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Huir del desierto inhóspito en búsqueda de unas vacaciones: “Abrir el grifo y que salga agua es increíble”

Una niña saharaui juega en un columpio.

Juan Ignacio Orúe / Francisco Ubilla

Mallorca —

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“Aquello de que abras un grifo y salga agua es algo increíble para nosotros. Nos pasa a todos los niños saharauis. Es como 'guau: ¡Yo ya me bajo de la vida!' Esto es demasiado, como ir al supermercado y coger cualquier cosa o subir y bajar escaleras. Vivía subiendo descalzo a los árboles. En el desierto no había. Porque, claro, yo iba descalzo por el pueblo, corría descalzo por las plazas de Mallorca. Llegué a la isla por primera vez a los siete años. Lloré lo que no estaba escrito porque tenía un apego muy fuerte a mi madre. Por fortuna, aquí me encontré con una familia de acogida fantástica, maravillosa”.

Omar Lamin, de 34 años, nació en el campamento de refugiados de El Aaiún. Visitó Mallorca por primera vez en 1997, en una de las primeras promociones del proyecto humanitario 'Vacaciones en paz', el mayor programa de solidaridad y sensibilización desplegado en toda España sobre la causa saharaui. Fue y vino varias veces a la isla, hasta que finalmente se quedó. “Sube a ese camión”, le ordenó Leila, su madre. Un gesto de amor y desgarro necesario que valoró más con el tiempo. Subir al camión significaba viajar, conocer otro mundo, la oportunidad de explorar otra vida posible.

Aquí estudió, se formó y consiguió lo que jamás se le pasó por la cabeza en aquella infancia dura y amorosa de agua racionalizada con duchas cada tanto, de escaso alimento y vida comunitaria, de vecinos entrañables y festejos nocturnos alocados cuando al fin llovía en invierno y la mezcla de agua y arena dejaba en el aire del desierto ese olor que lo emociona cuando hoy lo recuerda. “Por la justa lucha del pueblo saharaui y para que todas las personas que se han visto obligadas a huir puedan volver a casa, prometo”, dijo Lamin en catalán este 20 de junio, en un hecho histórico en el Parlament, cuando se convirtió en el primer diputado saharaui de un parlamento español.

Leila, su madre biológica, le advertía de que tuviera cuidado con la electricidad, las escaleras y la piscina, y él hacía todo lo contrario, una conducta que sufría Catalina, su madre de acogida. “Nada me daba miedo. De verdad. Mi madre de aquí ha pasado mucha pena conmigo. Porque si me pasaba algo, era su responsabilidad. Si había que cambiar enchufes, yo los cambiaba. Me llamaba la atención ver tantas pelotas de fútbol. Yo jugaba todo el tiempo, con todo el mundo. Y siempre descalzo, no quería usar zapatos. Eran todos estímulos nuevos”, recuerda.

“Tengo la suerte y el gran privilegio de contar con dos grandes familias. Soy lo que soy gracias al esfuerzo y a la lucha y generosidad de dos mujeres que tenían todo en contra y que se pusieron el mundo por montera y que dijeron 'A este niño hay que darle un proyecto de vida, una oportunidad'. Ninguna de las dos familias lo tuvo fácil. Se pusieron un reto conmigo. También mis padres y mis hermanos y hermanas. La figura femenina me ha marcado muchísimo toda mi vida. Agradezco a la vida que haya madres”, añade el diputado, que milita en el PSIB-PSOE.

Soy lo que soy gracias al esfuerzo y a la lucha y generosidad de dos mujeres que tenían todo en contra y que se pusieron el mundo por montera y que dijeron a este niño hay que darle un proyecto de vida, una oportunidad

Omar Lamin Participante en el proyecto 'Vacaciones en paz'

Viajes a Mallorca

Como Omar Lamin, cada verano desde 1987 un grupo de niños viaja a Mallorca dentro del programa 'Vacaciones en paz' que, además de focalizar en el derecho a jugar, a vivir dos meses un verano distinto, a gozar la vida lejos de un contexto bélico y un calor fulminante, resalta el derecho humano a la salud mediante un protocolo de atención sanitaria integral con visitas al pediatra, al dentista y al oculista, entre otros especialistas.

Este verano, 27 niños saharauis de entre ocho y nueve años han viajado desde los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia) hasta Mallorca, en cuyo aeropuerto han sido recibidos por las familias de acogida. Uno de ellos es Said, que sobrevive en un desierto inhóspito junto a cientos de miles de personas en condiciones paupérrimas con temperaturas extremas, tanto en invierno como en verano. Una de sus primeras salidas fue ir a Manacor. Allí se encontró con la doctora Josefina Juárez, quien se encargó de hacerle un chequeo médico. Desde entonces casi no habla hasaní, el dialecto árabe de su pueblo, Sahara Occidental.

“A Said lo revisé dos veces -recuerda la doctora Juárez-. Siempre llegó contento, sonriente. En la segunda visita, le hice una revisión más completa. Apenas entró a la consulta me dijo ‘Holaaa’ y me marcó dos cosas: no quería que le pinchara el brazo por el miedo a la vacuna y me mostró la picadura de una medusa. Se rascaba mucho, pobre. Ya hace un tiempo que está en Mallorca. Entiende más el catalán que el castellano por su familia de acogida”.

España y el Sahara Occidental

El vínculo entre España y el Sahara Occidental es largo, doloroso y complejo. Único país de África que aún no fue descolonizado, está ocupado desde 1975 por Marruecos, después de la dominación española que se extendió durante más de 70 años hasta la muerte del dictador Francisco Franco, quien había anexado al llamado “Sahara Español” la provincia 53. Por eso, los niños saharauis cuando comienzan la escuela son educados en español y utilizan el hasaní como lengua vehicular.

Entonces, en el llamado Acuerdo Tripartito de Madrid, España se desligó del territorio. Marruecos atacó por el norte y Mauritania por el sur, repartiéndose Sahara Occidental, que poseía uno de los yacimientos de fosfato más importantes del mundo, fundamental para la industria alimenticia. También una zona pesquera con los caladeros más deseables de África, además de reservas de petróleo y gas. La ocupación obligó a gran parte de la población civil saharaui a desplazarse hacia Argelia. 

Marruecos apretó más. Construyó un muro de 2.600 kilómetros sobre arena y piedra con zanjas profundas vigilado por soldados, carros blindados, minas, radares y aviones hasta la frontera argelina, cerca de los precarios campamentos con casas de adobe y dispensarios, escuelas y hospitales sencillos y humildes.

Desde 1991 la situación en el Sahara Occidental permanece en un limbo tras el fin de la guerra que se desató entre Marruecos y los combatientes saharauis. El Consejo de la ONU declaró el alto el fuego e implantó la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental (MINURSO) hasta hoy. Hubo un intento por realizar el referéndum de autodeterminación, pero el proceso está estancado. 

“Se van con el corazón repartido”

Catalina Rosselló, presidenta de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui de Balears, afirma que los niños vienen “felices”, pero que también “desean volver” porque “extrañan a su familia biológica y a sus amigos”. Rosselló cuenta que “se van con el corazón repartido” y añade: “Lo pasan muy bien aquí. Pueden venir hasta tres veces seguidas entre los 8 y los 12 años. Algunos repiten con la misma familia y también hay otras que se interesan por la experiencia. El contacto se mantiene porque Argelia proporciona internet a los campamentos. El vínculo con nosotros y con la familia de acogida perdura por WhatsApp. Chatean, hacen videoconferencias”.

Rosselló tiene una trayectoria extensa en Derechos Humanos. Ha sido coorganizadora de Amnistía Internacional en Balears en 1977. Diez años, después viajó por primera vez a los campamentos. A la vuelta, organizó la asociación en la que trabaja como voluntaria. “Ellos son felices allí. Juegan al fútbol, corren por la arena, van al colegio, tienen una vida familiar muy querida”, detalla. Los pequeños llegan a España después de transitar un camino burocrático. Las escuelas dispuestas en los campamentos proponen a las familias saharauis la oportunidad de viajar y los que quieren se apuntan. Después de analizarse cada caso, se selecciona la familia de acogida y cada niño viaja a la comunidad autónoma asignada con un pasaporte colectivo argelino.

Las escuelas proponen a las familias saharauis la oportunidad de viajar a España y los que quieren se apuntan. Después de analizarse cada caso, se selecciona la familia de acogida y cada niño viaja a la comunidad autónoma asignada con un pasaporte argelino

Saludo en árabe entre juegos y merienda

El 22 de julio la Asociación celebró una fiesta de bienvenida en Binissalem, un pueblo de Mallorca. Said, junto a los otros niños, iba y venía. Algunos jugaban al fútbol, otros disfrutaban de los toboganes y varios se divertían en los columpios antes de compartir una merienda tras el respaldo institucional que brindaron representantes del Govern, del Ajuntament de Palma y del Sahara Occidental con breves discursos. “Salam aleikum”-que la paz sea contigo-, saludó a los niños Víctor Martí, alcalde de Binissalem, en una parte de su intervención.

El programa comprende una serie de actividades organizadas por la asociación, pero también las familias planifican las propias. Hay pequeños que asisten a las escuelas de verano, además de salir de excursión, ir a la playa, a la piscina o al circo. El objetivo es gozar de la vida familiar como un hijo más, compartir el día a día de otra realidad y descubrir otra vida posible.

Jesús Martínez Romero y Montse Berini participan por primera vez de 'Vacaciones en paz'. Son padres de Ginebra, que comparte este verano con Fadila. “Conocía la causa saharaui y tenemos relación con familias que ya han acogido niños. Quedaron muy enamorados de la circunstancia. Y nosotros estamos encantados con la experiencia. Fadila no habla nada de español y los primeros días con la puesta del sol echaba de menos a su familia, se ponía con mucha morriña”, cuenta él. “Todo le llama la atención en la casa. Vivimos en un piso dentro de una urbanización con piscina. Meterse en el agua fue una primera sensación para ella”, añade el padre de acogida.

Fadila no habla nada de español y los primeros días con la puesta del sol echaba de menos a su familia. Todo le llama la atención en la casa. Vivimos en un piso dentro de una urbanización con piscina. Meterse en el agua fue una primera sensación para ella

Jesús Martínez Romero Padre adoptivo de una niña saharaui

Montse Berini la describe muy expresiva, educada y observadora: “Si algo lo hace distinto a nosotros, lo cambia. Con Ginebra se mueven todo el día, siempre están con hambre. Si algo no le gusta, lo demuestra. Por ejemplo, los saharauis no comen cerdo. Yo tenía mucha ilusión, luego mucho miedo cuando se acercaba la fecha y ahora estoy encantada con ella. Lo más complicado es no saber lo que siente. Pero sí, es muy buena niña”.

Eduardo Puiggali y Carolina Giménez conforman una familia experimentada en el programa. Compartieron el verano del 2010 con un chico saharaui en Menorca cuando aún no eran padres de dos niñas. En esta oportunidad recibieron a Asma. “Pensamos que para nuestras hijas puede ser una buena experiencia conocer otra realidad. Y hacer este gesto humanitario de acoger un niño y sacarle del desierto al menos en los meses más calurosos”, dice Puiggali.

Asma se hace entender con gestos, casi sin palabras. También le encanta la playa, mojarse en la piscina y bailar y cantar el “waka-waka”, además de jugar con sus hermanas de acogida. Eduardo Puiggali comparte una anécdota de los primeros días: “Tenemos dos perros. Uno es muy pequeño y a Asma le iba bien, pero el otro es muy grande, muy juguetón. Y ella quedaba muy parada, como retraída. Ahora le toca, ve que no le hace daño”.

“Se benefician miles de niños desamparados”

La causa saharaui se expone, difunde y explica en foros internacionales, en países y diversos escenarios a través de delegados representantes del Frente Polisario y la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), gobierno formado en el exilio en 1976. Una de las tribunas más importantes es el Palacio de las Naciones Unidas en Ginebra. En los últimos años, Omeima Abdeslam denunció allí la situación de su pueblo. Consultada por elDiario.es, explica desde Suiza el valor político, humanitario y social del programa: “Es muy importante para ellos, ya que en el lugar donde viven hay temperaturas de 55 grados, es decir, casi igual que una sauna natural. También las condiciones extremas de los campamentos y la falta de alimentos y de ocio hace que la vida sea casi imposible”.

Para Abdeslam, venir a España en estos meses “constituye un aliciente y es un recordatorio a los españoles sobre la responsabilidad de España en la tragedia que viven estos niños que no han escogido ser refugiados”. Por ello, agradece “a todas las personas involucradas en organizar este gigantesco programa, en el cual se benefician miles de niños que se encuentran desamparados”. “También estos pequeños embajadores de la paz vienen a recordar a la comunidad internacional de que el pueblo saharaui sigue esperando una solución justa y duradera y lo único que quiere es volver a su tierra independiente”, añade.

El programa es muy importante para ellos, ya que en el lugar donde viven hay temperaturas de 55 grados. También las condiciones extremas de los campamentos y la falta de alimentos y de ocio hace que la vida sea casi imposible

Omeima Abdeslam

Entre los padres de acogida, Eduardo Puiggali profundiza en el conflicto desde la perspectiva histórica: “Indagué un poco más y vi la injusticia y la responsabilidad en parte de España de la situación en la que está el pueblo saharaui. Pienso en los niños, sobre todo. La situación en la que deben vivir en casas precarias, en algo que se montó de manera puntual como un refugio y se hizo permanente desde hace más de 40 años”.

También Marta Colomar y Fernando Espinosa decidieron apostar por esta aventura. Viven con su hijo y acogen a Ayub. “Es un sol, le gusta jugar al fútbol. Recoge su plato cuando termina de comer, agradece, es muy educado”, cuenta ella. “Ayub ya estuvo el año pasado. Conoce Mallorca y habla bastante bien en español. Es una esponja. Aprende muy rápido”, agrega.

El papel del castellano

Omar Lamin, por su parte, explica que ellos en los campamentos no planteaban que “el castellano fuera un problema, sino todo lo contrario”: “España nos dejó la lengua. Bienvenido sea el castellano. Este idioma para los saharauis ha sido una fuente de riqueza tan grande que nos ha permitido salir de los campamentos, estudiar y desarrollarnos. Y aquí, a los seis meses, yo sabía hablar perfectamente mallorquín. Fruto de la vinculación con amigos, el barrio y mi familia de acogida”.

“Para los saharauis hablar en español es una reivindicación política y cultural. Mi país es el único del mundo árabe que lo habla por la colonización española. Nosotros no hablamos francés como los marroquíes, ni las mujeres saharauis nos vestimos como las marroquíes”, enfatiza Abdeslam.

Además, la puesta en valor del castellano opera como un puente amoroso que orienta y calma a las familias cuando de repente se enfrentan con el silencio de los niños o con sus lágrimas. A Jesús Martínez Romero y Montse Berini les pasó con Fadila: “Hay momentos que le entra la nostalgia y un día lloró. Nosotros no sabíamos qué hacer y llamamos a su familia, que vive en los campamentos -cuenta él-. Conocimos a su madre por videollamada y hablamos con su hermano, que es mayor y habla perfecto español y mallorquín porque también fue parte del programa. Es un niño de 14 años. Habló con Fadila y un poco mejoró. El hermano nos dijo: 'Que llore, no pasa nada'”.

Lamin, agradecido a la sociedad balear y española, a la generosidad social que se ha generado alrededor de la causa saharaui, acompaña a los niños como mediador cultural y traductor cuando surge algún inconveniente. En este sentido, ofrece una clave, descubre un velo: “Lloran porque no saben comunicar, es un instinto básico. Me ha pasado que familias de acogida me llaman desesperadas a la una de la mañana porque no saben qué le sucede al niño. Entonces les ayudo a entender mejor el contexto, a comprender códigos que van más allá del idioma. A veces no les gusta que les toquen. Son más pudorosos”.

Abrirse al otro

Said, Fadila, Ayub y Asma, junto a los otros 23 niños, se quedan en Balears hasta finales de agosto -muchos saharauis han desarrollado después su vida en Balears y en distintas ciudades de España tras su primera experiencia con 'Vacaciones en Paz'-. Volverán a los campamentos con historias que les contarán a sus familias biológicas y a sus amigos. Hablarán del mar de olas suaves que no se atropellan, de las tostadas con tomate y aceite (el pa amb oli mallorquín), de los árboles que treparon. Recordarán los goles que hicieron, las góndolas llenas del supermercado, los helados que comieron.

“La aventura y la oportunidad de participar de 'Vacaciones en Paz' es como si te hubiera tocado la lotería. Son experiencias que reconfortan y te hacen mejor persona. Es que abrir fronteras es romper prejuicios”, reflexiona Omar Lamin. “Hay niños que mueren por olas de calor. Nadie debería estar expuesto a eso con cinco, siete años, y menos cuando sucede en contra de su voluntad. Es importante abrirle la puerta al diferente, que entre hasta la cocina de tu casa, preguntarle qué quiere de su vida. Seguramente verás que sus deseos no son tan diferentes a los tuyos”, añade.

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