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De cuando el Partido Pirata estuvo a punto de gobernar un país

Birgitta Jónsdóttir, líder del Partido Pirata de Islandia.

José Miguel Calatayud

  • Tercera (y última) entrega de tres reportajes sobre la evolución política de Islandia tras el estallido social en respuesta a la crisis. Lee aquí la primera parte y la segunda

Las protestas de 2009 en Islandia contra la crisis económica y sus consecuencias derivaron entre muchos de los activistas en una conclusión: lo más efectivo sería participar en el sistema a través del mecanismo más convencional en las democracias representativas, los partidos políticos. “Era humillante pensar que nuestro país era así, que nos habíamos dejado engañar por banqueros y políticos, nos sentíamos muy traicionados”, comenta Margrét Tryggvadóttir, de 47 años, editora de libros y muy activa durante las protestas.

Cuando el Gobierno cayó y se convocaron elecciones anticipadas para abril de 2009, un grupo de manifestantes crearon el Movimiento de los Ciudadanos (Borgarahreyfingin) para concurrir a las elecciones. La idea era contar con una plataforma apartidista que representara en el Parlamento a quienes habían participado en las protestas, que además se identificaban con el interés público. “Y me dije, 'Vale, voy a presentarme yo. (…) Si no lo hago, entonces mis hijos no querrán vivir aquí cuando crezcan, así que tengo que hacerlo'”, recuerda Margrét.

En su programa, el Movimiento recopiló demandas provenientes de las protestas: una investigación independiente de la crisis económica supervisada por expertos internacionales, medidas de emergencia en favor de los hogares y de las empresas, aumentar la transparencia de la administración pública, y una nueva constitución redactada por los ciudadanos, entre otras. El Movimiento se autodefinió como una instancia temporal, y decidió que dejaría de existir cuando consiguiera sus objetivos o cuando estuviera claro que no iba a poder conseguirlos.

En las elecciones, el Movimiento consiguió el 7,2% de los votos, y Margrét se convirtió en una de los cuatro diputados ciudadanos. Cuando unos pocos meses antes nunca se habría imaginado a sí misma entrando en política, ahora se había convertido en uno de los 63 diputados que representaban a la gente de Islandia en el llamado Alþingi, considerado el parlamento activo más antiguo del mundo, que en su forma original fue establecido en el año 930 cerca de la actual Reikiavik.

Los diputados más veteranos miraban a estas caras nuevas con suspicacia, y Margrét encontró que también los diputados novatos de los partidos establecidos se llevaban mejor con ella y sus colegas del Movimiento que con los diputados veteranos de sus propios partidos. “Estábamos ansiosos por empezara a cambiar las cosas, estábamos allí para cambiar las cosas, no para convertirnos en parte del sistema”, cuenta Margrét.

Este entusiasmo, sumado a la situación de crisis, ayudó a que los nuevos diputados pudieran contribuir a ciertos cambios que aumentaron la transparencia de la actividad parlamentaria, y por ejemplo se introdujo el principio de plena competencia para la distribución de fondos públicos. También fue durante esa legislatura cuando se lanzó el proceso constitucional ciudadano, en parte gracias al apoyo de los diputados del Movimiento.

Pero la política parlamentaria resultó ser más compleja de lo que parecía desde fuera. “Lo que el público ve es lo que pasa en la sala de plenos, pero lo que el público nunca ve es todo lo que ocurre entre bastidores”, dice Margrét. “Y lo peor es que los diputados tratan de ganar puntos haciéndose favores unos a otros y cosas así. Y yo no quería tener nada que ver con eso, porque las cosas no deberían funcionar así. Pero así es como funcionan”. De lo que más se acuerda es del poco interés que los diputados veteranos mostraron por el proceso constitucional, y de que sólo aceptaban introducirlo en la agenda y discutirlo si antes los nuevos diputados, como Margrét, daban su apoyo a otras cuestiones.

Además, lo que había llevado al Movimiento hasta el Parlamento y que era su principal rasgo de identidad –el hecho de no ser un partido convencional sino un movimiento ciudadano– también acabó siendo uno de sus principales puntos débiles. No tener una estructura de partido ni mecanismos claros de toma de decisiones, y tratar de representar a un movimiento de base amplio y fluido no facilitaban ser consistentes y productivos en el Parlamento.

En marzo de 2012, Margrét y otro de los diputados ciudadanos fundaron un nuevo partido, llamado Amanecer (Dögun), para presentarse con él a las elecciones de abril de 2013. “Cuando empezamos a trabajar en Amanecer, yo dije, 'Quiero un partido político que sea estable, (…) en el que podamos trabajar y en el que esté claro cómo funciona todo'. Porque con el Movimiento de los Ciudadanos no había sido así, y fue por eso que las cosas se nos fueron de las manos”. Amanecer respondía al mismo impulso y tenía básicamente el mismo programa que el Movimiento, pero en las elecciones de 2013 solo consiguió el 3,10% y no obtuvo ningún diputado al no llegar al umbral electoral, que en Islandia es del 5%.

En aquellas elecciones, en las que el Partido de la Independencia y el Partido Progresista volvieron al poder –formando la misma coalición conservadora que había gobernado Islandia hasta la crisis–, fue otro de los cuatro diputados ciudadanos originales, la poeta y artista Birgitta Jónsdottir, que había cofundado por su lado el Partido Pirata (Píratar), quien comenzó lo que más adelante a punto estuvo de ser una revolución en el Parlamento y en el Gobierno islandeses.

Diputados ‘piratas’

En noviembre de 2012, Birgitta y otros activistas habían fundado el Partido Pirata islandés partiendo de lo que se ha dado en llamar “política pirata”: una postura muy clara por la transparencia y contra la corrupción, apoyo a mecanismos de democracia directa, y la defensa y promoción de los derechos civiles, con un énfasis particular en las libertades de información y de expresión y en el derecho a la privacidad.

En las elecciones de abril de 2013 los Piratas superaron mínimamente el umbral electoral con el 5,10% del voto, y Birgitta y dos de sus colegas se convirtieron en los primeros diputados piratas del mundo en un parlamento nacional.

Los Piratas comenzaron muy activos su andadura parlamentaria. Apoyaron las plataformas de democracia digital directa y el proceso constitucional para recoger así la ambición original de los manifestantes –y de gran parte de la ciudadanía– de ganar control sobre el proceso político. Además, el Partido Pirata propuso también una reforma de los derechos de autor, que los bancos separaran completamente sus ramas comerciales y de inversión, reducir la jornada laboral a 35 horas semanales, y relajar la prohibición de las drogas.

Más adelante durante la legislatura, los Piratas también acabarían proponiendo que Islandia aceptara la criptomoneda bitcoin y que concediera asilo político al filtrador Edward Snowden, temas más propiamente piratas y no tan ligados a las demandas del gran público. Unos años antes, en 2010, la propia Birgitta había alcanzado fama internacional cuando colaboró con WikiLeaks en la producción y distribución de “Asesinato Colateral”, un vídeo con imágenes filtradas de un helicóptero de guerra estadounidense que había herido y matado a varios civiles en Irak en 2007.

De una forma que el Movimiento no había conseguido, los Piratas sí supieron mantener la atención y el apoyo de la gente gracias a estar mejor estructurados y al carácter más estratégico de sus acciones y comunicaciones. Además, su forma de trabajo radicalmente abierta (los piratas sugerían discutían y votaban las propuestas de su partido de forma descentralizada en un foro online) y su actitud claramente protransparencia, anticorrupción y antielitista resonaron con una ciudadanía que aún desconfiaba de la política tradicional.

Desde su entrada en el Parlamento, la popularidad de los piratas aumentó rápidamente, y a finales de enero de 2016 era el partido con una mayor intención de voto según las encuestas, un 37,8%, cuando los dos partidos en la coalición gobernante apenas pasaban del 30% entre ambos.

Tres meses más tarde, en abril de 2016, la publicación de los Papeles de Panamá reveló que el primer ministro islandés y su familia habían ocultado dinero en paraísos fiscales. La noticia provocó unas protestas aun más multitudinarias que las de 2008-09, y poco después el primer ministro se vio obligado a dimitir. En ese momento, las encuestas daban al Partido Pirata un 43% de intención de voto, una cifra que en unas elecciones podría incluso acabar dándole el Gobierno en solitario (en un sistema electoral diseñado para que se gobierne en coalición), y que era más del doble que la del Partido de la Independencia (21,6%), el socio principal de la coalición entonces gobernante.

Tras la dimisión del primer ministro, en verano se convocaron elecciones anticipadas para octubre de 2016, y durante unas semanas en Islandia y Europa se habló de los Piratas como los posibles vencedores en las elecciones. Aunque formalmente el partido no tenía líderes sino que era una plataforma horizontal, Birgitta era su personalidad más icónica y reconocible. En un momento en que el Reino Unido acaba de votar por el Brexit en un referéndum, y cuando parecía que Donald Trump podía tener opciones reales de llegar a la presidencia de Estados Unidos, Birgitta aparecía también en las portadas internacionales como la posible primera ministra pirata del mundo.

Sin embargo, esa fue la cumbre de los Piratas en intención de voto, que a finales de septiembre de 2016 se había reducido muchísimo hasta el 20%, aún entonces mínimamente por delante del Partido de la Independencia. Y cuando en octubre llegó el momento de votar, finalmente los electores se decidieron por los partidos tradicionales. Los Piratas recibieron el 14,5% de las papeletas (10 escaños), por detrás del Partido de la Independencia, que llegaba al 29% (21 escaños), y del Movimiento de Izquierda-Los Verdes, con el 15,9% (10 escaños).

Ninguno de esos dos partidos consiguió formar una coalición de gobierno, y entonces los Piratas tuvieron su oportunidad pero tampoco lograron los acuerdos necesarios. Finalmente, y antes de que tuvieran que repetirse las elecciones, el Partido de la Independencia consiguió seguir en el Gobierno gracias al apoyo de dos pequeños partidos de centro.

Pero menos de un año después, en septiembre de 2017, el Gobierno volvió a caer, esta vez a causa de un escándalo provocado por el hecho de que el padre del nuevo primer ministro no hubiera reconocido su contribución a que se eliminara la información penal de un hombre condenado por haber violado a un menor. Se convocaron de nuevo elecciones anticipadas para el mes siguiente, y Birgitta, agotada por todo el trabajo y la exposición pública, decidió no volver a presentarse. Antes de acabar la legislatura, los Piratas trataron de dar un último impulso a varias reformas que facilitaran la aprobación de la nueva constitución escrita por los ciudadanos. Pero, una vez más, la mayoría de los diputados no apoyaron este proceso.

“Puedes entrar en el sistema para tratar de obtener una comprensión más profunda de cómo funciona. Pero, en general y a no ser que se dé algún tipo de situación extraordinaria en la que puedes transformar completamente el sistema, no creo que puedas conseguir ningún cambio realmente fundamental”, dice hoy Birgitta.

En las elecciones de octubre de 2017, los Piratas obtuvieron el 9,2% del voto y seis diputados, cuatro menos que en la legislatura anterior. Y la coalición de gobierno que surgió de los comicios fue novedosa e inesperada, con el Movimiento de Izquierda-Los Verdes como socio principal con el apoyo de los conservadores Partido de la Independencia y Partido Progresista.

“Me siento profundamente privilegiada por haber recibido esa confianza de parte del pueblo islandés, hacia el que siento una tremenda gratitud. Pero, al mismo tiempo, estoy también profundamente cabreada con esa misma gente por no haber hecho un mayor esfuerzo por la democracia, por no haberse esforzado más en presionar por los cambios que los Piratas estábamos tratando de introducir en el Parlamento”, dice Birgitta. “Ser un pequeño grupo parlamentario significa que básicamente lo único que puedes hacer es concienciar a la gente y tratar de que se implique. Y la gente simplemente no nos escuchaba, y no se implicaba. La gente lo único que quería es que fueran otros quienes resolvieran sus problemas. Y así no es como vamos a conseguir cambiar las cosas”.

¿Qué queda del despertar cívico islandés?

Actualmente, Islandia aparece de nuevo como un caso particular de éxito: el de un país resiliente y que fue capaz de recuperarse rápidamente de una enorme crisis económica y política. La inusual coalición gobernante parece estable y la economía lleva varios años funcionando a buen ritmo, en gran parte gracias a un boom del turismo, al que contribuyó la devaluación de la corona islandesa durante la crisis y que es hoy la principal industria del país por delante de la pesca.

Sin embargo, hay quien teme una posible nueva crisis económica, y en 2018 el Banco Central islandés identificó los altos precios inmobiliarios y un posible declive del turismo como los principales riesgos para la economía.

“Siempre intento que la gente se implique y haga cosas durante los buenos tiempos, porque es entonces cuando realmente tenemos el espacio y la energía para hacer el trabajo fundamental de preparación, para así tener algo listo cuando llegue el momento de crisis. Porque las situaciones de crisis son el único momento en que es posible introducir cambios fundamentales, cambiar las reglas del juego, (porque) el juego, como sabemos, está completamente amañado”, dice Birgitta. “Y es muy difícil cambiarlo a lo largo de una maratón, y muchos piratas han empezado a hablar así, 'Este es un proyecto a largo plazo'. Y yo les digo, 'Gente, se os va la puta cabeza'. No es un proyecto a largo plazo, porque entonces acabas asimilado por el sistema, y pierdes lo que te hace diferente y mejor, y te conviertes en uno más de ellos, en parte del poder establecido, y esto le pasa a todos los partidos”.

El juego político puede estar amañado o no, pero sí es cierto que está profundamente sesgado a favor de los partidos políticos tradicionales y de otros actores como la banca, las grandes empresas y los lobbies profesionales.

Una situación de crisis y de pérdida de confianza en las élites políticas tradicionales, como la ocurrida en Islandia en 2008-09, puede aumentar el espacio para la participación ciudadana en la vida política en defensa del interés público. Pero la profesionalización y especialización de los sistemas políticos actuales, que además fueron generalmente diseñados por y para los partido; la enorme inercia que los sistemas electorales y burocráticos tienden a generar; y el hecho de que los marcos narrativos y relatos usados por los medios para cubrir la política se centran en los partidos y en sus líderes, dificultan que la ciudadanía organizada pueda establecerse como un actor político más de forma consistente y duradera.

En Islandia, los Piratas y otros grupos políticos de inspiración ciudadana han perdido visibilidad e influencia, y hay quien los acusa –como Birgitta– de haberse institucionalizado y de haber perdido lo que los hacía diferentes. La constitución redactada por los ciudadanos y aprobada por la mayoría de los votantes en un referéndum, muy progresista y que daría más poder al Parlamento frente al Gobierno y más formas de participación política a los ciudadanos, sigue en el limbo y no sólo no parece que vaya a ser adoptada en el corto o medio plazo, sino que el actual Gobierno ha lanzado un nuevo proceso de reforma constitucional centrado en los partidos con representación parlamentaria. Y las plataformas online de participación ciudadana no han conseguido una masa crítica y representativa de usuarios en otro sector aparte del de la construcción de ciertas instalaciones públicas.

Al mismo tiempo, el ímpetu cívico surgido de la crisis y los diferentes proyectos de implicación ciudadana en política supusieron una infusión de energía y de diversidad y sacudieron un sistema en el que eran sólo unos pocos quienes tenían una capacidad de decisión real. Ahora, la ciudadanía es más consciente de lo que ocurre entre los bastidores de la vida política islandesa y los representantes políticos están más sujetos a la rendición de cuentas. Además, las protestas y la mayor implicación ciudadana en política han cambiado la conversación y el relato sobre los asuntos públicos, y el Parlamento y el Gobierno están más obligados a responder a las preocupaciones de la ciudadanía.

“Democracia no tiene que ser únicamente ir a votar de una forma convencional, eso está muy anticuado”, resume Katrín Oddsdóttir, la abogada de derechos humanos que fue una de las redactoras de la nueva constitución. “Nuestro próximo paso debería ser desarrollar y profundizar la democracia, para lo que hay que usar muchas y diferentes medidas, no podemos simplemente decir, 'Oh, todos deberíamos votar online'. Eso es una gilipollez. Sino que deberíamos encontrar la forma de que la gente se interese porque realmente pueden provocar cambios con su participación”.

“Lo que es fantástico sobre Islandia es que, durante y después de la crisis, la gente que antes sólo hablaba de televisores de plasma y de tipos de cerveza de repente empezó a hablar sobre legislación, la economía, el Banco Central, cuestiones muy complejas. (…) Esas conversaciones forman nuevas redes neuronales en nuestros cerebros, y también en el espacio público, y eso es muy valioso, es fantástico, y eso es lo que va a cambiar el mundo”.

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