Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El testamento de Doña Virginia: 108 misas anuales bloquean un plan inmobiliario municipal en la milla de oro de Vitoria

Carta de Roma, rellano de Florida, 28 y la esquela de Doña Virginia

Iker Rioja Andueza

31

El Ayuntamiento de Vitoria tiene planes urbanísticos para un edificio de su propiedad en pleno corazón de la ciudad, en el 28 de la calle Florida, antigua rúa de Carlos VII, un inexistente rey de España que fue pretendiente carlista al trono y al que el franquismo elevó a los altares. El bloque –puerta de madera, tres alturas, dos buhardillas, jardín trasero, ultramarinos en el bajo y acceso peatonal a un garaje interior de tres pisos– también es centenario. En realidad, la ciudad tiene la propiedad de casi todo el bloque. Le faltan dos pisos, aunque tiene acordado con sus propietarios que no se opongan a la venta de la finca, estimada con un precio de salida de 800.000 euros, según publicó El Correo. Pero la batalla la está dando un inquilino que ha heredado un viejo arrendamiento de 1970 de sus padres y que el Ayuntamiento, su casero, da por extinguido.

Este hombre de 53 años quiere salvar su piso y el edificio al que llegó con un año. Para ello, y tras rebuscar en papeles antiguos, ha esgrimido que el propietario actual no está respetando la voluntad de la primera dueña, una mujer conocida como Doña Virginia y que pidió expresamente a la ciudad que le pagara 108 misas cada año desde su muerte y hasta la eternidad si quería quedarse con una finca que no supera desde 2018 la inspección técnica de edificios (el equivalente a la ITV de los coches) y no posee ni ascensor ni calefacción. En los pisos altos, la altura del techo es realmente baja: son inhabitables. Hay viviendas que llevan medio siglo vacías. Del total de ocho viviendas, ya solamente residen allí tres inquilinos.

Doña Virginia es Eulalia Virginia Sáenz de Ormijana Martínez, potentada, devota y sin descendencia. Murió en 1978. En su testamento, mediante una fórmula alambicada, estableció que había que honrar ante Dios su memoria y la de su difunto esposo, Alejandro de Zumárraga, 54 veces al año por cabeza. Era la condición para, a cambio, entregar sin coste un edificio muy próximo a la estación de ferrocarril y a cinco minutos caminando del Ayuntamiento. La exigencia, como mucho, se cumplió hasta 1985, por lo que último inquilino piensa agarrarse a ello para no ser desahuciado. El Ayuntamiento da a entender que hizo suficiente costeando más de 600 misas en aquella época. Todas y cada una de ellas están documentadas, según unos registros que ha facilitado a este periódico. Eso sí, en medio hubo un intento poco disimulado ante el mismísimo Juan Pablo II para solventar el problema con dinero, esto es, con una bula pontificia.

Para entender todo el alcance de esta historia toca viajar en el tiempo a otra Vitoria, a la que salía de la dictadura franquista. ¿Quién era Eulalia Virginia Sáenz de Ormijana Martínez? Feligresa de Nuestra Señora de las Desamparadas, parroquia a un par de manzanas del edificio, nació en 1892. Su esposo, Alejandro de Zumárraga, era el secretario del juzgado de Vitoria. Los De Zumárraga eran al menos tres hermanos, según las antiguas hemerotecas. Ramón era médico y, a tenor de una guía telefónica antigua, pasaba consulta en el edificio. Luis era el secretario de la poderosa Diputación Foral. Sin que el rastro documental deje claro el cómo, en 1970 Doña Virginia era ya la dueña única de Florida, 28. Tenía servicio doméstico a su disposición y residía en la mejor de las viviendas del edificio, el segundo derecha. El suyo, como tantos otros en Vitoria y en otras ciudades, era un bloque clasista, con los dos primeros pisos mejor dispuestos y calefactados, el tercero más modesto –aunque los pisos tienen más de 100 metros y mirador– y unas buhardillas pequeñas, bajas y lúgubres.

En 1970, Doña Virginia alquiló el tercero izquierda a un tornero y a su esposa a cambio de una renta mensual de 2.800 pesetas, menos de 17 euros al cambio actual y unos 400 euros aplicada la inflación. Pero la casera falleció en septiembre de 1978. Eran los meses previos a la entrada en vigor de la Constitución y los días previos a la fumata blanca que hizo Papa a Juan Pablo II. En su esquela consta que había recibido las “bendiciones apostólicas de Su Santidad”, entonces Pablo VI. Esta “bienhechora” vitoriana elaboró un testamento muy particular. Donó Florida, 28 al hospicio de Vitoria, una antigua institución creada en 1778 por Carlos III y que dos siglos después ofrecía beneficencia social.

Pero impuso como condición sine qua non a la institución lo que sigue: “En los aniversarios de la muerte de la testadora y la de su esposo [22 de septiembre y 20 de marzo, respectivamente], mande celebrar treinta misas en sufragio del alma de cada uno de ellos y una misa rezada los días tres y veinte de cada mes, en sufragio del alma de su esposo y dos misas rezadas mensuales por el alma de la otorgante, en los días que estime más oportuno”. 30, 30, 24 y 24. En total, 108 eucaristías anuales. No quedó ahí su última voluntad, ya que la difunta ordenó también garantizar unos ingresos mensuales de unas 5.000 pesetas (30 euros) a su cuidadora y realizó otras aportaciones con fines caritativos.

Entrado ya 1979, el 5 de febrero, se reunió la Real Junta de Diputación a Pobres, el órgano gestor del hospicio. Su letrado, era Isaac Garay–Gordóvil. A él se le encomendó la “certificación de aprobación de la herencia”. Pero la primera conclusión de este comité fue que era altamente costoso organizar tantísimas misas de por vida. Era una prácticamente cada tres días hasta el infinito. Así que se comisionó al sacerdote José Luis Pérez de Unzueta para que “en Roma” buscase la “redención de la obligación de misas a perpetuidad”.

En los aniversarios de la muerte de la testadora y la de su esposo, mande celebrar 30 misas y una misa rezada los 3 y 20 de cada mes, en sufragio del alma de su esposo, y 2 misas mensuales por el alma de la otorgante, en los días que estime más oportuno

Eso es lo que aparece en los archivos del hospicio, pero se da la circunstancia de que dos días antes, el 3 de febrero, el obispo de Vitoria en funciones, Francisco Peralta, había escrito ya “postrado a los pies de vuestra Santidad” una epístola al recién llegado Juan Pablo II para que le diera la “facultad” para “poder declarar al hospicio de Vitoria libre de la carga espiritual de mandar celebrar 108 misas cada año perpetuamente”. Le proponía conmutar ese deseo por el cobro a esa institución de dos millones de pesetas (unos 12.000 euros) por parte de la diócesis. Y prometía que destinarían el dinero a una “fundación”. Argumentaba el prelado que era una cantidad generosa, ya que estimaban en 405.000 pesetas la minuta razonable. La cifra sale del equivalente a 25 años de cumplimiento de la voluntad de la finada al 'precio' de entonces, 150 pesetas por misa. La diferencia –la cantidad propuesta prácticamente quintuplicaba la anterior– era para “asegurar” la inflación por “el aumento constante del nivel de vida y la progresiva devaluación de la moneda” y porque en “tiempos futuros” los directivos del hospicio seguramente no tendrían “el mismo sentido religioso” que los de entonces.

El 10 de febrero de 1979, el cardenal estadounidense John Joseph Wright, prefecto de la Congregación para el Clero, respondió en latín, también por carta, que accedía a la petición. El 5 de marzo, reunida de nuevo la dirección del hospicio y conociendo este dato, aceptaron la herencia. El 23 de abril el Obispado ya entregó por escrito la “liberación de la carga espiritual”. Pero el hospicio se encontró con el dilema de no tener fondos para sufragar la bula. Y ahí surgió una propuesta del letrado. ¿Por qué no vender uno de los pisos del edificio? ¿Y a quién?, se le respondió. He aquí que el abogado dio un paso al frente y ofreció exactamente dos millones de pesetas por el segundo derecha del bloque, el piso de Doña Virginia. Alguien en la Real Junta, de apellido Alarcón, alertó de que era prácticamente regalar un inmueble de muchísimo más valor –entre tres y cuatro veces más en aquella época–, pero se tramitó la petición y la familia Garay–Gordóvil se instaló en Florida, 28. Su viuda, ya muy mayor, es una de las inquilinas actuales del edificio. En el buzón constan juntos los apellidos Garay–Gordóvil y Zumárraga, sin que quede claro cuál era la relación del abogado con la familia del marido de Doña Virginia.

Sin embargo, un expediente (de 2022) del Ayuntamiento da a entender que, a pesar de haber comprado la “redención”, también se hicieron las misas. En concreto, ese documento afirma lo que sigue: “Se ha podido comprobar que si bien se evacuó consulta a la Santa Sede para redimir esta obligación mediante el abono de una cantidad que se concretó en 2.000.000 de pesetas, durante los años 1980 a 1985 se encargaron las misas correspondientes desde la fecha del fallecimiento de la testadora, que totalizaban unas 108 misas anuales por un importe inicial, que fue revalorizándose en el tiempo, de 150 pesetas”. Vitoria posee una serie de cartas cruzadas entre religiosos locales y la oficina de Madrid de la Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada con la relación de 108 misas anuales en ese período. En puridad, se iniciaron el mismo 3 de octubre de 1978, a los días del deceso. Terminado 1980, por ejemplo, ya eran 228.

Por el contrario, fuentes del Obispado aseguran a este periódico que “no hay constancia de la celebración de misas en las parroquias de Vitoria por el descanso de esta persona”. Particularmente, se han revisado los archivos de Nuestra Señora de las Desamparadas, donde se celebró el funeral. Y no hay ninguna mención allí a Doña Virginia o a su esposo. La institución, no obstante, está revisando sus archivos de modo exhaustivo, según explican, y ha abierto un expediente expreso para intentar esclarecer todo lo que rodea a este asunto.

En medio de ese período en que aparentemente se estaban celebrando las misas casi día sí y día también, la antigua entidad pública FASVA que gestionaba los servicios sociales de Vitoria y Álava desapareció en 1983. Y derivó sus servicios –y las cargas– en una parte al Ayuntamiento y en otra a la Diputación. Dentro de este reparto, el hospicio –y Florida, 28– quedaron en manos municipales, que se convirtió a todos los efectos en el casero de esta comunidad de propietarios. Eso sí, en el camino perdió un piso más, que fue vendido a última hora por el hospicio. Es el otro de los que están ocupados en la actualidad, aunque con el tiempo ha ido cambiando de manos también.

El inquilino del tercero izquierda es quien está guerreando en solitario contra la operación. Es un personaje conocido en la ciudad y en España, pero prefiere ejercer de figurante anónimo en esta película. Al menos, de momento. Se convirtió en titular del alquiler de la vivienda al fallecer su madre en septiembre de 2020, lo mismo que ella recibió la subrogación del contrato firmado por su marido. El Ayuntamiento, que lleva desde 2005 coqueteando con la operación inmobiliaria, alega que la normativa impide prorrogar la subrogación más allá de dos años y le pide que abandone la casa para poder acometer los planes urbanísticos previstos.

“Esto va a terminar en pisos de lujo”

El denunciante recibe a este periódico en su casa, en la que hay un radiador eléctrico para combatir el frío y un piano antiquísimo con poco futuro en caso de mudanza. La amenaza de desalojo hace que algunas pertenencias estén empaquetadas. “Yo me veo fuera”, admite. Archiva en una carpeta negra con anillas decenas de folios con documentación sobre Doña Virginia, sobre la casa y sobre el hospicio. Sus conclusiones son que el testamento está claramente incumplido y que, por ello, el Ayuntamiento no está legitimado para disponer de la propiedad a su antojo. O se hacían las 108 misas anuales –ahora mismo irían ya por alrededor de 4.750– o no hay casa.

–¿Y la bula? ¿No suprime la condición de las misas?

–La Iglesia, aunque tenga palabra en términos de espiritualidad general, es un tercero sin autoridad en el citado deseo de recuerdo místico, no teniendo capacidad para alterar las condiciones de un testamento ya redactado. Es más, si la institución eclesiástica se hubiese mantenido en la interpretación piadosa del caso, podríamos estar ante un dudoso debate. Pero el Obispado, con permiso de Roma, pidió dinero a cambio de un incumplimiento flagrante de las obligaciones del testamento. Es decir, actuó como empresa, no como congregación moral.

Si las condiciones las pone la propietaria al Ayuntamiento, la Iglesia no tiene nada que decir, recalca. Ni aunque esté El Vaticano de por medio. Incluso si se diera por bueno que entre 1980 y 1985 sí se hicieron las eucaristías, el inquilino estima que eso no es suficiente. En el testamento de Doña Virginia, una de cuyas copias atesora, no hay límites temporales. Es un mandato a perpetuidad y ha encontrado una sentencia judicial que así lo confirma. Es de 2019 y la emitió la Audiencia Provincial de Ávila.

A nivel más terrenal –se define como “agnóstico”–, recuerda que la ciudad lleva intentando hacer una operación inmobiliaria allí desde 2005, con Alfonso Alonso como alcalde. Luego lo intentó Javier Maroto y ahora Florida, 28 forma parte del masterplan de Gorka Urtaran para revitalizar el centro de la capital vasca. Entiende que se ha pervertido el espíritu de la donación a la ciudad, ya que “esto va a terminar en manos de un constructor para hacer pisos de lujo” y “en medio siglo no ha habido ni un solo minuto de función social en este edificio”. El Ayuntamiento dispone de cinco pisos vacíos en pleno centro.

Señala, por ejemplo, la puerta de enfrente de su hogar. “Carmen Levantini”, reza un letrero. En sus 53 años de vida nunca la ha conocido. De niños, sus hermanos y él guardaban allí las bicicletas. Un hombre con el apellido Levantini se casó décadas atrás en Vitoria con una joven de apellido Arrue. Podrían ser sus progenitores. Años ha fallecieron también los moradores de las buhardillas, dos hombres. Son pequeñísimas. El primero derecha y el segundo izquierda están también silentes detrás de puertas avejentadas con mirillas dignas de Aquí no hay quien viva. En el ultramarinos el rótulo de B. Elguea ha desaparecido y en la cristalera hay una gran fotografía histórica en blanco y negro del interior del comercio, una técnica que usa el Ayuntamiento para mejorar el aspecto de las muchas lonjas vacías que pueblan el ensanche vitoriano.

síguenos en Telegram

*Por error, en la versión inicial se había hecho mención a una sentencia de la Audiencia Provincial “de Álava” que corresponde a la Audiencia Provincial “de Ávila”

Etiquetas
stats