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Escenarios disruptivos en las elecciones (I): elefantes en manada

Aficionados del Athletic Club reunidos en el estadio de San Mamés celebran el triunfo del equipo en la Copa del Rey

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Se cumplen ahora exactamente 20 años de la publicación de un libro que cambió la forma de analizar el lenguaje y el debate político en EEUU (y tuvo una gran influencia en las formaciones progresistas del resto del mundo) en relación a los conservadores del partido republicano: 'No pienses en un elefante', del combativo lingüista nacido en Berkeley George Lakoff. De manera muy resumida, el libro lo que planteaba era una cuestión sencilla pero complicadísima a la vez: darle la vuelta como un calcetín al dominio de la comunicación por parte del partido del entonces presidente George W. Bush. El ejercicio que Lakoff planteaba a su alumnado en el curso de Ciencia Cognitiva era este: “No pienses en un elefante”, les decía. “Hagas lo que hagas, no pienses en un elefante. No he encontrado todavía un estudiante capaz de hacerlo. Toda palabra, como elefante, evoca un marco, que puede ser una imagen o bien otro tipo de conocimiento: los elefantes son grandes, tienen unas orejas que cuelgan y una trompa; se les asocia con el circo, etc. La palabra se define en relación con ese marco. Cuando negamos un marco, evocamos el marco”, resumía Lakoff a sus alumnos y alumnas.

El elefante, claro, era el tótem del Partido Republicano, y los demócratas estadounidenses habían perdido la batalla de la comunicación y del mensaje frente a los republicanos desde hacía años: sobre todo desde que George W. Bush ganó las elecciones presidenciales en noviembre de 2000. Y estaban noqueados. Tanto que Bush logró mantenerse en la Casa Blanca hasta el 20 de enero de 2009. Desde muchos meses antes, un candidato negro nacido en Honolulu (Hawái) se esforzaba en cambiar todo eso. Brillante abogado de la Escuela de Derecho de Harvard, donde ya había hecho historia al ser elegido primer presidente de raza negra de su revista jurídica, Obama había revolucionado el país y la larga campaña electoral con su discurso de esperanza. Hope, ese era el nuevo marco mental para los progresistas en general y los demócratas estadounidenses, en particular.

Al final, los cambios de marco político —también en las campañas electorales— vienen casi siempre precedidos por planteamientos disruptivos: aquellos en los que, en vez de pensar en el famoso elefante de Lakoff, se plantean impulsos de cambio, anhelos nuevos, escenarios inimaginables, magnicidios, muertes sobrevenidas. Todo eso… y mucho más.

Primer escenario disruptivo. Se lo escuchamos en precampaña al candidato a lehendakari por el PP vasco, Javier de Andrés. Básicamente, planteaba que los socialistas vascos son un “lastre” para el PNV de Imanol Pradales y de Andoni Ortuzar. Y que si los peneuvistas logran una mayoría suficiente e incontestable —algo que ninguna encuesta vaticina por ningún lado— podrían plantearse romper la entente sellada a fuego entre PNV y PSE-EE incluso antes del primer acuerdo de Ejecutivo de coalición. Ese pacto seminal fue rubricado entre Ortuzar y Patxi López (ya fuera de Ajuria Enea, pero líder entonces de los socialistas vascos) el 16 de septiembre de 2013. El recién investido presidente vasco, Iñigo Urkullu, habló ese día como flamante lehendakari de “nueva etapa de entendimiento” entre las dos familias políticas, de “vuelta a los buenos tiempos” y daba su agur “a la política de bloques”. Mientras, Ortuzar aseguraba: “En Euskadi se abre hoy un nuevo tiempo”. Y Patxi López, recién desalojado de Ajuria Enea, y con las heridas visibles aún en su cuerpo de los zarpazos de un PNV que nunca aceptó la legitimidad del pacto PSE-EE y PP que propulsó a López a la Lehendakaritza, loaba las virtudes del acuerdo político y fiscal rubricado entre ambos partidos. Fue la antesala del primer acuerdo presupuestario (2014), de los acuerdo en las diputaciones (2015) y del acuerdo de Gobierno de coalición (21 de noviembre de 2016)

11 años después, ahí siguen ambas formaciones, encadenadas a un pacto que parece esculpido en ‘titanio made in Guggenheim’ y a prueba de bombas. Salvo para el candidato popular, Javier de Andrés. 

Segundo escenario disruptivo. El fútbol, liturgia comunitaria donde las haya, y cuando lleva la firma del Athletic muchísimo más, ha provocado otro cambio en la campaña de las elecciones vascas. Algunos medios (entre ellos este periódico) y muchos analistas políticos llevan desde la madrugada del domingo —cuando Iker Muniain levantó la Copa del Rey en el estadio sevillano de La Cartuja— hablando de las implicaciones de algo tan disruptivo como esa victoria en la participación (más claro) y en la orientación del voto (algo mucho más difuso).

Fue hace mucho, cuando José Luis Bilbao, ariete del PNV y martillo pilón desde la todopoderosa Diputación de Bizkaia contra el gobierno del lehendakari socialista Patxi López, dejó este titular a cinco columnas en la prensa de referencia vasca: “No hay nada más grande que ser del Athletic, del PNV y de la amatxu de Begoña”. Algunos se lo tomaron a risa, sobre todo los no nacionalistas. Pero la campaña se ha ralentizado en Bizkaia desde la victoria en la capital hispalense y, este jueves, esa gesta 40 años después de la última victoria sacará a la calle a lo largo de la Ría del Nervión a más de un millón de personas. ¿Quién va a hacer actos electorales por la tarde ese día en el territorio? Nadie. Bueno, igual Vox y Santiago Abascal, que ha comprometido en esta campaña hasta ocho visitas al País Vasco.

Este público movilizado en torno al Athletic es un pueblo en marcha. Y algunos líderes y candidatos a lehendakari lo quieren pastorear hasta las urnas. Los expertos en demoscopia ven varios puntos de participación más el domingo 21 de abril (al menos en Bizkaia) solo por ese motivo. Lo que puede elevar la movilización en torno a las urnas hasta un 65% (hace cuatro años, en plena pandemia, voto solo el 50% del censo).

Justo cuando estaba acabando esta crónica electoral, y antes de desplazarme al acto de EH Bildu en Andoain (con su candidato Pello Otxandiano y el líder de Sortu, Arkaitz Rodríguez), he escuchado la voz temblorosa del jefe de informativos de Radio Euskadi, Dani Álvarez, cortando la retransmisión para anunciar la muerte del lehendakari José Antonio Ardanza. Y me he acordado de la familia de Elorrio. Y de cómo mi aita hablaba del primo Ardanza. Los magnicidios, los asesinatos que hemos sufrido en periodo electoral en este país durante tantas décadas y los fallecimientos repentinos en plena batalla política también espolean la participación. Y en este caso, el fallecimiento del lehendakari más longevo en democracia no hay duda de en qué sentido irá.

Al final, estos escenarios disruptivos (volveremos sobre algunos más en otra crónica electoral) llevados a la música están resumidos a la perfección en alguno de los videoclips más famosos de la historia del pop-rock mundial desde que la MTV estrenó el 1 de agosto de 1981 su emisión con aquel videoclip de The Buggles: 'Video Killed the Radio Star' (El Vídeo Mató a la Estrella de la Radio).

Y uno de esos materiales más disruptivos y liberadores en la música es Freddie Mercury bailando disfrazado de ama de casa con su vídeo 'I Want To Break Free'. Fue 30 años antes de que George Lakoff publicara su famoso libro.

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