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Los 28 líderes se reparten el poder de la UE a espaldas del Parlamento Europeo

Macron, Michel, Rutte, Sánchez y Costa.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

Pedro Sánchez ha calificado el acuerdo de “extraordinario”. Su número uno en el Parlamento Europeo y presidenta de los socialdemócratas en la Eurocámara, Iratxe García, lo ha definido como “muy decepcionante”. ¿Extraordinario o muy decepcionante?

Las dos cosas, seguramente. Y eso que en el reparto le ha caído a Josep Borrell, ministro de Exteriores de Sánchez y número uno de la lista de Iratxe García, la jefatura de la diplomacia europea.

El acuerdo por el que Alemania se queda la Comisión Europea y Francia, el BCE es extraordinario para los jefes de Gobierno porque consolida su poder y amplía su mesa camilla. Consolida su poder porque el gobierno de la UE se refuerza en las manos de los gobiernos: emana del Consejo Europeo, de los líderes reunidos a puerta cerrada en reuniones a 28, bilaterales o multilaterales y sin teléfonos móviles. Tal y como prevén los tratados, eso sí.

Consolida su poder porque amplía la mesa camilla: ya no es cosa sólo de populares y socialdemócratas, han entrado a jugar los liberales –Macron se queda el BCE, y Charles Michel presidirá el Consejo Europeo–, pero también los ultras: la oposición de la Italia de Matteo Salvini y de los cuatro de Visegrado –el extremista húngaro Viktor Orbán y los ultraconservadores polacos, más la República Checa y Eslovaquia–, los cuatro que no han firmado el pacto de Migraciones de la ONU, ha sido determinante para tumbar a Frans Timmermans. ¿Por qué? Porque Timmermans ha encabezado la lucha por el Estado de Derecho en Hungría y Polonia, algo que estos países, refractarios además a la integración europea, no le perdonan.

Y en ese ampliar la mesa camilla, cooptan a todos los actores presentes y, por tanto, regalan la oposición al statu quo al afuera. Hasta Alexis Tsipras, en otros tiempos antagonista, ha delegado su voto en Pedro Sánchez para irse a los últimos días de la campaña electoral griega. ¿Y cuál es el afuera? Aquellos que no están en los gobiernos de los países: la extrema derecha, los verdes y la izquierda no socialdemócrata.

Los verdes se han quedado fuera no por ser particularmente antisistema en la Eurocámara, sino porque no tienen primeros ministros que manden comisarios verdes a Bruselas, y porque el hecho de acoger en su grupo a independentistas catalanes los aleja de la presidencia del Parlamento Europeo por la oposición de España y de los grupos conservadores.

Una vez más, de espaldas al Parlamento Europeo. “Es inaceptable que Gobiernos populistas representados en el Consejo hayan tumbado al mejor candidato sólo porque defendía el Estado de Derecho y los valores europeos”, ha afirmado Iratxe García.

Extraordinario y decepcionante. La decepción de parte del Parlamento Europeo, fundamentalmente de la bancada socialista que acarició el golpe de mano en la Comisión Europea, se traducirá en que varias delegaciones de familias que han participado en el pacto –socialistas, populares y liberales– se negarán a apoyarlo en Estrasburgo.

Primero, este miércoles, cuando puede que voten a la verde Ska Keller en lugar de al italiano socialdemócrata David Sassoli para presidir el Parlamento Europeo el primer periodo de dos años y medio en señal de protesta –ni populares ni liberales van a presentar a nadie ahora; los conservadores presentarán al suyo dentro de dos años y medio–. Y, después, dentro de dos semanas, cuando también se desmarcarán del “extraordinario acuerdo” que eleva a la alemana nacida en Bruselas Ursula von der Leyen a presidenta de la Comisión Europea.

¿Hasta dónde llegará la oposición al acuerdo en el Parlamento Europeo? Por mucho que se partan los socialistas, sumados a verdes, Izquierda Unitaria (GUE) y grupos de extrema derecha, seguramente no sumarán lo suficiente como para tumbar el acuerdo, lo cual sería un revés sin precedentes.

Y ese revés sin precedentes no pasará porque, aunque Iratxe García como presidenta de los socialdemócratas haya tachado el acuerdo de “decepcionante”, el grueso de su grupo se cuadrará ante los gobiernos. Y porque el grupo popular, el que más aspavientos ha hecho a favor del sistema de spitzenkandidaten no puede tumbar a una presidenta de su familia política. La primera presidenta de la Comisión Europea de la historia. Por mucho que haya sido idea de Emmanuel Macron, enemigo número uno de los spitzenkandidaten, dar la presidencia a una popular alemana y francófona a cambio de quedarse con el Banco Central Europeo. Por mucho que el jefe de filas en la sombra de los populares en Estrasburgo, el alsaciano Joseph Daul presidente del Partido Popular Europeo que tumbó el acuerdo de Angela Merkel con Sánchez, Michel y Mark Rutte para dar la presidencia a Frans Timmermans, no soporte a Macron.

Da igual, porque el grupo popular del Parlamento Europeo también se cuadrará ante sus Gobiernos.

Y, de tanto cuadrarse, el Parlamento Europeo no será lo que dice ser, y tampoco será lo que dice que quiere ser. El proceso del spitzenkandidaten era un amago democratizante, un pequeño paso que vinculaba las listas electorales con un candidato a presidir la Comisión Europea. No son listas transnacionales, el candidato no se vota en todos los países y los tratados no lo prevén. Pero se trataba de que fueran de la mano el proceso electoral con un rostro elegido por las familias políticas en el contexto de unas elecciones europeas al Parlamento Europeo. De alguna manera, se trataba de avanzar en el parlamentarismo a escala europea, de que uno de los eurodiputados llegara a presidir la Comisión Europea gracias al número de escaños de la única institución de la UE elegida por sufragio universal.

Pero no.

Ursula von der Leyen será la primera mujer en 61 años que presidirá la Comisión Europea. Pero no es eurodiputada, no ha sido nombrada por el Parlamento Europeo, sino por Macron, uno de los 28 de la mesa camilla, ni ha participado en el proceso de spitzenkandidaten en las últimas elecciones europeas. Cae en paracaídas, lanzada por los 28 desde la habitación a puerta cerrada. Y saben que pasará el examen en el Parlamento Europeo, aunque sea “muy decepcionante” y provoque una fractura en el grupo socialdemócrata.

También saben que fulmina el proceso de los spitzenkandidaten a la segunda de cambio –se estrenó en 2014– y que supone romper una tradición de los últimos 20 años –Romano Prodi, Durao Barroso, Juncker– de presidentes de Comisión que previamente habían sido jefes de gobierno. Y que mete en el juego de manos, en contra de lo prometido por los 28, la presidencia del Banco Central Europeo para Macron, en la ex ministra de Nicolas Sarkozy Christine Lagarde, directora gerente del FMI, una de las patas de la troika que diseñó el diktat de la austeridad para responder a la crisis económica –a pesar de que su jefe de Gobierno anunció la “reforma del capitalismo” en 2008–.

Macron está contento con Lagarde, continuista con las políticas de Mario Draghi, puesto que ha entrado en la negociación del paquete político, a pesar de que los líderes se habían comprometido a hacerlo en otro momento y lugar por considerarlo más “técnico”. Y está contento por haber maniobrado para colocar a una alemana francófona al frente de la Comisión Europea, cambiando la alianza con Pedro Sánchez por la alianza con Angela Merkel.

Es verdad que es más difícil encontrar una mujer para presidir la Comisión con experiencia de jefe de Gobierno; hay menos, pero algunas hay, y el currículum y los galones son importantes si se pretende que el Ejecutivo comunitario aspire a hacerse respetar por el Consejo Europeo, por los 28 jefes de Gobierno que hacen y deshacen. Hacen y deshacen acuerdos, a espaldas del Parlamento Europeo. Y que califican de “extraordinarios” mientras en sus propias filas los consideran “muy decepcionantes”.

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