La palabra dignidad
Nos robaron las palabras. Mientras quitaban derechos de los trabajadores hablaban de reformas. Dijeron recortes cuando metían la mano en la caja para repartirse el botín. Inventaron nuevos términos: emprendimiento, déficit cero, globalización, privatización, ajustes… Nuevas palabras para viejas dominaciones de clase. Quien domina el lenguaje controla el poder.
Pero hace un tiempo, vuelven a sonar antiguas palabras.
La palabra dignidad, por ejemplo, tan elegante ella, con una sílaba de principio y de final alargada y erguida como la espalda de un hombre libre. Dignidad es el nombre que adoptó uno de los movimientos ciudadanos más saludables surgidos en Extremadura en los últimos tiempos (los campamentos Dignidad).
Dignidad fue la palabra que levantaron altivos los olivareros de la sierra de Gata la pasada semana cuando hicieron una huelga para defender su trabajo.
Por dignidad escuché decir hace unos días a un adolescente en un bar de barrio.
Tal vez mañana, recobremos la palabra igualdad, o libertad o justicia (sin cachondeo)… y cuando la gente recupera la palabra al poder le tiemblan las piernas.
Posdata: Hace ya unas semanas, el director del Festival de Mérida Jesús Cimarro insultó a ciudadanos extremeños que pensaban que era preferible destinar fondos públicos a pan y trabajo que a financiar premios para los artistas. Les llamó fascistas con toda naturalidad, desde la sede del Gobierno regional y en compañía del presidente de la Junta.
En cualquier obra teatral que se precie, un buen villano queda bien. También en cualquier obra es necesaria la figura del director. Pero el director del Festival Mérida no puede compaginar en la misma persona la figura del director y la del villano. Cimarro debería elegir su papel entre una de las dos opciones. Con libertad, y con urgencia, a ser posible.
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