización que amenaza la democratización del sistema. La labor docente será apoyar a cuantos/as docentes críticos deseen seguir siendo “chinas en el zapato” del sistema neoliberal actual.

No podemos aceptar, por tanto, vivir al margen de lo que ocurre en ámbitos económicos y socioculturales en este contexto globalizado, porque son el referente inevitable para comprender los riesgos, pero también las ideas para solucionarlos o contrarrestarlos. Sobre este tema volveremos pronto.

Nuria Labari dejaba abierta una ventana de aire fresco al señalar que intuición y contradicción son dos características humanas, inabordables para una mente mecánica, como las de los robots. Mi desconocimiento impide compartir tal optimismo, aunque deseo que acierte con la predicción. De momento, me conformo con reconocer que ambas cualidades son necesariamente de las personas y que se debe trabajar con ambas, alentando y fortaleciendo sus luces, minimizando sus sombras. Habrá que reinterpretar a Ortega y Gasset y modificar su máxima por otra más actual: Nosotros somos nosotros y nuestras contradicciones. Sin ningún mérito por ser original. Ya lo hizo Carmen Posadas, hace un par de años.

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