Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Esto no va de jardinería: ¿dónde están los límites en un conflicto laboral?
No, esto no va de jardinería. Ni de salarios. Ni siquiera de una huelga. Esto va de respeto. De convivencia. Y de cómo, en nombre de una reivindicación laboral legítima, algunos pocos han decidido cruzar todas las líneas rojas que en una democracia como la nuestra nunca deberían sobrepasarse. Lo que estoy sufriendo desde hace meses no es protesta. No es voluntad de acordar. Es simple y llanamente acoso. Es hostigamiento. Es odio personal que intentan disfrazar de conflicto laboral.
Siempre he defendido que las peticiones en el ámbito laboral son legítimas. Las de la plantilla de Enviser y las de todas aquellas personas que luchan por mejorarlas en sus puestos de trabajo. Pero una cosa es reclamar condiciones más justas y otra muy distinta es señalar, insultar y hostigar a una persona en su vida privada. Esa no es la vía. Nunca. No en democracia. Porque en democracia los cauces son claros: la palabra, el diálogo, la negociación. Jamás la presión, ni la coacción ni la violencia, sea cual sea su intensidad.
En marzo vinieron a mi casa para intimidarme; en junio volvieron y la víspera de San Juan quemaron un muñeco con mi cara en las fiestas de Judimendi; este jueves, otra vez, regresaron a mi domicilio con insultos y panfletos en los que me tachaban de fascista y me caricaturizaban con un bigote hitleriano. Y algo más: ahora ni siquiera me señalan solo a mí. Un agricultor ajeno a todo esto ha visto cómo pintaban su nave agrícola llamándole ‘eskirol’, cuando nada tuvo que ver con los trabajos de acondicionamiento en las campas de Olarizu para que la romería pueda celebrarse con normalidad. Extender el acoso a terceros inocentes es una deriva también muy peligrosa.
Siempre he estado dispuesta a hablar con las partes de este conflicto, trabajadores y empresa. Pero lo que muestran estos actos no es voluntad de diálogo, sino de intimidación. Y no lo van a conseguir. Todo en democracia tiene unos límites, y esos límites pasan por el respeto. En este caso, esos límites se han cruzado demasiadas veces.
Y, una vez más, EH Bildu ha optado por no condenarlo. Callan. Legitiman. Pero no nos sorprende. Es el mismo patrón de siempre: medir la condena en función de quién es la víctima. No basta con condenar lo que ocurre a miles de kilómetros y mirar hacia otro lado cuando los ataques y el señalamiento se ejercen en tu propio Ayuntamiento. Se ejercen contra una compañera.
Esto no va de jardinería. Va de democracia. Va de garantizar que nadie tenga que sufrir hostigamiento personal ni ver cómo vecinos inocentes son señalados sin motivo alguno.
Esto no va de jardinería. Va de respeto. Va de recordar que la protesta laboral tiene su espacio y su legitimidad, pero nunca puede convertirse en acoso. Porque cuando se cruza esa línea, todos y todas perdemos.
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