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La detención de Lula profundiza la polarización política en Brasil

Lula saluda a sus partidarios el viernes junto a la sede del PT.

Bernardo Gutiérrez / Bernardo Gutiérrez

São Paulo —

Unos días después de la reelección de Inácio Lula da Silva, a principios de noviembre de 2006, el director de su campaña revelaba el secreto del éxito. El publicista João Santana explicaba en una entrevista que Lula se “beneficia en la posición de víctima”.

El escándalo de aquella época era el mensalão, el soborno que el Partido de los Trabajadores (PT) distribuía entre los diputados de partidos aliados para votar al unísono en el Congreso. Lula salió indemne del mensalão. Y ganó con contundencia la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, con un 60,9% de los votos, frente al 39,1% de su oponente Geraldo Alckmin, del conservador Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).

João Santana explicaba el éxito de Lula con la teoría del fortão (fortachón) y del fraquinho (debilucho). Para las clases bajas, Lula encarna la figura del pobre fortachón que consigue abrirse paso. Cuando Lula es atacado, “el pueblo piensa que es un acto de las élites para derrumbar al hombre del pueblo”.

A finales de 2006, el mito Lula estaba en marcha. Lula llegaría a alcanzar un 87% de aprobación, récord histórico de un presidente en Brasil. El 1 de enero de 2010, se estrenó la película Lula, el hijo de Brasil, uno de los mayores taqullazos de la historia del país. A finales de año, Dilma Rousseff ganó las elecciones de la mano del publicista de la casa, João Santana. Dilma heredó un país bañado en petróleo, destinado a recibir el Mundial de Fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016. El consenso Lula, el mito del “hijo de Brasil”, parecía indestructible.

Casi una década después de la teoría del “fortachón” y el “debilucho”, la situación de ambos ha dado un vuelco. João Santana está preso desde el 22 de febrero, vinculado a la operación Lava Jato, el mayor caso de corrupción de la historia de Brasil. Lula da Silva fue detenido el viernes de forma vejatoria en su propia casa, en São Bernardo de Campos, por presunta vinculación al caso Petrobrás, para ser interrogado. Salió libre unas horas después.

A João Santana le acusan de tener millonarias cuentas ilegales fuera de Brasil y de recibir comisiones por mediar entre empresas brasileñas y los gobiernos latinoamericanos para los que hace campañas. A Lula le acusan de recibir favores de empresas constructoras y de la propia Petrobrás a cambio de tráfico de influencias. Además, la operación Lava Jato apunta a la posible financiación ilegal del Instituto Lula.

Los medios brasileños llevan semanas difundiendo la imagen del humilde hijo de Brasil en un apartamento triplex en Guarujá (litoral de São Paulo) o de una finca de lujo en Atibaia. Ni el triplex ni la finca están a su nombre. Da igual. El bombardeo visual de los medios brasileños ha cuajado. El mito Lula se desinfla: el 67% de los brasileños piensa que la operación Lava Jato muestra que el expresidente es tan corrupto como otros políticos, según el instituto Ipsos.

Detención cinematográfica

La detención de Lula dejó a Brasil en estado de shock. Fue ilegal, según muchos expertos. El periodista Renato Rovai la definió como una operación mediático-judicial: “Fue conducida como una novela, una miniserie, un film”. Cientos de policías federales cercaron el domicilio de Lula. Las cadenas de televisión lo retransmitieron en directo. Y los medios, decorados con un hilo de fondo sorprendente: la bolsa subía un 4,6%, el dólar se desvalorizaba un 1,09%.

Algunos telediarios, como el de SBT, relacionaban directamente la detención de Lula con la mejora de la economía. Hubo elogios constantes, en las pantallas y en las calles, al juez Sergio Moro que impulsó la operación Lava Jato. La tensión fue creciendo a lo largo del día. Defensores y detractores de Lula se enfrentaron en las calles de muchas ciudades a palo limpio. Cacerolazos a diestro y siniestro. Los bocinazos antiDilma, antiLula, antiPT, eran un eco constante en São Paulo.

El telediario de la noche de la Rede Globo fue el más largo de su historia.Y fue inédito: se recibió con aplausos desde los balcones de São Paulo y las principales ciudades. Y con gritos antagonistas en el aire: “Lula vagabundo” por un lado, “não vai ter golpe” (no va a haber golpe de Estado), por otro. Las manifestaciones espontáneas de apoyo a Lula se multiplicaron por todo el país. Las bases rojas, divorciadas del Partido de los Trabajadores (PT) por su giro a la derecha, se reconciliaban momentáneamente en torno a Lula. El sociólogo Pablo Ortellado destaca que la detención de Lula supone un peligroso recrudecimiento de la polarización política: “Brasil entero va a ser tragado por ese crecimiento de la polarización entre gobernistas y antigobernistas que va a alcanzar niveles de violencia sin precedentes. Comienza la guerra abierta”.

“El mundo dividido entre petralhas (término despectivo con los petistas) o tucanalhas (juego de palabras con 'tucano', del partido PSDB, y canalla), una película de terror”, escribe el periodista Leonardo Sakamoto. Por primera vez se empieza a escuchar una palabra: venezuelización. “Las amenazas de unfollow de izquierda en las redes sociales o las exigencias de una posición reflejan esa venezualización”, afirma el periodista Marcelo Castañeda, vinculado a movimientos sociales, pero crítico con el Partido de los Trabajadores (PT).

Los militantes de izquierda denuncian que los medios de comunicación y la justicia no son igual para todos. Cuando el expresidente es Fernando Henrique Cardoso, los medios elogian sus conferencias millonarias y le describen como celebridad. Cuando es Lula el que da conferencias con caché elevado, hay sospecha de corrupción, como en la operación Lava Jato, afirma Fabrício Vasselai en un artículo. Los mismos medios que denuncian las supuestas donaciones al Instituto Lula no dan mucha importancia a las donaciones de Odebrecht al Instituto Fernando Henrique Cardoso, citadas en la Lava Jato. Por si fuera poco, las denuncias contra el senador Aécio Neves, presidente del PSDB y candidato presidencial en 2014, fueron archivadas en la Operación Lava Jato.

¿Por qué se cierra en estos momentos el cerco contra Lula? “Hay un claro objetivo: impedir que Lula sea presidente en 2018”, afirma Vicentinho, diputado federal del PT. De hecho, antes de la detención relámpago de Lula, el PSDB ya planeaba poner en marcha una comisión parlamentaria de investigación sobre Lula para impedir su candidatura a presidente en 2018.

La sombra del lobby

El objetivo del cerco a Lula, como escribe el periodista Gil Alessi, es acabar con el mito Lula. Las imágenes de Lula en una finca de lujo en el interior de São Paulo le alejan de la mayoría social que le alzó al poder. Lula, en el triplex de Guajurá, deja de ser para muchos el hijo pobre de Brasil.

También hay clasismo: las élites nunca perdonarán a Lula su origen humilde. “Todo el mundo puede (tener apartamento en la playa), menos ese mierda de metalúrgico”, ironizaba estos días Lula.

Curiosamente, los medios audiovisuales dejan en segundo plano una trama que salpica a Lula de forma más nítida: sus labores de lobista a favor de multinacionales brasileñas. El Núcleo de Combate a la Corrupción de Brasília dispone de un informe que prueba el tráfico de influencias de Lula a favor de la constructora Oderbrecht. Lula, según el documento, hizo de intermediario durante años entre diferentes gobiernos latinoamericanos, la constructora Odebrecht y el Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico e Social (BNDES).

Su mediación conseguía liberar préstamos de dinero púbico (BNDES) para que la constructora privada desarrollase proyectos para otros gobiernos de la región. Uno de los escándalos más conocidos ocurrió en Ecuador, El gobierno de Ecuador expulsó a Odebrecht, acusándola de estafa. Tras la mediación de Lula, Odebrecht volvió al país con jugosos contratos. La trama Lava Jato apunta hacia una bomba: el tráfico de influencias de João Santana y de Lula podrían haber servido para la financiación ilegal del PT. La campaña de 2014 que dio la reelección a Dilma está en la mira.

En el convulso y polarizado Brasil, casi nadie critica el lobismo de Lula. Los medios ocultan sus gestiones globales. Los simpatizantes de Lula se ofenden más por la simbología de la detención contra el expresidente que por sus tejemanejes lobistas.

El filósofo Rodrigo Nunes ha criticado estos días el fenómeno de las puertas giratorias: “Ya no me acuerdo de quien escuché esta frase: ”El tipo podría haber sido el nuevo Nelson Mandela y prefirió convertirse en lobista de empresa de construcción“. Ese tipo de comportamiento no es ni tipificado penalmente, ni siquiera llama la atención. El PT está siendo castigado ejemplarmente por haber se convertido en lo mismo que el resto”.

El periodista Raphael Tsavkko lanza dardos envenenados: “El PT destruyó movimientos sociales, sindicatos, centrales y el movimiento estudiantil. Los vació de tal forma que perdieron el sentido”. El economista Paulo de Tarso Venceslau, uno de los fundadores del PT, da por muerto al partido: “El partido acabó. Lo que restan en el PT son resquicios religiosos que hacen de la política una secta”.

Y aquí llega la paradoja: cuando el PT tocaba fondo, la prisión de Lula cambia todo. La reciente aprobación de la ley antiterrorista del Gobierno de Dilma había acabado de romper los puentes con las bases del PT y los movimientos sociales. Sin embargo, la detención ha vuelto a conectar a movimientos sociales, militantes de base y las clases populares. Las manifestaciones proLula toman las calles de Brasil. Y el propio Lula se ha ofrecido estos días, arropado por multitudes, a ser de nuevo candidato en 2018: “Si necesitáis a alguien para comandar la tropa, está aquí”. Dilma gira a la derecha para contentar mercados. Lula gira (o finge que lo hace) a la izquierda para rehacer el partido.

Puede que el publicista Jõao Santana esté sonriendo en su prisión en Curitiba. Él mismo colocó la polarización en el centro de la campaña de 2014 de Dilma. No cabían medias tintas. O conmigo (PT) o contra mí. O con las élites o con el pueblo. Mandaba el corazón, el símbolo, lo que algún día fue Lula.

El conservador juez Sergio Moro es un personaje necesario en la trama de los sueños de João Santana. Vuelve el fortão y el fraquinho, regresa el hijo de Brasil. El país Brasil en 2016 es otro: la crisis acucia, la frágil nueva clase media se desmorona, el horizonte de esperanza de 2006 se desvanece. Y el lenguaje político orientado a los desfavorecidos es mucho menos efectivo que hace una década: el consumismo ha sustituido en parte a las ideologías. Pero mientras la justicia apunta a Lula, vuelve a tener sentido aquella frase del 2006: “Lula se ”beneficia en la posición de víctima“.

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