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8M: nueva oportunidad para la transformación social
Hombre ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta
(Olympia de Gouges)
En los libros de Historia se estudia que los acontecimientos que llevaron a la Revolución Francesa, a partir de 1789, marcan el comienzo de la modernidad. Se alude especialmente a la importancia de los cambios políticos (aparición de los partidos, Constituciones republicanas) y sociales (protagonismo del Tercer Estado, sistema parlamentario, proclamacion de derechos humanos,…) que supusieron el final de esa larga etapa clasificada como de Antiguo Régimen y que había significado el éxtasis del poder prácticamente omnívodo de la realeza y de la Iglesia en toda Europa.
Uno de los acontecimientos que suele olvidarse con relativa frecuencia, sin embargo, significó entonces un elemento de cambio casi revolucionario: los Cuadernos de Quejas, registros ya existentes desde el siglo XV, aunque nunca utilizados de forma tan masiva como entonces, en los que se anotaban las demandas y quejas de los habitantes que se dirigían al rey francés y servían de base para las asambleas previas a los Estados Generales. Entre las muchas quejas de los Cuadernos había también reivindicaciones de las mujeres que, por ser sistemáticamente ignoradas, señalaban situaciones de discriminación evidente: derecho a ejercer una profesión, a ser instruídas, a conseguir cierta independencia económica…
Con el devenir de los primeros acontecimientos revolucionarios, aparecen mujeres decididas para reivindicar cuestiones más políticas; por ejemplo, reclamar su exclusión en la composición de los Estados Generales. Así decían: “Estando demostrado con razón que un noble no puede representar a un plebeyo (…) las mujeres sólo pueden estar representadas por tanto por otras mujeres” (Cuaderno de Caux, Normandía). Algunas consiguieron ser nombradas diputadas, pero su papel fue rápidamente eliminado y fueron sustituidas por hombres en la reciente y flamante Asamblea Nacional francesa.
El recuerdo más vívido y duradero, aunque excluido de la mayoría de los manuales de Historia, lo protagonizó Olympe de Gouges, burguesa y filósofa, autora entre otros muchos escritos de su Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana que comenzaba con su conocido artículo 1: “La mujer nace libre e igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales solo pueden estar fundadas en la utilidad común.”
Unos cincuenta años después y en un nuevo, aunque efímero, periodo revolucionario, en 1848, en Nueva York, se firmó la conocida Declaración de Sentimientos en la que se hacía especial mención a redactar leyes que no impidieran que la mujer ocupase en la sociedad “… la posición que su conciencia le dicte”, o que la situaran en una posición inferior a la del hombre. De ser así esas leyes “… son contrarias al gran precepto de la naturaleza y, por lo tanto, no tienen fuerza ni autoridad” (1848. Declaración de Seneca Falls).
Un salto de siglo y de país nos acerca a España, que en los últimos dieciséis años ha sido capaz de armarse normativamente con tres leyes -Ley Integral Contra la Violencia de Género (2004), Ley de Igualdad (2005) y Ley de Dependencia (2006)- que, al menos sobre el papel, conformaban un marco jurídico de protección aceptable para las mujeres. Veamos si es así realmente. Lo haremos con una sencilla comprobación, la revisión de frases entresacadas del argot comunicativo de los y las españolas para referirse a la mujer.
Suele decirse –y no seré yo quien lo cuestione- que la utilización del lenguaje define líneas generales del comportamiento de una comunidad. Uno de los grandes tópicos cuando se habla o piensa sobre el concepto de mujer es asociarlo al cuidado de la imagen. Nuestra sociedad capitalista, que ha hecho del aspecto físico una cualidad básica, nos ha acostumbrado a convivir con expresiones tan comunes que hacen difícil diferenciar si se trata de halagos o de exigencias propias del género al que van dirigidos, el femenino. Enredando en las redes sociales se pueden encontrar expresiones como las siguientes que todas/os hemos escuchado en contextos comunicativos concretos.
¿Dónde vas así vestida? ¿A clase o a una discoteca?/ Así solo se visten las busconas./ Siéntate como una señorita./ Cuando bebes pareces un camionero./ Tienes una cara preciosa, deberías sonreír más./ Seguro que cuando eras joven eras guapísima./ Estás demasiado delgada, te falta un bocata de chorizo./ Te has puesto de buen año, ¿eh? Hay que comer menos./ Mira esa, a su edad y vistiendo así./ Se te va a pasar el arroz./ Pues si no quieres que te toquen el culo no te pongas esa minifalda./ Es que a ver... ¿qué llevabas puesto?/ Ese pintalabios parece de fulana./ Eso no es de señoritas. Eso es de marimachos./ ¿No eres muy guapa para dedicarte a esto?/ Pero mujer, no te enfades, ¡con lo guapa que eres!/ ¡Pero cómo no te vamos a mirar con ese escotazo que llevas!/ Podrías haberte maquillado un poco, no te cuidas nada./ No sé por qué os maquilláis tanto, a mí me gustan las tías naturales./ No me des la mano en la calle que con ese pelo; pensarán que me ligué un tío./ ¿Ves? Con ese vestido pareces más femenina, no como con tus sudaderas.
“El más fuerte no es nunca bastante fuerte para ser siempre el amo si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en poder”, sentenciaba el filósofo Rousseau en El contrato social. Y los hombres se pusieron a ello. Así, el machismo dominante en nuestra sociedad, independientemente de la cultura en la que se viva, no solo se manifiesta de mil formas y desde la más temprana edad, sino que combate para evitar resquicios que puedan debilitarle. Los patrones de conducta que se utilizan desde la infancia tienen en el niño (hacerle el más fuerte y el mejor) y en la niña (la sensibilidad y la protección del clan) objetivos distintos y resultados, lógicamente contrapuestos. Veamos cómo se perciben cualidades y defectos en la identificación de las mujeres en las redes sociales:
Eres muy graciosa... para ser tía./ Eres muy lista... para ser tía./ Eres muy divertida... para ser tía./ Eres muy fuerte… para ser tía./ Con tu hermano es distinto, él es un chico./ A ver, las tías tenéis menos fuerza./ ¡Qué tontería, las tías no ven porno!/ ¿Por qué a las tías os gusta tanto cotillear?/ A las tías os afecta TODO./ ¿Qué pasa, estás con la regla?/ Las tías no aceptáis una broma./ ¡Ah! ¿pero tú bebes cerveza?/ ¡Ah! ¿pero que tú bebes whisky?/ Es TAN mandona./ No seas tan llorona./ Vaya boquita... las chicas no deberían decir tacos./ Una profesora siempre será mejor que un profesor porque son más maternales./ ¿No estás ya mayor para ir por ahí detrás de los tíos?/ Ah, ¿que sabes de fútbol? A ver, ¿quién ganó la Champions en el 97?/ Ya va tocando sentar la cabeza y buscar marido, ¿no?/ Mujer al volante... /No es acoso, es que le gustas mucho./ Si un niño te tira del peleo en el recreo significa que le gustas./ Otra vez no lo entiendes./ No sabes lo que dices./ Niña, tú aquí no tienes nada que decir./ Tienes que agradecerme que no sea un cabrón o un pasota como los demás./ Una niñata como tú no va a saber más que yo./ Por cosas como esas, las mujeres no deberían jugar al baloncesto./ Para ser chica no juegas mal./ El niño necesita a su madre, quédate en casa./ ¿Pero DE VERDAD que no quieres tener hijos?
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Muchas de estas expresiones las hemos oído de bocas maternas, a las que Lidia Falcón homenajeaba recientemente en un artículo, a partir de la noticia de la formación del Club de Malasmadres, creado por Laura Baena y que cuenta ya con un importante número de socias virtuales. En este ágora virtual se recogen los remordimientos y la ansiedad de mujeres por la presión social recibida por no cumplir el rol que se espera de ellas.
De ahí que cada vez que se cuestione el universo creado en el entorno masculino, patriarcal, donde el hombre ejerce nítidamente su dominio, habrá personas tremendamente interesadas en combatir el status quo que puede quedar en entredicho. El primer objetivo a atacar, entonces, será el feminismo:
¿Ya estamos con lo del feminismo?/ Yo creo en la igualdad, pero las feministas se lo están cargando todo./ Flaco favor le hace “esa” al feminismo/. Todas las feministas son lesbianas./ O sea, que no vienes a currar por “los dolores de regla”. Aaaaay, mucho feminismo.../ Ah, ¿que eres lesbiana? Pues parecías maja./ ¿Eres lesbiana? Eso es porque no has estado con un buen tío./ Para ir de feminista eres bastante mona./ Las feministas son unas malfolladas./ Tú de esto no sabes./ Estás obsesionada con el machismo./ Os ponéis tan quisquillosas que está volviendo más fuerte el machismo por culpa vuestra.
Nuria Varela, autora del impactante libro 'Íbamos a ser reinas' (Ediciones B, 2017), sobre la violencia contras las mujeres, asevera que “los niños, al igual que las niñas, perciben perfectamente la asignación de roles sociales diferentes. Y se dan cuenta de que todo lo que tiene que ver con la masculinidad está más valorado, tiene más categoría”. Y esta percepción, esta construcción de la masculinidad sigue creciendo y fortaleciéndose hasta llegar, por ejemplo, al mundo laboral.
¿Trabajar? Lo que tienes que hacer es buscarte un tío con dinero./¿Pero que te gustan los videojuegos? ¿A ti? / Seguro que solo has jugado a Los Sims./ Ah, ¿pero tú eres la jefa?/ La han ascendido, a saber a quién se habrá follado./ ¿Ahora no deberías estar más centrada en tu familia en lugar de en tu carrera?/ ¿Tú crees que vas a poder trabajar y tener hijos a la vez? /¿Tu marido te ayuda en casa? ¡Qué suerte!/ ¿Has estudiado informática? ¡Qué raro!/ ¿Ya vas a volver al trabajo? Pero si tuviste al niño hace nada./ ¿Ingeniería? Sabes que eso es una carrera de chicos, ¿verdad?/ ¿Brecha laboral o incapacidad de algunas para llegar donde otros ya están?
Los datos relativos al año 2017 en Euskadi, pese a las disculpas que quieran encontrar los de siempre, no dejan lugar a dudas sobre la segregación laboral que sufre la mujer trabajadora vasca: 10,56 puntos de diferencia de tasa de actividad entre hombre y mujeres; la de empleo, 9,5 puntos a favor de los hombres (Media en Euskadi, 50,3%). La contratación ha aumentado más entre los hombres (+4,65%), que entre las mujeres (+2,2%). Los contratos convertidos en indefinidos han sido el 24% en hombres y el 13% en los de las mujeres. La tasa de temporalidad ha sido del 28,6% para las mujeres y del 23,6% para los hombres. En el Sector Público vasco, 4 de cada 10 mujeres tienen contrato temporal. El salario de las mujeres debería aumentarse en más del 32% para equipararse al de los hombres. Son 120 días los que las mujeres trabajan gratis.
Y es que las mujeres han accedido al mercado laboral por la puerta grande de la economía sumergida, los trabajos más precarios (78,3% de los empleos vascos a tiempo parcial), los salarios más bajos (7.551,93€ menor al hombre, según la Encuesta de Estriuctura Salarial, en 2015, superior a la media estatal) y soportan índices de paro que duplican a los masculinos. En Protección, por ejemplo, la tasa de cobertura de las mujeres en paro sigue siendo inferior: 26,6% de las mujeres frente al 31,46%. Sólo el 14,6% de las mujeres en paro cobran prestaciones contributivas, frente al 18,4% de los hombres.
En cuanto a la percepción de la Renta de Garantía de Ingresos vasca, a finales de 2016 había 60.405 personas cobrándola, el 57% de ellas mujeres. En todos los estratos de edad el número de perceptoras es mayor al de hombres, salvo en la franja 50-59 años. Entre las mujeres que cobran RGI los complementos de trabajo suponen el 23% de los casos, que indica que la calidad del empleo del empleo femenino es inferior al de los hombres.
La autoridad masculina y el reparto del poder están firmemente enraizados y apenas son cuestionados. La incorporación de las mujeres a los puestos de responsabilidad se está realizando con las mismas reglas de juego. Sólo el 21% de los puestos directivos en Euskadi están ocupados por mujeres (27% España), según estudio de la auditora Grant Thornton. El porcentaje de compañías sin ninguna mujer al mando es del 32% (20% media estatal). Un 32% de los directivos encuestados consideran que la introducción de auditorías de brecha salarial obligatorias pueden resultar perjudiciales para la marcha de la empresa, se oponen a ellas aduciendo que es una medida dura que vulneraría su derecho a establecer políticas retributivas adecuadas. El 78% de los empresarios vascos no cree en cuotas obligatorias; un 15% las ve necesarias y las aplicaría y un 5% las ve de difícil aplicación (El Correo, 02-03-18). También el gobierno del PP debe ser de la misma opinión, ya que de las 20 empresas públicas española, 11 carecen de presencia femenina en los puestos directivos.
Esta machacona reproducción de la desigualdad laboral entre hombres y mujeres llega también, al colectivo joven, donde la mujer cobra por término medio 258€ menos al mes que el joven. Y es que es este colectivo joven, aunque pudiese parecer lo contrario, el que continúa reproduciendo la desigualdad de roles, que una educación igulitaria, inclusiva y no discriminatoria debería haber desterrado del imaginario colectivo. La periodista Nuria Varela se hace eco de un estudio llevado a cabo por ocho personas expertas de la Complutense de Madrid entre jóvenes de 14 a 18 años (Julio 2001), en el recogen datos, una vez más, preocupantes: el 23% justificaban el salario distinto por género en el mismo puesto de trabajo y alentaban a trabajar primero en la familia y después fuera del hogar (Además, el 12% de los y las adolescentes encuestadas piensan que “algo habrá hecho” una mujer si es maltratada por su pareja y responsabiliza en parte a la víctima).
El próximo 8 de marzo tendremos todas y todos una nueva oportunidad para invertir la situacion actual de descrédito, segregación y presión social que ejercemos sobre la mujer. La oferta reivindicativa para ese día es amplia y novedosa y gira desde las tradicionales llamadas 'buenistas' de las Administraciones -con sus eslóganes impecables pero limitados, mantenedores del estado actual-, hasta las convocatorias de jornada de huelga en su pluralidad más absoluta (femenina, mixta, por turnos de dos, cuatro horas, completa,…) Sea cual sea el formato elegido, lo importante es seguir asumiendo conciencia de que somos las personas las únicas protagonistas de los cambios sociales. Nuestra forma de ser, de expresarnos, de actuar debe ayudar a propiciarlos. Como lo hacía el humor inteligente de Forges, presente en una de las muchas viñetas conmemorativas que hizo para el 8M. Dos señoras caminan acompañadas de un brillante sol morado mientras dialogan. “Miriadas de agudos filósofos dictaminando sobre la condición humana- filosofa la primera señora. A lo que responde interesada la compañera: ”¿Te imaginas que nosostras hiciéramos lo mismo con ellos?“. Y concluye, sin inmutarse, la primera: ”Imposible; somos mujeres; tonterías las justas“.
Será mejor manera de mostrar nuestra impertinencia, molestando con nuestra palabra o acción la condición presente de la mujer en un mundo gobernado política, social y económicamente por el hombre.
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