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Perrea, nena

Portada de un disco de Atomic Otro Way donde cosifica a la mujer

Alicia Díaz

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La música es representativa de las culturas por su fenómeno social. Hace referencia a los modos de vida, tradiciones y costumbres, así como a los conocimientos y al grado de desarrollo artístico, científico y tecnológico de una sociedad; podríamos decir que cultiva el espíritu humano, comunica y tiene capacidad para alterar el estado de ánimo, influenciar en el plano de las emociones y crear conciencia colectiva por ser un fenómeno de masas.

A cada etapa le pertenecen distintas tendencias musicales dependiendo del momento social, histórico y necesidades culturales, llegando a convertirse en un nicho de mercado dependiendo del dominio general. El dominio puede definirse como mecanismo de poder y la música, como parte de la cultura de masas, pondera y establece parámetros que forman parte del arraigo.

Esto es lo que está pasando con el reggaetón, integrado perfectamente en nuestra sociedad  logrando tener una repercusión de la trascendencia suficiente como para establecerse como género musical perfectamente incorporado a la cultura popular. Se puede decir que el reggaetón es la versión latina del hip-hop. Pese a que es un género esencialmente urbano se mezcla con lo tropical por su condición festiva y bailable. Es el resultado musical del mestizaje cultural de Latinoamérica de finales del siglo XX y comienzos del XXI.

Este género tiene detractores, pero también muchos adeptos; estos últimos defienden su mestizaje cultural como una forma de arte urbano. Hay dos corrientes en el reggaetón. Una de ellas se limita al  relato urbano y social que describe el día a día de los barrios populares como denuncia política y contra la  violencia. El otro relato es erótico, romántico y de contenido sexual. Adivinen cuál es la corriente más exitosa. Los consumidores de este tipo de música suelen ser personas jóvenes, es especialmente reconocido entre adolescentes y utilizado por muchos artistas internacionales que llegan a ser superventas.

El reggaetón se ha convertido en un género presente en cualquier pista de baile y en toda lista musical en la sección de “lo más escuchado”. El contenido de las letras más demandadas está repleto de términos sexuales proyectados hacia la mujer, los vídeos clips y las portadas de los discos cosifican, denigran y humillan constantemente a la mujer como epicentro del mensaje.

El problema no es la simple difusión de la sexualidad, la música no es la única que difunde imágenes con contenido sexual y de diferencias  de género. La cuestión es que la sexualidad que muestra y promueve la industria musical a través del reggaetón se presenta, principalmente, como una forma de diversión, sin responsabilidades y sin consecuencias negativas, en la que la imagen de la mujer intensifica un rol sumiso y de objeto  sexual, lo cual crea un discurso superpuesto.

Por poner un par de ejemplos, me llega esta canción de un tal Atomic Otro Way, con más de dieciséis millones de visitas en YouTube. Dice así:“ Dime qué tiene de malo que me de dos putas que se conocen [...]  ella dice que es mi perra con mucho orgullo. Nalga que vea yo la destruyo”.O la siguiente letra de Kinder Malo, con más de un millón y medio de visitas. “ En la  piscina montándome un trío, gracias a Dios lo he conseguido [...] no follo con putas que han follado con cualquiera. [...] quiero morirme, me quiero matar. Estoy cansado porque todo me deprime, buscando un sicario que me asesine”.  

Y con estos mimbres se van tejiendo las canciones, consumidas por un público mayoritariamente joven, se comunican, se expresan y comparten sus vivencias a través de ellas. No hay nada de transgresor en sus letras, las mujeres siempre han sido putas dentro de la cultura machista, la apología a la violencia siempre ha estado presente; pero lamentablemente, justo ahora que las voces del feminismo cantan más alto, nos encontramos con letras que hacen referencia directa a la violencia machista, a la cultura de violación y la legitimación de la pedofilia y la pederastia.

 Muchos sectores de la izquierda se llevan las manos a la cabeza cuando se habla de prohibiciones, pero nunca parece haber motivos suficientes para prohibir la violencia. De nada sirve la denuncia en redes de portadas como la del cantante Maluma cuando la realidad está en la calle. Millones de personas, la mayoría jóvenes, escuchan contenido sexista y violento a través del reggaeton.

Estaría bien que las políticas relacionadas con la igualdad fueran dirigidas a la erradicación de este fenómeno y se tomara medidas urgentes al respecto. De nada vale inyectar recursos cuando detrás existen válvulas de escape dispuestas a fabricar sujetos violentos y mujeres permanentemente  violentadas y cosificadas. La música, como cualquier expresión cultural de masas, ejerce poder.

Para Foucault  el poder circula, “el poder no se aplica a los individuos sino que transita a través de los individuos”. El poder se construye a través de las prácticas, los mecanismos y los dispositivos engendrados en la sociedad, los mecanismos de poder tienen un trayecto, una técnica, una táctica, una producción, un funcionamiento de los discursos, son sólidos y cuentan como en el caso de la música reggaetón con una tecnología específica que se extiende cada vez más en posible forma de dominación en el entramado de las instituciones modernas y contemporáneas, permeando con su lenguaje de poder la familia, la escuela, el colegio y su grupo de pares, convirtiéndose posiblemente en instrumento efectivo de formación e influencia en los adolescentes.

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