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Marina pelea para que la Justicia investigue la muerte de su madre: “Estábamos muy unidas, se lo debo”

Marina, Maribel y 'Dama', la perrita que acompañaba a la mujer cuando salió a dar su último paseo.

Pablo Sierra del Sol / Marcelo Sastre

Eivissa —
6 de junio de 2025 22:17 h

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Estuvieron de compras, comieron fuera y volvieron a casa mientras declinaba la tarde. Como todavía quedaba un rato de claridad, Maribel le dijo a Marina que iba a dar un paseo. Cualquier persona que viva en el campo ibicenco sabe que caminar entre algarrobos es un lujo sencillo. Mientras los últimos rayos de un sol de invierno acarician la piel, el tiempo se detiene, la cabeza se vacía de pensamientos, los problemas se evaporan. Para Maribel y Marina, madre e hija, parecía un sábado casi perfecto, uno de esos días plácidos de enero; con el año casi a estrenar, la rutina repara los excesos navideños. La hija se tumbó, quería echarse una siesta. La madre agarró el bastón y su silueta se perdió por la orilla de un camino rural, estrecho y asfaltado. Junto a ella correteaba la sombra de una perrita: Dama. Eran las cinco en punto cuando se dijeron “hasta luego”. Por última vez.

Dos horas más tarde, rodeada de gente –conocida y desconocida–, Marina intentaba con todas sus fuerzas reanimar el corazón moribundo de Maribel. Pegada a su cuerpo, Dama gimoteaba.

Un año y medio más tarde, la hija sigue sin creer que su madre muriera por causas naturales. En su cabeza también anida un desasosiego mucho más grande: cree tener razones suficientes para considerar que ni la Guardia Civil ni el Tribunal de Instrucción número 3 de Eivissa “investigaron cómo debían”.

¿Qué motivos arrastran a Marina a la desconfianza? Muchos. Por una parte, que el atestado de los agentes de Tráfico y la autopsia preliminar descarten una muerte provocada por un hecho fortuito –un tropezón, una caída, un golpe–. Por otra, que esos mismos documentos expliquen que el desgarro que desangró a Maribel –un corte de quince centímetros en su pierna izquierda– difícilmente podría haberlo causado un agresor.

Tampoco le cuadra a Marina que no se hayan realizado más diligencias si la hipótesis más razonable a la que llegan atestado y autopsia sea la misma: que a Maribel le hubiera atropellado un coche por el lugar donde la encontraron, un camino rural, asfaltado, pero angosto. Así razonan ambos documentos. Hilan varios indicios: la posición del cuerpo, casi en el medio de la calzada con el tipo de herida que provocó la muerte. La atribuyen al impacto de un objeto contundente que debía moverse a no poca velocidad y a cuarenta centímetros sobre el suelo: a menos altura no habría alcanzado los vasos sanguíneos de la pierna izquierda de la mujer.

Por último, Marina no entiende que en las diligencias que sí practicó la Benemérita se llamara a testificar a algunas de las personas que vieron morir a su madre y a otras, en cambio, no. Pero, por encima de cualquier dato, quizás lo que más perturbe a la hija de la fallecida, es que ni la jueza de guardia ni un médico forense estuvieran en el lugar de los hechos. La Benemérita recibió por teléfono la autorización para levantar el cadáver. La hija de Maribel cree que todo influyó para que el caso se haya apagado por falta de pruebas concluyentes.

El 29 de mayo, Marina Clapés presentó un recurso ante la Audiencia Provincial de las Illes Balears para que se reabriera un misterio judicial que se decidió archivar sólo una semana antes, el jueves 22. Por WhatsApp, después de una larga conversación telefónica, y de haber repasado hasta el último detalle de todos los papeles oficiales (atestados, autos judiciales, informes de la forensía) que ha ido acumulando en los últimos dieciocho meses, Marina manda un mensaje que pide que aparezca en el texto (“Lo he querido decir en una entrevista que me han hecho por televisión, pero no he podido”):

–Espero que todo esto sirva para que las autoridades escuchen, reabran el caso y hagan justicia, y que no quede como otro expediente olvidado. Nadie merece morir sin que se sepa cómo y por qué.

Marina, en un rincón de su domicilio, situado en un vecindario rural del municipio de Santa Eulària.

“Ni la jueza ni un forense estuvieron cuando se levantó el cadáver”

Desde su despacho de Barcelona, el abogado Víctor Ballbé Sanféliz también teclea en la pantalla de su móvil. Desconocía este suceso –ocurrido en Santa Eulària des Riu, Eivissa, el 13 de enero de 2024–, pero tiene experiencia sobrada para analizar sus pormenores. Es penalista.

“De acuerdo con la legalidad vigente, el juez de instrucción del lugar donde se han cometido los hechos debe estar presente en el levantamiento de un cadáver cuando no pueden descartarse con casi absoluta certeza los indicios de delito. No obstante, la Ley de Enjuiciamiento Criminal, en su artículo 778.6, permite al juez instructor delegar esta función en la persona del médico forense”, escribe el abogado. Segundos después, manda otro mensaje para subrayar su incredulidad: “Que no estuviera ninguno de los dos me parece insólito”.

Ballbé sigue leyendo la historia judicial y vuelve a responder. Es prudente: “Tratándose de un hecho tan grave como la pérdida de una vida, antes de dar por concluida la instrucción –siempre que se pueda descartar con absoluta certeza que haya existido una causa delictiva, ya que lo habitual es que las personas fallezcan sin que se abra una investigación penal–, lo razonable sería esperar a que la investigación sea verdaderamente exhaustiva. Solo cuando se hayan agotado todos los medios racionales y posibles debería archivarse el caso si no hay indicios que permitan avanzar. En cualquier caso, ello no impide que pueda reabrirse la causa si aparecen nuevas pruebas antes de que el delito prescriba”.

Lo razonable sería esperar a que la investigación sea verdaderamente exhaustiva. Solo cuando se hayan agotado todos los medios racionales y posibles debería archivarse el caso si no hay indicios que permitan avanzar. Ello no impide que pueda reabrirse la causa si aparecen nuevas pruebas antes de que el delito prescriba

Víctor Ballbé Sanféliz Abogado

Pero, a la vez, el abogado penalista sabe que una investigación puede ser más o menos incisiva. Una cuestión de recursos económicos y esfuerzo humano, de tenacidad y voluntad (en los juzgados y los cuartelillos, los trabajadores obedecen órdenes de sus superiores). Dice Ballbé: “Si las personas que podían dar fe de las circunstancias del accidente o que conste que podían aportar algo relevante no fueron citadas, entonces me parece algo reprobable. Ahora bien, si en el atestado, por ejemplo, consta que algún agente se entrevistó con alguno de ellos y se recoge el contenido de dicha entrevista, y de ese contenido se infiere que no tienen nada valioso que aportar, entonces la ‘no citación’ me parece ajustada a Derecho. Especialmente si el agente en cuestión ha comparecido para dar su testimonio”.

–¿Cree, abogado, que se está dejando de investigar un posible delito?

–Sin haber examinado la causa no puedo pronunciarme. Sí añadiría que corresponde al médico forense determinar la causa de la muerte. Esta relación de causalidad (cómo se produjo la lesión y cómo esta influyó en la cadena de sucesos que acabaron desembocando en la muerte) puede ser determinante para establecer si la muerte es delictiva o no. Al margen de esto quedaría el delito de fuga por causa de accidente del art. 382bis, pero nótese que el bien jurídico protegido (la motivación legal) difiere del delito de homicidio (ya sea doloso o imprudente), en que lo que se protege es la vida.

Un todoterrano circula justo en el lugar donde encontraron a Maribel.

El trance de enterrar a sus padres

Marina tiene fotografías de su madre enmarcadas por varios rincones de la casa que compartían. A menudo, salen juntas. Cuando salen juntas, como ocurre también en su avatar de WhatsApp, suelen sonreír al objetivo. Sonrisas amplias, luminosas. “Estábamos muy unidas, creo que le debo a mi madre hacer el intento de esclarecer todo este embrollo. Por desgracia no he tenido mucha suerte con los abogados que me han representado. Me calma saber que hay profesionales que también ven cosas extrañas en la instrucción”, dice, al conocer el punto de vista de Víctor Ballbé.

El apellido paterno de Marina, Clapés, es muy ibicenco. De hecho, está concentrado casi por completo en el censo del municipio de Santa Eulària. El apellido materno, sin embargo, delata que tiene sangre peninsular. Maribel Escaso era extremeña. Desde un pueblo llamado Burguillos del Cerro, situado en mitad de la serranía que separa Jerez de los Caballeros de Zafra, llegó a la isla mediterránea de la que procedía la familia de su marido. Hicieron la mudanza hace décadas, cuando su hija era todavía una niña. Luego se divorciaron, madre e hija volvieron un tiempo a Badajoz y acabaron regresando a Eivissa. Hasta que se jubiló, Maribel trabajó en la hostelería.

Marina no tuvo hermanos y ya ha pasado por el trance de enterrar a sus progenitores. Su padre murió hace años de un infarto. A su madre, tal era su voluntad, quería incinerarla. Las autopsias (después de la preliminar hubo otra ampliada, que solicitó la hija) se lo impidieron. Aunque al final la tumba esté a más de 700 quilómetros de distancia la tiene, a la vez, muy cerca. A apenas 1.500 metros. A Maribel la acabaron enterrando en su pueblo pacense, pero bajo el algarrobo que marca el punto en el que hallaron el cuerpo moribundo de Maribel, hay un cubo metálico lleno de flores. Marina las renueva a cada poco. Gimnasia para conservar la fe en poder descifrar algún día, con pruebas, lo que ocurrió aquella tarde de enero que parecía plácida y se tornó trágica.

Marina, la hija, renueva cada poco las flores que marcan el punto donde hallaron el cuerpo moribundo de Maribel, su madre. 'Me calma saber que hay profesionales que también ven cosas extrañas en la instrucción', asegura

La hija renueva desde la muerte de su madre las flores que pueden verse bajo el algarrobo del camí des Novells.

La reconstrucción de la muerte de Maribel

La que sigue es la reconstrucción de los hechos que ocurrieron en torno a la muerte de Maribel Escaso. elDiario.es la ha realizado durante los últimos días escuchando varios testimonios: el de su hija Marina, el de E.M. –una de las dos personas, junto a su padre, P.G., que vieron por última vez a la mujer con vida, y que luego serían las primeras en encontrársela tendida en el camino–, y el de Marta López y Simão Damascento –una pareja que vive, como inquilina, en un estudio situado dentro de la propiedad de la familia Clapés, y que acudió con Marina al lugar donde su madre murió–. También se han repasado los documentos generados por un caso ya en dique seco; tan sólo se reactivará si un magistrado de la Audiencia Provincial de las Illes Balears considera que hay razones suficientes para rescatarlo del archivador.

El caso solo se reactivará si un magistrado de la Audiencia Provincial de las Illes Balears considera que hay razones suficientes para rescatarlo del archivador

Son las seis menos cinco de la tarde. La hora exacta a la que se pone el sol a mediados de enero en Eivissa. Aunque todavía hay que tener paciencia para que los días se alarguen notablemente, hay claridad porque ya han pasado dos semanas desde el solsticio de invierno (per Nadal, una passa de pardal; per Sant Antoni, una passa de dimoni, dice el refranero insular). Por eso, a P.G. y su hija E.M. no les extraña ver a Maribel caminando con su perrita a esas horas. Están acostumbrados a encontrársela en aquella carretera minúscula, viven cerca. Pasan junto a ella con su automóvil –un modelo antiguo, de color blanco–, la saludan y continúan hasta Ca n’Andreuet, el colmado de referencia de la zona, un vecindario rural de casas diseminadas que da nombre al camino donde ocurre todo: es Novells. El padre y la hija van a comprar pienso para sus animales. Poco antes de las seis, y también desde el volante de su coche, Marta López, que regresa a su hogar, ha visto a su vez a Dama y a su dueña.

En algún momento entre las seis en punto y las seis y veinte de la tarde, aquel paseo lento de Maribel y su mascota se interrumpió. Abruptamente.

Si hay un control de alcoholemia en la salida del pueblo, esta pista asfaltada se convierte en un atajo para esquivarlo.

Es al final de esa franja horaria cuando P.G. y E.M. la encuentran tirada en el piso. La perrita se mueve, agitada, en torno a su ama. El cuerpo de Maribel bloquea, literalmente, el camino en un tramo más peligroso de lo que parece si un pie derecho cae en la tentación de acelerar: a lo largo de cien metros, si se encuentran dos coches frente a frente, no hace falta que sean demasiado grandes para ambos que tengan que clavar dos ruedas en la cuneta si quieren cruzarse sin roces. Como ya está oscureciendo, un vehículo que hubiera ido más rápido de lo razonable por una recta tan estrecha habría chocado contra la mujer.

P.G. y E.M. aparcan, se acercan, apartan como pueden a su vecina (no es una mujer pequeña, pesa ochenta quilos) hacia el arcén y comprueban que está viva. No ha perdido la consciencia, pero no puede hablar. Balbucea, sin sentido. Padre e hija ven sangre sobre el asfalto: Maribel tiene una herida en la pierna izquierda. Es posible que haya caminado, tambaleándose, unos metros antes de desplomarse. Las emociones colapsan. No ha transcurrido ni media hora desde que vieron, sana y salva, paseando no muy lejos del lugar en el que están. No llaman al 112: E.M. se queda junto a Maribel y P.G. cree que lo más prudente es ir en busca de ayuda. Conduce el quilómetro y medio que los separa de la casa de sus vecinas.

Dos vecinos encontraron a Maribel tendida en el suelo, con conciencia, pero sin poder hablar. Tiene una herida en la pierna izquierda que mancha de sangre el asfalto. El tramo es peligroso porque es muy estrecho y, si se encuentran dos coches frente a frente, un vehículo que hubiera ido más rápido de lo razonable por esa recta podría haber chocado contra la mujer

Cuando P.G. llega, los perros de Simão y Marta empiezan a ladrar. Él sale a ver qué sucede. Ella se queda en el estudio. Marina no se entera de nada: sigue dormida. P.G. le dice a Simão que Maribel se ha caído, que necesita ayuda. Simão dice que tuvo que ir hasta allí con su coche porque el vecino no quiso que se subiera a su vehículo. E.M. confirma este dato. Explica, además, que, cuando su padre y el inquilino de Maribel comparecen, ya hay allí más personas: unos alemanes, que detienen su todoterreno, de matrícula también alemana, y sacan unas mantas para tratar de quitarle a la herida el frío húmedo del atardecer, y otro joven, al que nadie conoce: él es la persona que pide una ambulancia por teléfono.

La situación es grave y Simão no tiene dudas: su casera está mucho peor de lo que creía al escuchar el breve relato que le ha hecho el vecino. Llama a su pareja y le ruega que avise a Marina, que vayan hasta allí sin perder un segundo. Cuando suenan las sirenas, y un médico y un enfermero del 061 bajan de la ambulancia, el inquilino y la hija de Maribel llevan varios minutos tratando de reanimarla. Los sanitarios cogen el relevo y, en ese lapso, una pareja de la policía local, a la que también se ha avisado, toma, según E.M., los datos a ese joven, algo que Marina desconocía, algo que no hará la Guardia Civil cuando llegue al lugar de los hechos –dice al atestado– a las siete en punto.

Media hora después, dos uniformes de verde le comunicarán oficialmente a la hija de Maribel que su madre ha muerto: el médico y el enfermero no han podido frenar la hemorragia masiva. Es, en lenguaje sanitario, un shock hipovolémico lo que mata a esta mujer de sesenta y siete años. Perdió demasiada sangre en demasiado poco tiempo.

Los sucesos tras el accidente

Antes de que desde el juzgado se les ordene levantar el cadáver sin la presencia de jueza ni forense, la Benemérita también revisará el asfalto. No hallarán marcas negras de frenazo ni restos de un automóvil o una motocicleta, pero los agentes sí pedirán documentos de identidad. A Marina, a Marta y a E.M. P.G., según su hija, no lo llevaba en la cartera. A las identificadas se les citará para que testifiquen al día siguiente. E.G. irá al cuartelillo junto a Marina porque, según recuerda la hija de Maribel, su vecina no se encontraba con ánimo para conducir. Simão acompañará a su pareja, pero el oficial que investiga la causa de la muerte no considerará interesante recabar su testimonio. Luego vendrá la espera. Pasarán semanas. Estarán llenas de momentos amargos. Es complicado sobrellevar las falsas esperanzas de contarse por qué ocurrió lo que ocurrió y no poder hacerlo.

Marina tendrá que retrasar el funeral porque la autopsia no ha concluido. Marina leerá, en el atestado con membrete de la Guardia Civil Tráfico y el documento que redacten en un ordenador del Instituto de Medicina Legal, que, aunque falten pruebas concluyentes ni testigos oculares, la principal hipótesis de la muerte de su madre es un atropello. Marina verá, no obstante, cómo las diligencias se detienen: un stand by difícil de digerir. Marina solicitará ampliar la autopsia, volverá a leer otro informe forense, y tras leerlo, cambiará de abogado para terminar apelando.

La Guardia Civil no encontró marcas negras de frenazo ni restos de un automóvil o una motocicleta

El informe de la forensía

La autopsia ampliada analizó la ropa que vestía Maribel (zapatillas negras, pernera de un pantalón oscuro, chaqueta azul) para llegar a una conclusión ying-yang. Hay manchas, muy mínimas, pero visibles bajo la lupa de un microscopio, de un pigmento blanco, que podría ser pintura de coche, en la pernera y, sobre todo, en la chaqueta, que al ser de un tono más claro, ha conservado mejor el lamparón, pero, al ser tan mínimas, son casi invisibles. Paradoja: se trata de una prueba que no puede considerarse concluyente.

La autopsia ampliada se fechó en febrero. La Justicia sólo tardó un trimestre en archivar el caso. En ese periodo, Marina no dejó de insistir: se reunió con la forense que inspeccionó el cuerpo y las ropas de Maribel, fue varias veces a hablar con la Guardia Civil. Dice la hija, y quizás sea lo que diga con más dolor, que dos oficiales le rogaron que dejara de darle vueltas al asunto, que probablemente su madre habría muerto al caer de forma accidental “con un palo o una piedra”. Esa teoría no consta en la burocracia que narra esta historia, pero sí apareció, otra paradoja, en la prensa local. Marina se indignó al leerlo. “No le haga caso a las filtraciones que aparecen en los medios”, dice que le respondieron desde la Benemérita. En el relato oficial sí consta, sin descartar otras variantes, el atropello como causa más probable de la muerte.

La Justicia sólo tardó un trimestre en archivar el caso. En ese periodo, Marina no dejó de insistir: se reunió con la forense que inspeccionó el cuerpo y las ropas de Maribel, fue varias veces a hablar con la Guardia Civil

El texto que escribió la forense es muy ilustrativo: “De lo que se observó tanto en el examen externo como en la autopsia de la informada, no se encontró ninguna causa natural que por sí misma justifique el fallecimiento. Se encontró una herida inciso contusa de grandes dimensiones asociada a desgarro muscular y vascular en pierna izquierda compatible con la participación de un agente contundente de y borde cortante aplicado contra la pierna izquierdo a unos 40 cm de la superficie del suelo que produjo desgarro muscular y vascular, y fallecimiento por shock hipovolémico tras un periodo de supervivencia en el cual la informada pudo desplazarse deambulando”.

Marina Clapés, junto a las fotos de su madre que conserva en casa.

Sin pruebas concluyentes, no hay homicidio

Pero sin pruebas, no hay homicidio, ni, para la magistrada que lo instruyó, necesidad de invertir más esfuerzos, más recursos, más tenacidad y voluntad. Al declarar el sobreseimiento, la responsable del Juzgado de Instrucción número 3 de Eivissa eliminaba la posibilidad de ampliar los testimonios o realizar una triangulación de los móviles de las personas que encontraron el cuerpo de Maribel: “Ningún dato objetivo nos lleva a considerar que su declaración a presencia judicial aporte información relevante como tampoco el resto de testigos propuestos, pues el padre de E. M. que la acompañaba en ese momento únicamente habría visto lo mismo que su hija, mientras que el marido de Marta estaba en su casa con su mujer”. El gabinete de comunicación del Tribunal Superior de Justícia de les Illes Balears no ha querido hacer declaraciones y el departamento de prensa de la Guardia Civil en el archipiélago se ha remitido a lo que digan desde el aparato judicial.

–Hasta que leí la autopsia ampliada, y vi que había pintura en la ropa, por muy poca que fuera, había vivido un año y un mes deseando que mi madre hubiera muerto por una caída. Ahora ya no lo creo y, por eso, he apelado. Quiero que la causa se reabra, que se siga investigando, y no sólo que se trate de esclarecer cómo fue el accidente. Si la atropellaron debe ser muy difícil saber quién lo hizo, pero sí creo, porque me he leído todos los informes, que no se han hecho las diligencias como se tenían que hacer.

Cuenta Marina. La meticulosidad y el aplomo con el que se explica asombran. Simão y Marta siguen viviendo puerta con puerta: más que un contrato de alquiler, lo que mantienen con ella es una relación de amistad. Hablan a menudo de lo que sucedió aquel sábado, de lo que ha sucedido desde aquel sábado. Las penas compartidas pesan menos. Los tres añoran a Maribel (la madre de una, una especie de madrina para los otros dos), la recuerdan alegre, pese unos problemas de salud que padecía, muy cantarina por las mañanas. También recordaron, no hace mucho, que aquel 13 de enero de 2024 la Guardia Civil plantó un control de alcoholemia en la salida de la carretera que va desde Santa Eulària hasta el pueblo de Sant Carles de Peralta. Circular por el camino de su casa era el mejor atajo para no soplar en el alcoholímetro.

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