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Daniel Salgado

13 de noviembre de 2020 22:29 h

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Siete guerrilleros se apostarían entre los kilómetros 23 y 24 de la carretera que une Santiago de Compostela y A Coruña, más o menos en territorio del municipio de Ordes. Al paso de una caravana de seis automóviles, uno de ellos emitiría la señal de aviso con una bengala. A continuación, estallarían dos explosivos, uno delante de la comitiva, otro detrás. Desde sendos altos a cada costado de la vía, seis miembros del operativo acribillarían sobre todo el tercer vehículo. En él viajaba Francisco Franco, de regreso al Pazo de Meirás. Había asistido a misa en la catedral de Santiago, era un 25 de julio de mediados de los años 40. Esta fue la finalmente abortada Operación Termópilas, organizada por el Partido Comunista.

Apenas queda rastro de este episodio de la resistencia antifascista en Galicia. Los más eruditos conocedores del comunismo gallego no tenían constancia e incluso descendientes de algunas de las personas implicadas desconocían los hechos. Fue Suso de Toro quien, durante las pesquisas para Un señor elegante (Xerais, 2020) –su última novela, un apasionante ejercicio de no ficción que acaba de llegar a las librerías–, se encontró con el rastro de la historia. Entre los papeles que la familia del eminente cirujano Ramón Baltar Domínguez (Santiago de Compostela, 1902-1981), protagonista de la obra, había facilitado a De Toro figuraba “un plano diseñado a mano y coloreado de una emboscada a la carávana de automóviles de Franco”.

La sorpresa del escritor fue de impresión. Se había interesado por el personaje de Baltar Domínguez, un médico republicano represaliado después del 36, atraído por la ubicuidad de su nombre en decisivos hechos históricos pero siempre en segundo plano. Vinculado a la reconstrucción del galleguismo en la posguerra, íntimo de exiliados como Rafael Dieste, valedor de artistas contrarios al régimen, en el 47 había caído detenido como miembro de la clandestina Unión de Intelectuales Libres, promovida por el PCE. Lo que no esperaba De Toro era semejante hallazago. “Cambiaba”, explica en el capítulo de Un señor elegante dedicado a la Operación Termópilas, “la imagen que tanto la propia familia Baltar como su entorno social tenían de Ramón, que aparecía como un colaborador del PCE, formando parte de sus estructuras de aquellos años”.

Y lo hacía de tal modo que, en un principio, los Baltar, “perturbados” por el descubrimiento, querían que quedase fuera de la novela. Pero un artículo del caricaturista Siro López en La Voz de Galicia desatascó la situación. Publicado el 17 de marzo de este año y titulado García-Sabell no franquismo, el texto de López mencionaba la Operación Termópilas. “Quieres creer que era algo que tenía que suceder porque lo necesitaba la historia”, escribe De Toro. En conversación con elDiario.es, Siro López recuerda que fue Domingo García-Sabell quien, en unas entrevistas inéditas grabadas en 1993, le relató aquella peripecia en la que él mismo había estado involucrado.

García-Sabell era, en la década de los 40, un doctor aún joven –31 años– traumatizado por la Guerra Civil. Había militado en el Partido Galeguista durante la República y había sido depurado de la medicina pública por ello. Su profundo catolicismo no le impidió acercarse entonces al Partido Comunista, la luz menos tenue de las que alumbraban la lucha contra el fascismo, tal vez esperanzado por la derrota nazi y una posible intervención aliada en España. Su evolución posterior lo llevó a participar en los grupos culturalistas del nacionalismo gallego –en concreto fue uno de los artífices de la Editorial Galaxia– y, una vez muerto el dictador, a ocupar la Delegación del Gobierno en Galicia bajo los gobiernos de Felipe González. Discípulo y amigo de Ramón Baltar, también lo siguió en el intento frustrado de acabar con Franco.

“Él me contó que daba cobertura a elementos del PCE, pero el partido en quien confiaba era en Baltar Domínguez”, señala López, “García-Sabell era su amigo y por eso ayuda”. Ambos médicos, en todo caso, prestaron servicio al maquis y asistieron, en la clandestinidad de la noche y en sus propias consultas, a algunos guerrilleros de mítica estatura como Foucellas o Manuel Ponte.

La prima roja

Con estos escasos mimbres, Suso de Toro teje el cesto de lo que fuera la Operación Termópilas. Descubre que el enlace de Baltar en el Partido Comunista de la posguerra eran su prima carnal Carmiña Sierra Domínguez, “Carmiña la Roja en la familia”, y su marido, el profesor de matemáticas Carlos Díaz. Los dos cayeron presos en 1944, él en Madrid y ella en Pontecesures (Pontevedra), donde residían. “Ellos eran los militantes del partido y Ramón, primo de Carmiña, el siguiente eslabón de la cadena”, escribe De Toro, que llegó a contactar con una de las nietas de la mujer. Quien, por supuesto, tampoco sabía de la Termópilas. Sí de que sus abuelos “organizaban una guerrilla, y armaban campesinos”.

El escritor llega a la conclusión de que detrás del pseudónimo Pedro del Rincón, un personaje de Rinconete y Cortadillo de Cervantes, estaba precisamente Carlos Díaz. Y esas iniciales, P. Del R., firmaban el plano de la emboscada y diversos documentos de la Unión de Intelectuales Libres que Ramón Baltar conservó durante toda su vida. De Toro también concluye que fueron Sierra y Díaz los “dos militantes expertos” que habían contactado con los médicos y que después anularon el plan. Lo que no ha conseguido aclarar es de dónde procedían las ordenes: “¿El proyecto nació en la red de militantes aquí o fue encargado desde la dirección en el exilio?”.

En el archivo del Partido Comunista no consta la Operación Termópilas, cuyo nombre hace referencia a una batalla de las polis griegas contra el imperio persa en un estrecho paso del mismo nombre en el siglo V a.C. Tampoco aparece en la minuciosa Historia do PCE en Galicia (1920-1968) –Ediciós do Castro, 2002–, de Víctor Santidrián. De Toro solo halló una referencia en Los años de plomo. La reconstrucción del PCE bajo el primer franquismo (1939-1953) –Crítica, 2015–, de Fernando Hernández. Pero nada más. El escritor especula sobre la relación del plan con la Operación Reconquista de España, aquella avanzada guerrillera que en 1944 ocupó el Valle de Arán con unos 8.000 efectivos y la expectativa de que las potencias aliadas extendiesen a España la victoria sobre el fascismo.

“Si alguna de estas u otras operaciones lograsen desestabilizar el régimen militar de un modo u otro, el desenlace final de la guerra europea condicionaría la situación en España y nuestras vidas serían muy distintas”, reflexiona De Toro al final del capítulo, pero “no hubo magnicidio y Franco fue dueño de las vidas o muertes de millones de personas bajo su mando absoluto”.

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