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Cien años de la muerte de Antoni Maura, el político de derechas al que no mira el PP

Retrato de Maura sobre una portada que anuncia su renuncia, en 1913, al mando del Partido Conservador, decisión que provocó que una de las principales fuerzas monárquicas se dividiera.

Pablo Sierra del Sol

Mallorca —
13 de diciembre de 2025 06:01 h

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Julián Claramunt Marco estudió el bachillerato hace algo más de una década en un instituto situado en el extremo oriental del casco urbano de Palma: el IES Antoni Maura. “Como venía de otro centro, donde había hecho la ESO, lo primero fue preguntarme: ¿quién es ese señor que le ha dado nombre al instituto?”, cuenta este politólogo –ahora, asesor del Ajuntament de Barcelona; antes, fundador del grupo de análisis Passes Perdudes junto a otros colegas mallorquines– en la víspera del centenario de la muerte del único balear que ha llegado a presidir el Gobierno de España. Cinco veces.

Antoni Maura y Montaner (Palma, 2 de mayo de 1853 – Torrelodones, Madrid, 13 de diciembre de 1925) es el eje sobre la que pivota una saga donde encontramos –muertos o vivos– a más políticos, escritores, periodistas, pintores, religiosos, académicos y hasta a una actriz ganadora de cuatro premios Goya: Carmen (García) Maura. El patriarca –tío-bisabuelo de la protagonista de Mujeres al borde de un ataque de nervios– tiene una fundación con su nombre, una casa-museo en una calle bautizada en su honor en la capital española –pleno barrio del Retiro–, un paseo y una estatua –de Mariano Benlliure, semioculta bajo las ramas de un plátano, con una placa difícil de leer: nadie parece mirarla– dedicados en pleno cogollo turístico de la capital balear, y, sin embargo, no es extraño que las palabras Maura y olvido aparezcan juntas. Lo hacen cada vez que se revisa la biografía de un personaje clave para entender las décadas que empujaron a España hasta la II República, la Guerra Civil y la dictadura franquista.

“En el instituto no recuerdo que hubiera demasiado relato alrededor del personaje, o una jornada dedicada en específico a Antoni Maura, algo que sí sucede en otros centros que llevan el nombre de alguien célebre, como en el Josep Maria Llompart. El carácter mallorquín, además, creo que no se autoexplica o lo hace muy poco en comparación con los catalanes, que lo están haciendo continuamente. Y, luego, resulta un personaje al que resulta muy difícil aterrizar en un temario académico. Es muy complejo. Creía en la revolución desde arriba y esa idea, llena de contradicciones, es lo que más me interesa de él”, dice el politólogo Claramunt, que se define “de izquierdas”, pero con un interés muy primario por “una derecha conservadora, intelectualmente brillante y alejada de radicalismos”. El motivo que le ha llevado a dedicar una tesis doctoral a Convergència i Unió –en proceso–, heredera de aquella Lliga Regionalista con la que Maura se entendió tan bien –hablando en catalán– y a la que permitió poner las bases para que, en 1913, Lleida, Tarragona, Barcelona y Girona pudieran constituir la Mancomunitat de Catalunya. Una Generalitat piloto.

El político Antoni Maura en su madurez.

“Creo que en la vida política nadie reivindica a Maura”, continúa el analista, “al ser un personaje muy poliédrico”. “El PP podría haber hecho suyo, pero no lo hace, o nunca lo ha hecho con demasiada fuerza. Maura es esa derecha de sistema, muy conservadora –en el sentido más fiel al término: la búsqueda del status quo–, pero no tan neoliberal, que valora al sistema como lo que es, un fin a conservar y no un medio para conseguir un fin. Cospedal y Ayuso son los dos ejemplos que me vienen a la cabeza de las dos corrientes”, añade.

Claramunt cita una serie de reformas impulsadas por Maura cuando tocó poder: la Ley de Municipios (1919), que dio poder efectivo a los ayuntamientos; la Ley Electoral (1907), el plan para conceder autonomía a las últimas colonias del Imperio Español la primera vez que entró en un Gobierno como ministro de Ultramar… Medidas que, a la práctica, tuvieron poco o nulo recorrido. Fracasos que llevaron a Maura a saltar del Partido Liberal al Partido Conservador, “donde se le miró con suspicacia tras la muerte de Cánovas del Castillo por su carácter renovador”, detalla el politólogo.

–Decías que a Maura se le ha olvidado porque su complejidad resulta difícil de manejar. ¿No crees que eso ocurre con otros nombres clave de la política parlamentaria española? Suárez era franquista, González renunció al marxismo, Aznar pactó con nacionalistas catalanes y vascos, Sánchez ha defendido ideas antagónicas en función de con quién pactaba para gobernar. Y un ejemplo de evolución radical, contemporáneo y opuesto a Maura fue Alejandro Lerroux.

–Sí, pero Lerroux resulta más interesante por la vehemencia de sus posicionamientos. Cuando lo estudias te das cuenta de que debía tener una personalidad muy seductora. Magnética. Maura, en cambio, es posibilista, dueño de una lógica muy pactista, muy partidario de llegar a acuerdos para sostener un sistema que estaba muy debilitado y que, como casi todo, se explica a grandes rasgos. Cánovas y Sagasta… y no salimos de allí. Como decía, tuvo aciertos, pero, también, la Setmana Tràgica… Ni siquiera la derecha es capaz de matizar aquellos hechos. Han entrado en un plano al que ni siquiera han llegado matanzas, durísimas, de la Guerra Civil, como la de la plaza de toros de Badajoz. La mala fama que le dieron ha impedido también que se hagan lecturas más complejas de Maura y del maurismo.

La mala fama que le dieron ha impedido también que se hagan lecturas más complejas de Maura. En la vida política nadie le reivindica al ser un personaje muy poliédrico

Julián Claramunt Politólogo

La losa de la Setmana Tràgica

Fue la guinda de los años de plomo, del pistolerismo patronal y el terrorismo obrerista, la tinta con la que se escribió el apodo que le pusieron a Barcelona durante el primer tercio del siglo XX: la rosa de foc, la rosa de fuego. El violento estallido popular –encendido por una leva de reservistas a los que se quería enviar a Melilla para participar en la guerra contra los rifeños en el Protectorado marroquí– generó una contraofensiva gubernamental que causó cientos de muertos, miles de encarcelamientos y una ejecución más que simbólica: la del pedagogo anarquista Francesc Ferrer i Guàrdia. Un librepensador.

El historiador Pere Fullana i Puigserver es tan crudo, o más, que Claramunt a la hora de analizar lo que supusieron aquellos hechos para un estadista que se estaba convirtiendo en la diana de las viñetas –bigote y patillas canosas, nariz alargada, rostro anguloso, sombrero de copa, levita negra– de la prensa satírica. “Él fue consciente de que la Setmana Tràgica lo mata”, dice Fullana.

Una tira cómica que muestra el desprecio que otros líderes conservadores (como Canalejas o Salmerón) tenían respecto a las políticas regeneradoras de Maura.

“La ejecución de Ferrer i Guàrdia –continúa el historiador– es una condena para Maura: lo convierte en un indeseable para la izquierda española y para parte de la opinión internacional. La campaña Maura no destrozó su figura y el Rey le retira la confianza. Después, cuando Alfonso XIII vuelva a nombrarlo (en 1918, 1919 y 1921), será porque la monarquía tiene muchísimos problemas y necesita de alguien que se los solucione. Por eso, en su época, hasta los socialistas de Pablo Iglesias reconocerán que hay dos Maura: el anterior a 1910, el que ordena aquella represión, y otro que demuestra que es un hombre de Estado, capaz de presidir un gobierno –hoy lo llamaríamos de coalición– de concentración. Por eso, el maurismo está lleno de matices: en sus descendientes encontramos monárquicos, republicanos y fascistas. Él mismo, quitando a la Iglesia, a la que estuvo muy unido –consideraba la religión como un asunto público y no privado–, tuvo a veces más simpatías entre los adversarios que entre los que se suponían que eran sus aliados o compañeros de partido y evitaban muchas de sus políticas regeneradoras”.

Hasta los socialistas de Pablo Iglesias reconocerán que hay dos Maura: el anterior a 1910, el que ordena represión, y otro que demuestra que es un hombre de Estado, capaz de presidir un gobierno –hoy lo llamaríamos de coalición– de concentración

Pere Fullana i Puigserver Historiador

Alfonso XIII y Maura: agua y aceite

La relación entre el bisabuelo de Felipe VI –nieto, bisnieto, tataranieto de reyes y reinas– y el hijo de unos curtidores del barrio de sa Gerreria –uno de los barrios palmesanos que aún quedaban intramuros– es material de guión cinematográfico. Fueron agua y aceite. Justo al revés que, como retrata la serie Anatomía de un instante, Juan Carlos I y Adolfo Suárez. “Es interesante ese paralelismo entre épocas”, apunta Claramunt, “porque el regeneracionismo, y la lucha contra el sistema corrompido –aunque luego él tuviera sus redes clientelares en la Mallorca de los caciques– de la Restauración, pretendía modernizar el país. En vida le dijeron: ‘Ay, si te hubiéramos hecho caso no habríamos perdido Cuba’, pero no le hicieron caso. El Rey tenía muchísimo más poder que ahora y nunca se entendieron. Esos momentos, creo, surgen hombres de acción que toman decisiones arriesgadas y a los que alguien les da una base intelectual, no la crean ellos. Ahí está Suárez, que alguna vez confesó que no había leído más de tres libros en su vida. Pero le dieron confianza para dirigir la Transición”.

El Rey tenía muchísimo más poder que ahora y nunca se entendió con Maura

Pere Fullana i Puigserver Historiador

Pese a no ser un derroche de carisma, a Maura –como a Suárez– le consideraban un gran orador. Ese talento le llevó a ingresar en la Real Academia Española. En su discurso de admisión citó a Goethe, San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús. A nivel intelectual estaba, por tanto, más cerca de Torcuato Fernández-Miranda, el arquitecto que rediseñó la dictadura desde la presidencia de las Cortes franquistas para convertirla en una monarquía parlamentaria. Pero –además de parecerse al autor del célebre “de la ley a la ley”– quiso encarnar el papel que tantos años después jugaría Suárez. Resultó imposible. Como recuerda el historiador Fullana, naufragó mil veces contra el mismo escollo: “Alfonso XIII ve a Maura como si fuera un abuelo y Maura actúa a veces de forma muy paternalista con el Rey. No es una relación de igual a igual”.

–¿Era un choque generacional? El Rey y su cinco veces presidente se llevaban treinta y cinco años.

–Sí, pero es curioso. Maura, en el fondo, era más moderno que Alfonso XIII, que muchas veces se comporta como un niñato a su lado. Aunque pudo parecer un rey muy moderno: subió al trono muy joven, era divertido, le encantaban el deporte, los coches…

–El cine.

–[Ríe] Sí, también. Aunque esa manera de ser le hiciera popular entre buena parte de la sociedad durante una parte de su reinado, Alfonso XIII no llegó a comprender el sistema constitucionalista. El Rey no gobierna. Eso ya fue quedando claro en la Constitución de 1876. Y Maura quiere gobernar porque quiere estabilidad. Así que, en el fondo, es más moderno. Pero nunca conectó con el Rey. Es célebre un momento en el que, tras acudir a la llamada real y ser destituido, sale del palacio llorando y diciendo: “No ha entendido nada, no ha entendido nada…”

Maura, en el fondo, era más moderno que Alfonso XIII, que muchas veces se comporta como un niñato a su lado. Aunque pudo parecer un rey muy moderno: subió al trono muy joven, era divertido, le encantaban el deporte, los coches

Pere Fullana i Puigserver Historiador
Maura era un habitual de las publicaciones satíricas de la época.

Amigo del enemigo de Joan March

Diputado por la provincia de Palma de Mallorca [por aquel entonces se llamaba así] durante más de cuatro décadas ininterrumpidas (1881-1923), nadie consiguió arrebatar su escaño a Antoni Maura. Desde la distancia, mantuvo el control sobre un archipiélago del que se marchó con apenas quince años para terminar el bachiller que había empezado en el Instituto Balear. En la capital del Reino, cerca del poder. Pese a todas sus renuncias –su acento mallorquín al hablar castellano fue motivo de burla; él, dicen, intentó pulir al máximo las eles, las ces, las equis para neutralizarlo– identitarias nunca perdió su influencia al otro lado del mar. 

“Hubo un momento en el que más de la mitad de la población de estas islas –y en Eivissa tuvo mucha fuerza por los intereses que despertaba el control de la industria salinera– se declaró maurista. Igual que en Madrid, donde encontró la protección de la familia Gamazo, al casarse con una hija de un político muy importante del Partido Liberal, en las Illes Balears, Maura fue el hombre de Manuel Salas i Sureda, el capitalista que financia sus aventuras políticas por intereses económicos. Joan March, cuando empezó a ganar poder como contrabandista y banquero, se enfrentó a los mauristas que controlaban las islas, hasta el punto de desmontar esa red pactando con el demonio si hacía falta para atraerse voluntades. Jugó tan fuerte porque su enemigo real era Salas, no Maura”, explica Pere Fullana, autor de un libro que aborda en específico ese tema: El maurisme a Mallorca: 1853-1925 (Lleonard Muntaner, 1998).

Germán Gamazo y Calvo (izquierda) posa junto a Práxedes Mateo Sagasta (derecha): en los inicios de su carrera, el suegro de Maura fue clave para introducirlo en las altas esferas del Partido Liberal.

Para Julián Claramunt, esa mallorquinidad de Maura, bien relacionada con el catalanismo cultural y político de la isla –Miquel dels Sants Oliver, Joan Alcover: su llave para relacionarse con el regionalismo y primer nacionalismo del Principat–, es un eco del pasado que resuena en el presente de la política española. No es lo mismo el PP de Génova 13 que algunas de sus sucursales donde los militantes, para empezar, son bilingües. “Maura fue un estadista que venía de la periferia: con él comienza una forma de ser español siendo gallego, valenciano o mallorquín. El PP balear creo que, no es que debiera reivindicarlo, es que debería leero y estudiarlo más”, añade.

Maura fue un estadista que venía de la periferia: con él comienza una forma de ser español siendo gallego, valenciano o mallorquín. El PP balear creo que, no es que debiera reivindicarlo, es que debería leero y estudiarlo más

Julián Claramunt Politólogo

Quizás, el olvido que, según el politólogo, sufre la figura de Maura entre sus descendientes políticos no se deba sólo a las dictaduras –Primo de Rivera y, sobre todo, Franco odiaban el parlamentarismo y a los parlamentarios–, sino que se deba a que Maura nunca volvió a una isla donde veraneaba –en una finca de los Salas–, pero en la que ya no tenía casa. Manuel Fraga Iribarne, “donde había maurismo”, sí lo hizo: diez años después de haber enterrado sus opciones de presidir el Gobierno cuando la represión policial por las protestas obreras de Vitoria se le fueron de las manos –el 3 de marzo fue un día muy parecido a la Setmana Tràgica: tres muertos, 150 heridos–, puso rumbo a Galicia y presidió la Xunta con cuatro mayorías absolutas. Con los datos que aporta Fullana, es fácil imaginar que Maura podría haber conseguido lo mismo si las Illes Balears hubieran dispuesto de autogobierno, pero en su época, aunque sus gabinetes dieran tímidos pasos en ese sentido, las autonomías eran ciencia ficción.

Así, no se preparan grandes fastos para celebrar el centenario de la muerte del estadista en la isla y la ciudad donde nació. Apenas un acto conmemorativo en el Parlament, el estreno de un documental (Maura en deu traços) en el que ha participado Pere Fullana –junto a otros historiadores que, como hizo en su momento Javier Tusell, catedrático de la UNED, han abordado su figura desde Mallorca y la península: Antoni Marimon, María Jesús González, Javier Moreno Luzón–, un ciclo de películas basadas en su época en el Arxiu del Regne de Mallorca. Algunas, como Luces de bohemia, reflejan muy bien la inquina que escritores como Valle-Inclán tuvieron al político en vida de ambos. El lunes, los alumnos del IES Antoni Maura volverán a entrar a clase –última semana antes de Navidad– y alguno, quizás, se pregunte quién fue el señor que da el nombre al centro. El patio del centro –ironía o no– da a la calle Puerto Rico. Una de las colonias a las que el prócer conservador quiso conservar en los años previos a 1898. Sin éxito.

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